San Urbicio, Monje
eremita en la Sierra de Guara Oscense
Diciembre 15
Simpático santo
mitad español y mitad francés.
Urbicio o
Urbe no es recordado porque ejerciera funciones eclesiásticas, quiero decir que
no fue cura, ni fraile, ni obispo, ni papa. Tampoco es celebrado como mártir que
sufriera crueles tormentos y entregara cruentamente su vida por la religión. No
se debe su veneración a funciones de gobierno hechas ejemplarmente con visión
cristiana de las realidades temporales, como sucede con tantos reyes y
gobernantes cuya gestión les sirvió para ejercitar de modo heroico las virtudes.
Ni es fundador de una familia religiosa. Ciertamente esto es a lo que nos tiene
acostumbrados la más común hagiografía de los santos.
La leyenda sobre su
vida nos lo presenta como nacido en Burdeos. Los moros que dominan España entran
en Aquitania y lo hacen cautivo, cuando sólo tenía catorce años, junto con su
madre Asteria. Madre e hijo llevan a partir de entonces su esclavitud con
espíritu cristiano y anhelando siempre el tiempo de su liberación. Cuando la
consigue Asteria, todos sus esfuerzos van encaminados a recaudar fondos con los
que liberar a su hijo; pero, muere sin llegar a conseguirlo. Vive Urbicio en su
cautiverio, y de modo ejemplar, aquellas virtudes que el Apóstol Pablo
recomienda a los esclavos cristianos en las relaciones con sus dueños: sirve a
su amo pensando que sirve al Amo de todos, se ejercita en la humildad, da
ejemplo de honradez y de pureza; se hace notar por su continua y sincera piedad.
El asunto de su libertad, estando en tierra hispana, lo tiene puesto es las
manos de los niños santos de Alcalá, los santos Justo y Pastor.
Su
libertad, cuando llega, la atribuye a la intercesión de estos santos de los que
se siente deudor. Programa y realiza un viaje de agradecimiento a Alcalá y,
viendo allí los peligros de profanación a que están expuestas las reliquias, las
roba y lleva consigo a Burdeos.
La última fase de su vida se sitúa en
Huesca donde está retirado y entregado a la oración, en completa pobreza y dura
penitencia. En el valle de Nocito reproduce el antiguo estilo de los anacoretas
egipcios. La gente del lugar visita al hombre santo ansiosa de recibir la
instrucción cristiana que sale firme y bondadosa de su boca, se admira de su
austeridad y se siente movida al amor a Dios y caridad con el prójimo ante su
ejemplo.
Muere en el año 802.
El piadoso relato,
adornado con recursos imaginativos, posiblemente supuso una ayuda importante
para los cristianos que, en aquel momento histórico, sufrían duramente por el
hecho de ser discípulos de Jesucristo. Quizá mantuvo en la fe a muchos y a lo
mejor hasta les animó a practicar con valentía la piedad concomitante a la fe.
Incluso debió responsabilizar a más de uno a ser catequista —apóstol— para los
demás.
Hoy también nos vendría bien el impacto de unos cuantos "Urbes"
bien repartidos por el Orbe. Seguro que existen. Sólo hay que
descubrirlos.
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Autor: Archidiócesis de
Madrid
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