Día litúrgico: Viernes XVII del tiempo
ordinario
Santoral 31 de julio: San
Ignacio de Loyola, Confesor, Presbítero y Fundador (Memoria
Litúrgica)
Texto del Evangelio (Mt
13,54-58): En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en
su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste
esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama
su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas,
¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se
escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria
y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su
falta de fe.
«Un profeta sólo en su patria y en su
casa carece de prestigio»
Rev. D. Jordi POU i Sabater - (Sant Jordi
Desvalls, Girona, España)
Hoy, como ayer, hablar de Dios a quienes nos
conocen desde siempre resulta difícil. En el caso de Jesús, san Juan Crisóstomo
comenta: «Los de Nazaret se admiran de Él, pero esta admiración no les lleva a
creer, sino a sentir envidia, es como si dijeran: ‘¿Por qué Él y no yo?’». Jesús
conocía bien a aquellos que en vez de escucharle se escandalizaban de Él. Eran
parientes, amigos, vecinos a quienes apreciaba, pero justamente a ellos no les
podrá hacer llegar su mensaje de salvación.
Nosotros —que no podemos hacer milagros ni
tenemos la santidad de Cristo— no provocaremos envidias (aun cuando en ocasiones
pueda suceder si realmente nos esforzamos por vivir cristianamente). Sea como
sea, nos encontraremos a menudo, como Jesús, con que aquellos a quienes más
amamos o apreciamos son quienes menos nos escuchan. En este sentido, debemos
tener presente, también, que se ven más los defectos que las virtudes y que
aquellos a quienes hemos tenido a nuestro lado durante años pueden decir
interiormente: —Tú que hacías (o haces) esto o aquello, ¿qué me vas a enseñar a
mí?
Predicar o hablar de Dios entre la gente de
nuestro pueblo o familia es difícil pero necesario. Hace falta decir que Jesús
cuando va a su casa está precedido por la fama de sus milagros y de su palabra.
Quizás nosotros también necesitaremos, un poco, establecer una cierta fama de
santidad fuera (y dentro) de casa antes de “predicar” a los de
casa.
San Juan Crisóstomo añade en su comentario:
«Fíjate, te lo ruego, en la amabilidad del Maestro: no les castiga por no
escucharle, sino que dice con dulzura: ‘Un profeta sólo en su patria y en su
casa carece de prestigio’ (Mt 13,57)». Es evidente que Jesús se iría triste de
allí, pero continuaría rogando para que su palabra salvadora fuera bien recibida
en su pueblo. Y nosotros (que nada habremos de perdonar o pasar por alto), lo
mismo tendremos que orar para que la palabra de Jesús llegue a aquellos a
quienes amamos, pero que no quieren escucharnos.
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Fuente: evangeli.net