Junio 19
Martirologio Romano: En Milán, en la provincia de Liguria, santos Gervasio y Protasio, mártires, cuyos cuerpos fueron encontrados por san Ambrosio, el cual, en este día, los trasladó con toda solemnidad a la nueva basílica que había edificado. c. 96.
Hermanos Gemelos. Hijos de San Vidal y Santa Valeria, estos dos hermanos, en la carne y en la fe, padecieron martirio en Milán, en el siglo I. Sus reliquias fueron halladas providencialmente por San Ambrosio, y desde entonces la Iglesia les tributa culto. — Fiesta: 19 de junio.
Martirologio Romano: En Milán, en la provincia de Liguria, santos Gervasio y Protasio, mártires, cuyos cuerpos fueron encontrados por san Ambrosio, el cual, en este día, los trasladó con toda solemnidad a la nueva basílica que había edificado. c. 96.
Hermanos Gemelos. Hijos de San Vidal y Santa Valeria, estos dos hermanos, en la carne y en la fe, padecieron martirio en Milán, en el siglo I. Sus reliquias fueron halladas providencialmente por San Ambrosio, y desde entonces la Iglesia les tributa culto. — Fiesta: 19 de junio.
Gervasio y Protasio son dos nombres que encontramos en las letanías de los
santos y en frecuentes conmemoraciones martiriales, y que corresponden a dos
hermanos milaneses que vivieron en el siglo I y merecieron la palma del
martirio. Todo lo que sabemos de ellos lo debemos a San Ambrosio y a San
Agustín, que nos explican, en sus escritos, cómo el primero halló, hacia el año
386, las reliquias de estos dos gloriosos mártires de la primitiva iglesia
milanesa.
Sus vidas permanecen ignoradas, porque no se han conservado testimonios de
su tiempo, pero el hecho del hallazgo de sus despojos es más elocuente que todas
las actas que pudiésemos tener. No importa que se hayan perdido los testimonios
de sus buenos ejemplos y de sus heroísmos. Lo importante para la Iglesia son sus
reliquias, que proclaman perennemente la fe de aquellos héroes que supieron
permanecer fieles a Cristo aun a costa de la propia vida. Su canto heroico
trasciende a la misma muerte y nos llega a través de los siglos como un mensaje
del Dios vivo, que nos mueve a la fidelidad.
Y si bien su historia está envuelta por la leyenda, por carecer de
testimonios de sus días, no nos faltan los de ambos Santos Doctores de la
Iglesia, que nos explican cómo Dios quiso que fuesen halladas las reliquias de
aquellos dos mártires, cuya memoria ya casi había desaparecido de entre los
cristianos. En la carta a su hermana Santa Marcelina, San Ambrosio nos cuenta
cómo debiendo consagrar el nuevo templo de Milán, muchos le rogaban que lo
hiciese con gran solemnidad. Él respondió que lo haría si hallaba reliquias de
mártires, sintiendo en aquel mismo momento un movimiento interior, que le
pareció el presagio de lo que había de suceder. San Agustín, que por entonces
ocupaba el cargo de maestro de retórica en la escuela de Milán, nos explica —con
su emocionante y sugestivo estilo de las «Confesiones»— cómo se vio confirmado
este presagio del gran obispo Ambrosio
«Entonces —dice el más ilustre de los Padres occidentales, dirigiéndose a
Dios— fue cuando por medio de una visión descubriste al susodicho obispo el
lugar en que yacían ocultos los cuerpos de San Gervasio y San Protasio, que Tú
habías conservado incorruptos en el tesoro de tu misterio tantos años, a fin de
sacarlos oportunamente para reprimir una rabia femenina y además regia. Porque
habiendo sido descubiertos y desenterrados, al ser trasladados con la pompa
conveniente a la basílica ambrosiana, no sólo quedaban sanos los atormentados
por los espíritus inmundos, confesándolo los mismos demonios, sino también un
ciudadano, ciego hacía muchos años y muy conocido en la ciudad, quien, como
preguntara la causa de aquel alegre alboroto del pueblo y se la indicasen, dio
un salto y rogó a su lazarillo que lo condujera al lugar; llegado allí, suplicó
se le concediese tocar con el pañuelo el féretro de los santos, cuya muerte
había sido preciosa en tu presencia. Hecho esto, y aplicado después el pañuelo a
los ojos, recobró al instante la vista.
»Al punto corrió la fama del hecho, y al punto sonaron tus alabanzas,
fervientes y luminosas, con lo que si el ánimo de aquella adversaria no se
acercó a la salud de la fe, se reprimió al menos en su furor de persecución.
Gracias te sean dadas, Dios mío”.
La adversaria de San Ambrosio a quien se refiere San Agustín, era Justina,
la madre del emperador Valentiniano, todavía niño, que perseguía al santo obispo
porque ella era arriana y encontraba en él al gran defensor de la ortodoxia
católica.
Ante el hallazgo de aquellas reliquias, a través de las que Dios se dignó
realizar tales prodigios, pudo exclamar con razón el gran obispo de Milán:
«Nuestra Iglesia ya no es estéril». No era infundado el gozo del santo: los
cuerpos enteros de dos hombres de admirable estatura, hallados en las mismas
puertas del templo de los Santos Félix y Nabor, eran los cuerpos de dos jóvenes
campeones de Cristo. Por si alguno dudase de ello, quiso Dios mostrar su
complacencia hacia los restos de aquellos héroes, obrando por ambos los milagros
que nos narran San Agustín y San Ambrosio. Éste podía ya consagrar los altares
con la deseada solemnidad, y dirigirse a su pueblo con el primer panegírico que
se hacía en la Historia de los dos gloriosos mártires.
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Autor: José Gros y Raguer | Fuente: multimedios.org
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