Beato Pedro del Sagrado Corazón Redondo y compañeros Mártires
Julio 25
Martirologio Romano: En Urda, pueblo de la provincia española de Toledo, beatos mártires Pedro del Sagrado Corazón Redondo, presbítero, Félix de las Cinco Llagas Ugalde Irurzun y Benito de la Virgen del Villar Solano Ruiz, religiosos de la Congregación de la Pasión, que consiguieron la gloriosa palma del martirio al ser fusilados por su fe cristiana, durante la persecución religiosa desencadenada en la guerra (1936).
Martirologio Romano: En Urda, pueblo de la provincia española de Toledo, beatos mártires Pedro del Sagrado Corazón Redondo, presbítero, Félix de las Cinco Llagas Ugalde Irurzun y Benito de la Virgen del Villar Solano Ruiz, religiosos de la Congregación de la Pasión, que consiguieron la gloriosa palma del martirio al ser fusilados por su fe cristiana, durante la persecución religiosa desencadenada en la guerra (1936).
BEATOS MÁRTIRES PASIONISTAS DE DAIMIEL
La noche del 21 al 22 de julio de 1936, el convento pasionista de Daimiel, Ciudad Real, descansaba en la más profunda calma. La oscuridad era como un manto protector, que envolvía la casa e iglesia del Santo Cristo de la Luz. Parecía como si nadie pudiera perturbar ese ambiente de paz y de silencio.
La noche del 21 al 22 de julio de 1936, el convento pasionista de Daimiel, Ciudad Real, descansaba en la más profunda calma. La oscuridad era como un manto protector, que envolvía la casa e iglesia del Santo Cristo de la Luz. Parecía como si nadie pudiera perturbar ese ambiente de paz y de silencio.
Serían las once y media de la noche. El sonido metálico
de la campana de la puerta vino a romper inesperadamente y con insistencia este
silencio claustral de la media noche estrenada. Era un sonar agitado y nervioso,
que hizo saltar del lecho en que dormía tranquilamente al hermano portero de la
comunidad. ¿Quién sería a tan altas horas de la noche? ¿Qué estaría
sucediendo?
¿Qué se pediría de
ellos?
El buen hermano Pablo María destacaba precisamente por
su tranquilidad y su paz. Sin embargo, al oír ese sonar fuerte e insistente de
la campaña a horas tan intempestivas, no pudo menos de asustarse y quedar
desconcertado y sin saber qué hacer. ¿Acudiría a la puerta? ¿Esperaría un poco
más a ver lo que pasaba? De ir, ¿lo haría solo?, ¿o despertaría a algún otro
religioso para que le
acompañase?
Pronto recobra la calma y, con gran valentía y
serenidad, decide ir solo. ¿Cuál no sería su sorpresa. ..y miedo, al abrir la
puerta y encontrarse allí nada menos que con una multitud de hombres fuertemente
armados, envueltos en la oscuridad? Con ademanes amenazadores y sin más
dilación, éstos mandan al hermano que se desaloje inmediatamente el
convento.
"GETSEMANÍ, ÉSTE ES NUESTRO GETSEMANÍ...
"
Pasos silenciosos, sombras y siluetas moviéndose a lo
largo del corredor en penumbra. Cada noche, algo más tarde, solían levantarse
para cantar las alabanzas del Señor en el coro. Ahora, estos hombres de Dios
querían coronar el canto de alabanza de sus vidas con el "amén" festivo de su
fidelidad a
Cristo.
Entraron en la iglesia. Delante del altar les estaba ya
esperando el provincial, el P. Nicéforo, cuya mirada suave y cariñosa se iba
posando sobre cada uno de esos religiosos, en su mayor parte tan
jóvenes.
Ya en el presbiterio y de rodillas ante el altar, el
Padre les dirigió unas palabras que no parecían de él, sino inspiradas
directamente por el Espíritu de Dios. Los pocos que lograron sobrevivir, después
de la tragedia de la guerra, todavía las recordaban textualmente. De tal manera
se les habían grabado en la memoria y en el
corazón:
"Getsemaní":
Les dijo con la mayor emoción-, éste es nuestro
Getsemaní. Conturbada ante la fatídica perspectiva del Calvario, como la de
Jesucristo, también nuestra naturaleza, en su parte débil, en su parte flaca,
desfallece, se acobarda... Pero Jesús está con nosotros. Yo os voy a dar al que
es la fortaleza de los débiles... A Jesús le confortó un ángel, a nosotros es el
mismo Jesús el que nos conforta y nos sostiene... Dentro de pocos momentos,
estaremos con
Cristo...
Moradores del Calvario, ¡ánimo!, ¡a morir por Cristo! A
mí me toca animaros y yo mismo me estimulo con vuestro ejemplo
".
A continuación, el P. Nicéforo dio a todos la absolución
general y él mismo la recibió del P . Germán, el superior de la comunidad.
Luego, se revistió el roquete y la estola y dio a cada religioso la sagrada
comunión. De esta comunión escribiría, años más tarde, uno de los
supervivientes: "¡Qué comunión aquella tan
fervorosa!"
Después de unos momentos de acción de gracias, el P.
Provincial animó todavía a sus religiosos al martirio, recordándoles que ahora
debían probar con su vida que eran seguidores de Cristo Crucificado, que eran
¡pasionistas!
Con solemnidad y misterio, desde el altar el Padre se
dirigió a las puertas de la iglesia, acompañado de sus religiosos. Las abrió de
par en par. Fuera y envueltos en la oscuridad de la noche, le esperaban unos
doscientos milicianos fuertemente armados y apiñados hacia la entrada. Entonces
uno de ellos, destacándose de los demás y con el arma en la mano, se dirigió a
los religiosos y les exigió, amenazador, que abandonasen el convento y la
iglesia.
El P. Nicéforo le contestó sencillamente: "Si quieren
matarnos, háganlo aquí, en la iglesia ". El miliciano no había contado con esta
actitud tan pacífica y valiente. No poco confuso, se dirigió todavía al P.
Nicéforo con estas palabras: "¿Quién ha dicho que queremos mataros? Lo que
queremos es que os vayáis de
aquí".
Escoltados como si fueran malhechores, los religiosos
pasionistas salieron de la iglesia y se internaron en la oscuridad y en lo
desconocido. Ninguno intentó huir ante la muerte. Todos permanecieron fieles al
Señor. Después de haber recibido la eucaristía y de la oración, los Pasionistas
de Daimiel, a ejemplo de Jesús y de los primeros mártires de la Iglesia, se
sintieron ya fuertes y preparados para enfrentarse con su pasión y beber hasta
las heces el cáliz que el Padre celestial les
preparaba.
Pero, ¿adónde los llevaría ahora su camino, en medio de
la oscuridad, tan avanzada la noche y rodeados de
enemigos?
CAMINO DEL
CEMENTERIO
Primero se les dio orden de dirigirse hacia la estación.
Algunos pensaron que allí les dejarían tomar el tren y alejarse. ¡Vana ilusión!
La comitiva cambió pronto de rumbo y tomó otra dirección, esta vez la del
cementerio cercano. Todos estaban convencidos de que allí serían
fusilados.
En filas de dos en dos, escoltados por hombres armados,
caminaban envueltos en la oscuridad de la noche. ¡Silencio! Pero cuanto mayor
era el silencio, tanto más vivo se hacía en ellos el mundo de sus pensamientos.
En aquellos momentos y en la oscuridad de la noche, no podían ser más
siniestros. Uno de los cinco supervivientes describiría así, después de
terminada la guerra, los sentimientos que les embargaban en aquellos trágicos
momentos: "Nuestra excitada fantasía veía ya cavada la tumba. ¿Nos enterrarían
vivos?, ¿o muertos? La muerte nos causaba espanto, pero el pensamiento de que
nos enterrasen vivos era todavía mucho más terrible
".
Pero no, al llegar al cementerio, los hombres del
"frente popular" les dejaron en libertad con la orden de seguir adelante y de no
dejarse ver más por Daimiel y sus cercanías. De no hacerlo así, su vida correría
el mayor
peligro.
Después de haber visto tan de cerca la muerte, los
religiosos dieron un profundo respiro y tuvieron una gran sensación de alivio.
Al llegar a la bifurcación de la carretera de Ciudad Real a Bolaños, se
detuvieron para deliberar. Como no era posible que treinta y un hombres juntos
pasaran desapercibidos las líneas del frente rojo, decidieron dividirse en
grupos. El superior repartió el poco dinero de que disponían y los grupos se
despidieron tomando diferentes caminos. Si todo salía bien, se encontrarían de
nuevo en Madrid; en caso contrario..., en el
cielo.
Con palabras consoladoras, con la mayor emoción se
abrazaron fuertemente y se despidieron como para un largo viaje, muy
probablemente hasta la eternidad, como así les sucedió a todos menos a cinco de
esos
religiosos.
Aunque dejados en libertad, los religiosos eran seguidos
por el "frente popular", que iba informando de sus posibles itinerarios hacia la
capital de España, a veces con consignas como ésta: "Van a pasar por ahí los
pasionistas de Daimiel. ¡Carne fresca! No la dejéis
escapar..."
Al día siguiente, 23 de julio de 1936, serían ya
fusilados en la cercana población de Manzanares los primeros mártires. Cinco,
entre ellos el P. Nicéforo, murieron allí, otros siete podrían todavía
sobrevivir, pero, tres meses más tarde y después de mucho sufrimiento por las
heridas de ese fusilamiento, morirían también fusilados de nuevo. Todos los
demás, en distintos lugares y en diferentes fechas, morirían igualmente
fusilados en Carabanchel Bajo (Madrid), en Carrión de Calatrava (Ciudad Real) y
en Urda (Toledo
).
Todos murieron perdonando, como lo hizo Jesús en la
cruz. "Si alguno nos saca para fusilarnos, diría el P. Juan Pedro. os pedimos
que a nadie tengáis odio ni rencor por mal que nos hagan ". Testigos
presenciales cuentan también que el P. Nicéforo, después de haber sido fusilado
y ya próximo a morir, levantó sus ojos al cielo, volvió su rostro hacia sus
asesinos y les ofreció una sonrisa, lo que les desconcertó hasta el punto de que
uno de ellos, todavía más enfurecido, le recriminó: "Cómo, ¿todavía sonríes?" Y
le disparó a bocajarro otro tiro, que acabó con su vida acá en la
tierra.
Los 26 religiosos pasionistas del convento del Santo
Cristo de la Luz, Daimiel, que dieron su vida por su fidelidad a Cristo y a la
Iglesia
son:
Nicéforo Díez Tejerina, superior provincial y que había
sufrido ya persecución y destierro en México, Germán Pérez Jiménez, superior de
la comunidad, Juan Pedro Bengoa Aranguren, que había sufrido también persecución
por la fe en México, Felipe Valcobado Granado, Ildefonso García Nozal, Pedro
Largo Redondo y Justiniano Cuesta Redondo, sacerdotes; Pablo María Leoz
Portillo, Benito Solana Ruiz, Anacario Benito Lozal y Felipe Ruiz Fraile,
hermanos coadjutores; Eufrasio de Celis Santos, Maurilio Macho Rodríguez, Tomás
Cuartero Gascón y su hermano José María, José Estalayo García, José Osés Sáinz,
Julio Mediavilla Concejero, Félix Ugalde Ururzun, José María Ruiz Martínez,
Fulgencio Calvo Sánchez, Honorino Carracedo Ramos, Laurino Proaño Cuesta,
Epifanio Sierra Conde, Abilio Ramos Ramos y Zacarías Fernández Crespo,
estudiantes de filosofía que, después del noviciado, se estaban preparando para
el
sacerdocio.
Pero los vencidos habían sido los vencedores. Según
confesaron más tarde los mismos asesinos, el P. Juan Pedro y el Hno. Pablo María
murieron con el crucifijo en las manos y gritando: "¡ Cristo
Rey!"
Otra cosa que llama la atención es el gran número de
religiosos jóvenes. Dieciséis de estos Mártires Pasionistas de Daimiel estaban
en edades comprendidas entre los 18 y los 21 años. Ojalá que su ejemplo
despierte en nuestros días la conciencia y el entusiasmo de tantos jóvenes
todavía indecisos y les lleve a orientar su vida hacia ideales altos y nobles,
tal vez incluso a consagrarse como ellos a Dios en la vida religiosa o el
sacerdocio.
Estos 26 Mártires Pasionistas de Daimiel fueron
beatificados por el papa Juan Pablo II el día 1 de octubre de 1989. Sus
reliquias se conservan y veneran en la cripta del convento pasionista de
Daimiel, convertido en casa de ejercicios y centro de espiritualidad. La fiesta
litúrgica se celebra el día 24 de julio
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Autor: Pablo García, C.P | Fuente: Passiochristi.org
Autor: Pablo García, C.P | Fuente: Passiochristi.org
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