San Alberico de Citeaux, 2do Abad del Cister
Enero 26
Martirologio Romano: En el monasterio de Cister, en Borgoña (hoy
Francia), san Alberico, abad, que, siendo monje en Molesmes, fue uno de
los primeros religiosos que fundaron el nuevo monasterio y, habiendo
sido elegido abad, dirigió el cenobio sobresaliendo por su celo en
procurar la formación de sus monjes, como verdadero amante de la Regla y
de los hermanos (1109).
Los
esfuerzos de San Alberico por encontrar un instituto religioso que
correspondiese a sus aspiraciones de gran perfección arrojan una luz que
nos hace temblar, sobre el temperamento de acero de los monjes del
siglo XII. No sabemos nada de la niñez de Alberico. Cuando oímos hablar
de él por primera vez, formaba parte de un grupo de siete ermitaños que
vivían en el bosque de Collan, no lejos de Chatillon-sur-Seine.
Ahí habitaba cierto abad Roberto, hombre de buena familia y muy
reputado por su virtud. A pesar de que había fracasado anteriormente en
el gobierno de una comunidad de monjes revoltosos, los ermitaños
lograron con cierta dificultad que Roberto aceptase ser su superior, y
en 1075, emigraron a las cercanías de Molesmes, donde construyeron un
monasterio. Roberto era el abad y Alberico el prior. Pronto empezaron a
llover regalos al monasterio; la comunidad aumentó, pero el fervor
decayó. Durante cierta época, un grupo de monjes se rebeló contra la
disciplina religiosa. Roberto, desalentado, se retiró del monasterio.
Alberico ocupó su lugar e intentó restablecer el orden; pero los monjes
le golpearon y le encerraron finalmente. Alberico y un inglés llamado
Esteban Harding, no pudiendo ya soportar tal estado de cosas,
abandonaron también el monasterio. Probablemente cuando el pueblo se
enteró de la rebelión, las limosnas empezaron a escasear y entonces los
rebeldes prometieron enmienda. Roberto, Alberico y Esteban re tornaron
al monasterio. Pero pronto reaparecieron los síntomas de la relajación, y
Alberico parece haber lanzado la idea de partir con un grupo de los más
fervorosos a fundar aparte una comunidad más observante.
Así se hizo y, en 1098, veintiún monjes se establecieron en Cister, un
poco al sur de Dijón, a unos cien kilómetros de Molesmes. Tales fueron
los principios de la gran Orden Cisterciense. Roberto, Alberico y
Esteban fueron elegidos abad, prior, y subprior, respectivamente. Pero
poco después, San Roberto retornó a la comunidad de Molesmes, y Alberico
le sucedió en el cargo de abad, de manera que a él deben atribuirse con
toda probabilidad, algunas de las principales características de la
reforma cisterciense. Se trataba de una restauración de la primitiva
observancia benedictina, pero con mucho más austeridad.
Una de
las manifestaciones externas del cambio fue la adopción del hábito
blanco, con escapulario negro y capucha, para los monjes de coro. Según
la leyenda, este cambio se debió a un deseo que comunicó la Santísima
Virgen a San A1berico en una aparición. Una modificación más profunda
fue la institución de una clase especial de "fratres conversi" o
hermanos legos, a los que se confió el trabajo casero y, sobre todo, la
explotación de las granjas distantes del convento. Sin embargo, todos
los monjes estaban obligados en alguna forma al trabajo manual. El coro
fue simplificado y abreviado; y se dejó más tiempo para la oración
privada.
Alberico no gobernó durante mucho tiempo, y
probablemente muchos de los rasgos característicos en la organización
definitiva del Cister se deben a su sucesor, San Esteban. Fue él quien
nos dejó la noticia más personal sobre San Alberico, en una exhortación
que pronunció con motivo de la muerte de éste, ocurrida el 26 de enero
de 1109: "A todos nos afecta igualmente esta gran pérdida -dijo-, y
difícilmente podré consolaros yo, que necesito de consuelo tanto como
vosotros. Vosotros habéis perdido a un padre y a un director de vuestras
almas; yo no sólo he perdido a un padre y un guía, sino también a un
amigo, a un compañero de armas, a un valiente soldado del Señor, a quien
nuestro venerable padre Roberto había educado con ciencia y piedad
admirables, desde los primeros días de nuestro instituto monástico... Ha
quedado entre nosotros el cuerpo de nuestro amado padre como una forma
de su presencia, y él nos ha llevado consigo al cielo en su corazón...
El guerrero ha triunfado, el atleta ha recibido el premio merecido, el
vencedor ha ganado su corona; dueño ya del triunfo, pide que también a
nosotros no sea concedida la palma de los vencedores... No lloremos por
el soldado que descansa ya; lloremos más bien por nosotros que seguimos
en el frente de batalla, y transformemos en oraciones nuestras palabras
de tristeza, rogando a nuestro padre triunfante que no permita que el
león rugiente y el feroz enemigo nos derroten".
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Fuente: oremosjuntos.com
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