Beata María de Oignies (María de Nivelles), Reclusa
Junio 23
Junio 23
n.: c. 1177 - †: 1213 - país: Francia
otras formas del nombre: María de Nivelles
canonización: culto local
En Oignies, también en Hainaut, beata María, que, dotada de dones místicos, con el permiso de su esposo se recluyó en una celda, y después inició y reglamentó el instituto llamado de las «Beguinas».
refieren a este santo: Beata Cristina «la Admirable», Santa Lutgarda
El cardenal Jacques de Vitry,
quien fue amigo, discípulo y tal vez, durante algún tiempo, el confesor de María
de Oignies, escribió la biografía de esta beata. Por influencias de María, el
futuro cardenal tomó las órdenes sacerdotales; sin embargo, al examinar, en su
libro, las virtudes de su personaje, advierte a los lectores que no es
precisamente un ejemplo que él recomendase imitar. Nació en el seno de una
acaudalada familia de Nivelles, en Brabante y, no obstante que todas sus
aspiraciones estaban centradas en la vida religiosa, sus padres la dieron en
matrimonio a un hombre joven y gentil, de buena posición, tan pronto como
cumplió los catorce años. Pero si los padres pensaron que el matrimonio de su
hija le haría olvidar su vocación, estaban equivocados. María, joven y hermosa,
adquirió una gran ascendencia sobre su esposo, hasta el grado de convencerle a
que viviesen juntos en absoluta continencia y a que tarnsformasen su casa en un
hospital para los leprosos. La joven pareja se dedicó a cuidar a sus pacientes
con una abnegación sin límites: tanto María como su esposo lavaban personalmente
a los leprosos, velaban a los más enfermos durante noches enteras y distribuían
limosnas entre ellos y todos los pobres de la comarca, con tanta prodigalidad,
que continuamente recibían airadas recriminaciones por parte de todos sus
parientes.
Estas actividades no impedían a
María entregarse a la práctica de rigurosas austeridades. Empleaba las
disciplinas, llevaba cuerdas apretadas en torno a su cuerpo y se privaba del
sueño y de los alimentos. Se afirma que durante todo un invierno excesivamente
riguroso, desde el día de san Martín hasta la Pascua, pasó todas las noches
tendida sobre las losas de una iglesia, con la ropa que llevaba puesta
únicamente, sin que durante toda aquella larga penitencia sufriese un resfriado
o un dolor de cabeza. Cuando se hallaba en su casa, dedicada a hilar o en otro
trabajo manual sedentario, trataba de evitar las distracciones de sus
pensamientos, mediante el procedimiento de poner abierto frente a ella, un
salterio o libro de oraciones para leer alguna frase edificante, de tanto en
tanto. Su biógrafo hace hincapié en la anormal abundancia de sus lágrimas, que
tanto él como otros que escribieron sobre la beata, atribuyen a una gracia
espiritual. Por nuestra parte, estamos mejor dispuestos a tomar semejante
anormalidad, como una reacción física de la tensión nerviosa bajo la cual
mantenía constantemente su cuerpo; pero no debe olvidarse que, en aquellos
tiempos, la facilidad de llorar y la abundancia del llanto se consideraban como
un signo de verdadera contrición. Hasta hace poco figuraban en el misal romano
numerosas colectas «pro petitione lacrymarum» (para pedir lágrimas) y san
Ignacio de Loyola, como se puede comprobar en uno de los fragmentos que aún se
conservan de su diario espiritual, consideraba los días en que no era capaz de
derramar lágrimas durante la celebración de la misa, como períodos de
desolación, cuando Dios, por así decirlo, escondía el rostro. María, por su
parte, afirmaba que el llanto la aliviaba y la refrescaba.
La fama de santidad de la
bendita asceta atrajo a muchos visitantes, y casi todos regresaron a sus
hogares, edificados con sus admoniciones y consolados por sus consejos. Poco
tiempo antes de su muerte, María se sintió llamada a buscar la soledad. Por lo
tanto, con el consentimiento de su esposo, dejó su casa de Williambroux y se
estableció en una celda contigua al monasterio de los canónigos agustinos, en
Oignies. Si ya en el pasado había tenido visiones y éxtasis, en su vida presente
se multiplicaron las manifestaciones celestiales. Tras una larga y penosa
enfermedad, que ella misma había vaticinado, murió a la edad de veintiocho años,
el 23 de junio de 1213.
Uno de los rasgos más notables
en la existencia de María de Oignies, es el hecho de que ella, lo mismo que
otros místicos de los Países Bajos, sobre todo las beguinas, parecen haberse
anticipado bastantes años a la transformación del espíritu de la devoción
católica, cuyo principio data de la iniciación del movimiento franciscano. El
cardenal Vitry, en el prefacio a su «Vida de la beata María», apela al obispo
Fulk, de Toulouse, testigo ocular del extraordinario acrecentamiento de la
piedad, del que Bélgica era el núcleo y, no hay duda de que el biógrafo pensaba
en María de Oignies, al dirigirse al obispo Fulk en estos
términos:
«Tengo bien presentes vuestras palabras cuando hablasteis de haber
dejado el Egipto de vuestra diócesis y, luego de atravesar un árido desierto,
descubristeis, en la comarca de Lieja, la Tierra Prometida ... Ahí encontrasteis
también, como os oí decir con acento jubiloso, a muchas santas mujeres de las
que moran entre nosotros, quienes lamentan en mayor grado un pecado venial, que
todo el pueblo de vuestra comarca pudiese lamentar haber cometido un millar de
pecados mortales ... Visteis numerosos grupos de esas santas mujeres que
despreciaban los deleites terrenales y las riquezas de este mundo, por el anhelo
de un reino celestial; que se ataban a su Eterno Esposo con los lazos de la
pobreza y la humildad. Las observasteis mientras trataban de ganar su pobre
subsistencia con el trabajo de sus manos y, no obstante que sus padres o
parientes nadaban en la riqueza, preferían olvidarse de los seres de su misma
sangre y de sus hogares, y soportar las estrecheces de la pobreza, a gozar de
una abundancia malhabida.»
La nota característica del mencionado movimiento de transformación era la
afectuosa devoción por la Pasión de Nuestro Señor, y debe recordarse que «cuando
María lloraba tan copiosamente sin caer desvanecida, que -según dice el cardenal
Vitry - podían seguirse sus pasos en las iglesias donde oraba por las manchas de
humedad sobre el pavimento, era porque tomaba sus lágrimas en el cáliz
inagotable de la Pasión o contemplaba un crucifijo».
Igualmente notable fue su anticipación a la devoción por la presencia real
de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, sobre la cual no hay mención hasta
entonces en la literatura devocional o de culto. Al hablar de la beata María,
dice su biógrafo: «A veces, se permitía tomar un descanso en su celda, pero en
otras ocasiones, sobre todo cuando se aproximaba alguna gran fiesta, no podía
encontrar reposo ni tranquilidad más que en presencia de Cristo, en la iglesia».
En fechas posteriores, cualquier duda que pudiese haber sobre que el significado
de la frase «en presencia de Cristo, en la iglesia» se refiere a la presencia
eucarística, quedaron disipadas por un breve estudio sobre María de Oignies,
hecho por Tomás de Cantimpré, que los bolandistas agregaron como un apéndice a
la biografía de Jacques de Vitry. En ese estudio se hace referencia a un hombre
muy rico que, en cierto sentido, había vuelto a su religión gracias a los
esfuerzos de María. En el momento en que aquel hombre atravesaba por un gran
desaliento espiritual, la beata le aconsejó «que entrase en la iglesia más
próxima; una vez en el templo, cayó de rodillas ante el altar y clavó la vista
en la píxide que contenía el Cuerpo de Cristo, encima del altar». Entonces el
hombre vio que, por tres veces, la píxide se desplazaba de su lugar, atravesaba
los aires en dirección a donde él estaba de rodillas y permanecía unos instantes
suspendida frente a sus ojos. En la tercera ocasión, el hombre cayó en un
arrobamiento y mantuvo una secreta comunión con Dios.
Si tenemos presente la fecha en que fue escrito, el siguiente párrafo puede
resultar muy interesante: «El mayor consuelo y gran deleite de María, hasta la
hora en que llegó a la Tierra Prometida, fue el maná de vida que viene del
cielo. El Pan Sagrado fortalecía su corazón y el Vino celestial embriagaba de
placer su alma. Se saciaba con el santo alimento de la carne de Cristo, y su
sangre vivificante la limpiaba y purificaba. Aquel era el único consuelo del que
no podía privarse. Recibir el cuerpo de Cristo era para ella lo mismo que vivir
y, en su mente morir era apartarse de su Señor al no participar en su bendito
Sacramento. El cumplir con las palabras: 'A menos que el hombre coma la Carne
...' (Juan 6), lejos de ser, para ella, una dura prueba, como sucedía con los
judíos, le resultaba dulce y reconfortante, puesto que no solamente
experimentaba el deleite y el consuelo interiores al recibirle, sino también un
sabor dulce en la boca, como el de la miel ... También su sed por la Sangre
Regeneradora de su Señor era tan aguda, que a duras penas podía soportarla, y
muchas veces suplicaba que se dejase el cáliz vacío sobre el altar, después de
la misa, para tener la dicha de mirarlo.»
Asimismo, María fue una de las primeras místicas de quienes se haya
registrado, con bastantes detalles, las experiencias de lo que nos sentimos
tentados a llamar atributos psíquicos. Se afirma que, algunas veces, supo con
extraordinaria claridad, lo que en aquel preciso instante sucedía a muchas
leguas de distancia; que tenía extrañas premoniciones sobre el futuro y que
podía adivinar, con absoluta precisión, la historia pasada de las reliquias, por
ejemplo, que todos ignoraban (hierognosis y psicometría). Jacques de Vitry, sin
duda un testigo presencial, habla admirativamente de un inexplicable relato que
hizo la beata, con lujo de detalles, sobre la ceremonia de la ordenación
sacerdotal de «un amigo suyo», que en aquellos precisos instantes se
desarrollaba en París.
Es importante tener presente que Jacques de Vitry es un testigo digno de
toda confianza. Aparte de que pasó cerca de cinco años en compañía de la beata,
desde 1208 hasta su muerte, ocurrida en 1213, toda su carrera y sus escritos
ponen de manifiesto que fue un hombre de escrupulosa integridad y muy buen
juicio. Siempre vio en María una especie de segunda madre y se sintió
sinceramente honrado de que ella le designara como su «predicador» especial y se
identificara con su trabajo apostólico. La biografía de la beata parece haber
sido escrita poco después de su muerte y antes de que Jacques de Vitry fuese
consagrado cardenal, pero es evidente que el autor conservó, hasta el último día
de su vida, la devoción que le inspiró su personaje, y la localidad de Oignies,
donde vivió. María, por su parte, siempre declaró que la amistad del cardenal se
le había dado como respuesta a sus plegarias y que, aparte de ser su amigo, era
su delegado, ya que ella, a causa de su sexo, no estaba en condiciones de
instruir a los fieles y llevarlos hacia Dios. Ciertamente que, entre ellos, hubo
un gran afecto; durante su última enfermedad, la beata oraba sin descanso por
Jacques y pedía a Dios que le protegise de todo mal para que, llegado el momento
de su muerte, pudiera ofrecer al Señor el alma limpia de su amigo sobre la que
ella había velado en vida, para devolverla a su Creador intacta. En su oración
mencionaba todas las pruebas, tentaciones y aun pecados de «su predicador» y
luego, suplicaba al Señor que le apartase de ellos. El prior que confesaba a
María y conocía bien su conciencia, la oyó decir aquellas cosas y fue en busca
del cardenal para preguntarle si le había confesado a la beata todos sus
pecados, «puesto que en sus "cantos" -dijo el prior-, María hizo relación de
todo lo que tú has hecho, como si lo leyese en un libro». Con la palabra
"cantos", el prior se refería a la extraordinaria manifestación que se produjo
durante los últimos días de vida de la beata, cuando ésta, como si fuera presa
del delirio, hablaba sin cesar de cosas celestiales, pero en prosa rimada y aun
en versos.
También eran extraordinarias las condiciones físicas en que vivía. Se nos
dice, por ejemplo, que «ni siquiera en lo más crudo del invierno requería el
fuego material de la chimenea para evitar el frío, porque incluso cuando la
temperatura era tan baja que toda el agua se convertía en hielo, ella, por
maravilla de la gracia, tenía encendido el espíritu con un fuego tan vivo, que
el calor de su alma, sobre todo durante la plegaria, le calentaba el cuerpo;
muchas veces sucedió que, en las noches más frías se la veía traspirar y, de sus
ropas húmedas, se desprendía una dulce fragancia. Con mucha frecuencia también,
el olor de sus ropas era como el del incienso, en los instantes en que las
oraciones ascendían desde el brasero de su corazón». Semejantes declaraciones
podrían parecer sospechosas si procedieran de oídas; pero el caso es que Jacques
de Vitry se encontraba presente y no hay duda de que era un hombre devoto,
honesto, sereno, que decía la verdad sin circunloquios.
=
Prácticamente todo lo que podamos conocer sobre la vida de María de
Oignies, se encuentra en el Acta Sanctorum, junio, vol. V. Al texto de la
biografía escrita por el cardenal Jacques de Vitry, los bolandistas agregaron
unas notas suplementarias de Tomás de Cantimpré. La Beata María tuvo mucho que
ver con la fundación de la casa de los Canónigos Regulares de la Santa Cruz
(Crucistas), por parte de Teodoro de Celles, en la localidad de Clair-Lieu,
cerca de Huy, en 1211. El texto íntegro original de la Vita escrita por Vitry
puede leerse en latín en internet.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Tomado de: eltestigofiel.com
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