Juan Bautista, el precursor
Mateo 11,11-15.
Adviento.
El don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras personas, a través de precursores.
Del santo Evangelio según san Mateo 11,11-15
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «Les aseguro que no ha
surgido entre los hombres nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo,
el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él. Desde que
apareció Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre
violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él. Pues todos los
profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan. Y es que, lo
acepten o no, él es Elías, el que tenía que venir. El que tenga oídos,
que oiga».
Oración introductoria
Señor, creo en Ti, confío en tu misericordia y te amo sobre todas las
cosas. Quiero oírte para ser fiel en mi esfuerzo constante por alcanzar
tu Reino. Que este rato de intimidad contigo me fortalezca y me anime a
seguirte con entusiasmo y fidelidad, cueste lo que cueste.
Petición
Jesús, dame la gracia de vivir con un espíritu de lucha aprovechando los innumerables dones que me concedes.
Meditación del Papa
En la narración evangélica de Mateo está la alegría porque, no obstante
todos los rechazos y las oposiciones, hay "pequeños" que acogen su
palabra y se abren al don de la fe en Él. El Himno de júbilo, de hecho,
está precedido por el contraste entre el elogio de Juan el Bautista,
uno de los "pequeños" que han reconocido la actuación de Dios en
Jesucristo, y la acusación por la incredulidad de las ciudades del lago
"en las que se habían producido la mayor parte de sus prodigios".
Mateo considera este júbilo en relación con las palabras con las que
Jesús constata la eficacia de su palabra y de su acción: "Id y contad a
Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven y los paralíticos
caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos
resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel
para quien yo no sea motivo de escándalo!" Benedicto XVI, 7 de diciembre de 2011.
Reflexión
Juan Bautista aparece en el Evangelio como la figura del hombre que
precede a Cristo. Y no cabe duda que la misión de Juan Bautista, la
misión de preparar el camino del Redentor, la misión de precursor se
encaja en su vida como algo que él tiene que vivir, que tiene que
aceptar.
La vocación de Juan Bautista no se da simplemente por el hecho de que
Dios llama a su vida; también se da, se cuaja, se fecunda, se madura
porque, con su libertad, Juan Bautista acepta esta misión. Ya su padre
Zacarías había hablado de su misión cuando Juan es llevado a
circuncidar. Zacarías dice que ese niño "será llamado Profeta del
Altísimo porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, para
anunciar a su pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados".
Esta es la misión del precursor, ser el hombre que va delante del
Señor, que prepara sus caminos y que anuncia el gran don que es el
perdón de los pecados. Lo que hace grande a Juan es que la misión que
Dios le propone, él la lleva a cabo. Y el hecho de que sea el
precursor, de alguna manera, se convierte para Juan Bautista no sólo en
un motivo de gloria para él, sino que también se convierte en el modo
en el que él llega a nuestras vidas.
También en cada uno de nosotros se realiza una misión semejante. En
cierto sentido, cada uno de nosotros es un precursor, es un hombre o una
mujer que va delante en el camino de la Redención. Todos estamos
llamados, al igual que Juan Bautista, a realizar, a llevar a cabo
nuestra misión.
¿Hasta qué punto valoramos la misión que se nos encomienda? ¿Sabemos
apreciar el don que hemos recibido? Un don que, como dirá Zacarías, no
es otra cosa sino "el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que
viven en tinieblas y en sombras de muerte y para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz". Ese es el don que recibimos, el don que
Cristo viene a traer.
Pero, el don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras
personas, a través de precursores. ¿Yo valoro el don de Cristo, el don
que yo puedo dar a mis hermanos? ¿Me doy cuenta de la inmensa riqueza
que supone para mi vida, pero también la inmensa riqueza que supone
para los demás? Cuántos hombres -como dirá también Zacarías- viven en
manos de sus enemigos y en manos de todos los que los aborrecen. Cuántos
hombres y mujeres son atacados, denigrados, humillados, hundidos,
manipulados.
Y sin embargo, la misericordia de Dios tiene que llegar a sus vidas.
Pero ¿cómo va a llegar si no hay nadie que lo proclame, si no hay nadie
que vaya delante del Señor para preparar sus caminos y anunciar a su
pueblo la salvación? ¿Cuántos corazones no podrán encontrarse con
Cristo en esta Navidad?
En estos días en que nos estamos preparando de una forma más intensa
para el Nacimiento de Nuestro Señor, tendríamos que preguntarnos
¿cuántos corazones, por mi omisión, por mi falta de delicadeza, por mi
falta de preocupación, quedarán sin encontrarse con Dios? ¿Cuántos
corazones en las familias, cuántos corazones en el ambiente, cuántos
corazones en el ámbito laboral y social no van a saber que Cristo nace
para ellos y por ellos? ¿No va a haber nadie que se los enseñe, no va a
haber nadie que les predique el camino de la Salvación?
¿Podremos ser tan egoístas como para cerrar el conocimiento de la
salvación a los demás? Nuestro corazón no puede pensar tanto en sí mismo
como para olvidarse del don que tiene para dárselo a otro. Es una
tarea que tenemos que hacer; pero no la podemos hacer si no valoramos
primero el don que podemos tener en nuestras manos, si no somos
nosotros los que acogemos, los que recibimos el don de Dios. Un don que
tiene que vivirse, que tiene que manifestarse, de una manera muy
especial, a través de nuestro testimonio de vida; un don que no es
tanto la teoría y consejos que podemos decir a los demás, sino sobre
todo, lo que nosotros estamos haciendo con nuestra vida.
¡De qué poco nos serviría decir que valoramos mucho el don de Cristo
que viene en esta Navidad si no lo transmitiéramos, si no lo diéramos a
los demás! ¡De qué poco serviría que dijéramos que queremos ser estos
profetas del Altísimo que van delante del Señor para preparar sus
caminos, si nuestra vida no se transforma, si nuestra vida no recibe esa
visita de Dios, si nuestra vida no quiere ser recibida por Cristo
nuestro Señor! No se puede, es imposible. Antes que redimir a otros, hay
que redimir mi corazón, hay que cambiar mis actitudes, hay que cambiar
mi comportamiento. Tengo que ser el primer redimido. Tengo que
redimir mi corazón, tengo que cambiar mis actitudes, tengo que ser el
primero que acepta a Cristo como el que me salva de mis pecados, como
el que me salva de mis fragilidades.
Jesús en el Evangelio dice: "El que tenga oídos para oír, que oiga",
que es una forma hebrea de decir que quien esté dispuesto, quien
quiera, que escuche mi palabra. Pero hay una cosa muy clara, ninguno de
nosotros entrará en el camino de la paz que Zacarías profetiza cuando
ve a su hijo, si no somos capaces de oír lo que Dios nos pide, el
cambio concreto que Dios pide a cada uno.
Propósito
"No niegues un beneficio al que lo necesita, siempre que en tu poder esté el hacerlo" (Pr 3, 27).
Diálogo con Cristo
Jesucristo, dame la gracia de ser decidido y audaz para saber
trasmitir mi fe a los demás. Concédeme ser valiente y persistente,
buscando caminos para la nueva evangelización. Haz que sea capaz de
dejar mis gustos y mis pareceres, para que, en todo momento, sepa
armonizar la diversidad con la caridad.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
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