Santa Juliana Falconieri, Virgen y Fundadora
Junio 18 - 19Fundadora de las Siervas de la Virgen María
Martirologio Romano: En Florencia, de la Toscana, santa Juliana Falconeri, virgen, que fundó la Hermanas de la Orden de los Siervos de María, llamadas, por su hábito, Mantelatas. (c.1270 - 1341).
Esta santa tuvo la dicha de ser sobrina de un santo (San Alejo
Falconieri, hermano de su padre) y de ser dirigida espiritualmente por otro
santo (San Felipe Benicio).
Nació en Florencia en el año 1270. Su padre era riquísimo y había
construido por su propia cuenta un templo en honor de la Sma. Virgen de quien
era sumamente devoto.
Los papacitos habían suplicado por muchos años a Dios que les concediera
descendencia y al fin consiguieron que les diera esta hija que iba a ser su
gloria y su alegría.
De joven era tan virtuosa, que San Alejo le dijo a la mamá de Juliana:
"Dios no sólo te dio una hija, sino que te regaló un verdadero ángel".
De niña acostumbraba pasar largos ratos rezando en el templo, por lo cual
la mamá le repetía: "Si no concedes más tiempo a la costura y a la cocina, no
vas a encontrar marido". Pero aquella amenaza no le producía ningún temor, ya
que sentía una inmensa inclinación hacia la virginidad. Habiendo muerto su padre
cuando ella era muy pequeña, la mamá y el tío le prepararon un honroso
matrimonio, pero ella los llamó aparte y les dijo que había tomado la decisión
inquebrantable de quedarse soltera y dedicar su vida a la oración, a la
meditación, a la caridad y al apostolado. Tenía apenas 15 años.
Bien preparada por su tío, San Alejo (fundador de los Siervos de María)
recibió del gran apóstol San Felipe Benicio el distintivo de Terciaria de los
Siervos de María. Este distintivo era un manto sobre la cabeza. Ella siguió
viviendo en su casa con la mamá, pero observando una conducta tan religiosa y
tan santa como la de una fervorosa religiosa. A otras les agradó este modo de
practicar la vida religiosa (quedándose con sus familiares, pero observando una
conducta como la de una santa monja) y siguieron su ejemplo. Todas llevaban como
distintivo un manto sobre la cabeza, por lo cual la gente las llamaba: las
muchachas de la pañoleta.
Creció mucho el número de las jóvenes Terciarias (se llaman terciarias a
las que pertenecen a la tercera rama de una comunidad religiosa; la primera son
los hombres; la segunda son las monjas y la tercera son las personas laicas que
viven en el mundo pero llevando una conducta como de gente muy piadosa) y
tuvieron que conseguir una casa para reunirse. Entonces ellas eligieron como
superiora a Juliana. Su asociación tomó el nombre de "Siervas de la Virgen
María". Durante 35 años, hasta su muerte, dirigió nuestra santa a esta piadosa
asociación, llevándola a un alto grado de perfección.
Juliana se propuso un Reglamento sumamente riguroso. Ayunaba tres días por
semana, y a veces pasaba días sin comer bocado (sobre todo cuando se dedicaba a
altísimas oraciones). Esto hizo que se enfermara muy gravemente del estómago
(úlcera llamaríamos quizás hoy a la tal enfermedad). Los viernes los dedicaba a
meditar en la Pasión y Muerte de Jesucristo. Los sábados a pensar y leer acerca
de la Santísima Viren (de quien fue supremamante devota desde sus primeros
años). Muchas veces dormía sobre el duro suelo. Se propuso hacer los oficios más
humildes de la casa, y tratar a cada una de sus compañeras como si fuera muy
superior a ella (cumpliendo lo que recomienda San Pablo: "Considerad a los demás
como superiores en todo a vosotros)."(Filip. 2,3).
Redactó para su comunidad un Reglamento que fue aprobado después por 4
Sumos Pontífices (Honorio IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V). Ella misma
era la más exacta en cumplir cada uno de los artículos del Reglamento, dando así
muy buen ejemplo a todas.
Los que tuvieron que tratar con ella estuvieron de acuerdo en que su
caridad, su amabilidad y su inclinación a buscar el bien de las almas de los
demás, eran extraordinarias. La gente gozaba al recibir las demostraciones de su
afectuosa bondad. Nunca dejaba escapar una oportunidad de ayudar a los que
necesitaban de su colaboración.
Los sacerdotes decían que a los pecadores les hacían mayor bien los
sencillos consejos de esta sencilla religiosa seglar, que los sermones de los
mejores predicadores. Muchos pecadores se convirtieron de su vida de maldad,
después de tener una charla con Juliana, la de la "pañoleta".
Enemigos que se odiaban a muerte, hacían las paces y se declaraban para
siempre la paz, cuando la santa se dedicaba a volverlos otra vez a la
amistad.
Pasaba horas y horas seguidas dedicada a la oración, sin sentir pasar el
tiempo. A quien le preguntaba por qué se estaba tanto tiempo de rodillas, le
respondía: "Es para alejar las tentaciones".
Muchos días los pasó solamente con la Sagrada Comunión, sin ningún alimento
más.
Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores de la casa donde vivía y por toda la ciudad. Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos para quienes se encomendaban a sus plegarias.
Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores de la casa donde vivía y por toda la ciudad. Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos para quienes se encomendaban a sus plegarias.
En su última enfermedad, a la edad de 71 años, ya su estómago no le recibía
ningún alimento. Vomitaba todo lo que comía. Así que tuvo que dejar de recibir
la Sagrada Comunión. Y esto constituía para Juliana la más grande mortificación
y penitencia. Y sucedió que en la última visita que le hizo el sacerdote,
llevando el Santísimo Sacramento, la santa, sabiendo que no podía comulgar,
pidió que le colocaran sobre su corazón un mantel blanco y sobre este mantel la
Santa Hostia. Y he aquí que de un momento a otro, la Hostia Consagrada
desapareció y nadie la pudo encontrar. Ella había pedido poder recibir a Jesús
Sacramentado antes de morir, y su estómago no le permitía, pero su fe le
consiguió el prodigio de poder comulgar. Después de muerta encontraron sobre su
corazón, en la piel, una cicatriz redonda, como si hubieran cortado para que
pasara una Hostia.
En recuerdo de esto, sus religiosas llevan siempre sobre su hábito, en el
lado del corazón, una medalla donde está grabada una Santa Hostia.
Tan pronto como la Hostia Consagrada colocada sobre su corazón desapareció,
Juliana, con una expresión de inmensa alegría en su rostro, como si estuviera en
éxtasis, murió llena de amor hacia Nuestro Señor.
En su sepulcro se obraron numerosos milagros. Y nosotros le pedimos a tan
grande santa que nos obtenga de Dios que también a la hora de nuestra muerte,
recibamos con todo el fervor posible la Sagrada Hostia, donde está el cuerpo
Santísimo de Cristo.
Fue canonizada por Clemente XII el 16 de junio de 1737.
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Fuente: EWTN.com
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