San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Vidente de la Virgen de
Guadalupe
Diciembre 9- Mayo 30
Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe
indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y
fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la
Bienaventurada María Virgen de Guadalupe, en la colina de Tepeyac, en la
ciudad de México, en donde se le había aparecido la Madre de Dios.
(c.1474 - 1548).
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa:
Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la
etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en
Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan
Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en
1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de
edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se
acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y
súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del
cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso,
las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y
protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron
plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la
Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a
portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad,
de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este
encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de
las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y
fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un
hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de
firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido
el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe,
Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre,
transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque
le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita.
Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días,
especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero
honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a
todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian
los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias,
guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que
en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”
Juan
Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en
cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder
así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que
estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le
construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino
que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre,
quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo
que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y
tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego
manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su
tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al
estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa
María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente
sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida;
que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un
lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de
su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había
pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a
todos lo hombres y mujeres.
Juan Diego tenía “sus ratos de
oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y
conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y
mortificación.” También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A
diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba
delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente
se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se
ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a
solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”
Toda
persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de
viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que
había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido
el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín
de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó
el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y
claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego,
porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero
misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien
había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un
sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que
era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos
decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se
le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María
Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis
Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron
castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído
a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la
pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama
fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos
casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido
descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro
familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego
efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales
documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en
la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San
José, sus padres caciques [indios nobles] Dn.
Diego de Torres
Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y
tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante también
es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la
perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia
familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se
había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y
de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible
que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor
Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a
un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa
perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan
Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra;
constantemente se acercaban a él para que intercediera por las
necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y
rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio
Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su
testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan
Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha
Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le
había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha
visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son
muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este
testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio
Juan para que como su pueblo, interceda por él.”
El anciano indio
Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la
personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo
para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía
Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac,
era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que
siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni
escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del
servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la
doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente
porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era
varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían
andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y
después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y
dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su
mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo
pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de
este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la
Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en
dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña
Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas
Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre
santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias
–declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita,
teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía
decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras
que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el
humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para
el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero
modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que
todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela
que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos
fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por
cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El
indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo:
“le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel
tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego
murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual
falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario
que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez
y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en
el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el
señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le
vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el
cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo.
Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su
santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos
apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que
también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”
=
Autor: P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El
que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los
chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo
pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros
franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro,
como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su
palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades,
peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del
cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas
virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura
y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio
de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo
encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de
unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro
y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas
virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas
en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo,
obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad
Poco después de haber vivido el importante momento de las
Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al
servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba
con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran
distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos
los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero
honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las
cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por
muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus
pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su
devoción (aun los mismos señores).
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara
estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder
así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba
mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una
casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía
muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar
juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su
casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente
caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó
su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa
María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue
un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y
tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse
completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa
María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo
y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de
oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme
a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.”
También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas
espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la
invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía
penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra
para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del
cielo.
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de
conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en
que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el
mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis
cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de
Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había
dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se
constituyó en un verdadero misionero
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto
dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de
Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la
Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era
viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que
se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.”
Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio
Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el
agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros
evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a
las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho
tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido
descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar;
ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo
descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el
Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se
declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles]
Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di
Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante
también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la
perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya
que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy
bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo,
aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y
ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José,
descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida
al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su
testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera
por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y
rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando
dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan
Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa
Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer
la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio
empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres
que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a
pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por
él.”
El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles
importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía
el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía
Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un
Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le
vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona,
que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor,
acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en
ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este
testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque
siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de
Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de
Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque
ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo
pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este
dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen
Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo
todos lo tenían por Varón Santo.
La india doña Juana de la Concepción que también dio su
testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era
un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias
–declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole
siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus
padres, sino a otras muchas personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez
recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra
Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y
santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego
era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha
su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos
fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa
le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El indio don Martín de
San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan
Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su
tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron
enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican
motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora
del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que
murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien
le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo,
cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los
setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar:
“¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas
perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos
del cielo!”
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