Beata María de la Caridad del Espíritu Santo Brader, Fundadora
Febrero 27
Virgen y Fundadora de la Congregación de Franciscanas Hijas de María Inmaculada
Martirologio Romano: En la ciudad de Pasto, en Colombia, beata María de
la Caridad del Espíritu Santo (Carolina) Brader, virgen, que supo
conjugar admirablemente la vida contemplativa con la actividad misionera
y, para promover la formación cristiana, fundó las Hermanas
Franciscanas de María Inmaculada (1943)
Fecha de beatificación: 23 de marzo de 2003 por el Papa Juan Pablo II
Caridad Brader, hija de Joseph Sebastián Brader y de María Carolina
Zahner, nació el 14 de agosto de 1860 en Kaltbrunn, St. Gallen (Suiza).
Fue bautizada al día siguiente con el nombre de María Josefa Carolina.
Dotada de una inteligencia poco común y guiada por las sendas del saber
y la virtud por una madre tierna y solícita, la pequeña Carolina
moldeaba su corazón mediante una sólida formación cristiana, un intenso
amor a Jesucristo y una tierna devoción a la Virgen María.
Conocedora del talento y aptitudes de su hija, su madre procuró darle
una esmerada educación. En la escuela de Kaltbrunn hizo, con gran
aprovechamiento, los estudios de la enseñanza primaria; y en el
instituto de María Hilf de Altstätten, dirigido por una comunidad de
religiosas de la Tercera Orden Regular de san Francisco, los de
enseñanza media.
Cuando el mundo se abría ante ella atrayéndola
con todos sus halagos, la voz de Cristo empezó a hacer eco en su
corazón y decidió abrazar la vida consagrada. Esta elección de vida,
como era previsible, provocó en primera instancia la oposición de su
madre, dado que ésta era viuda y Carolina su única hija.
El 1
de octubre de 1880 ingresó en el convento franciscano de clausura «María
Hilf», en Altstätten, que regentaba un colegio como servicio necesario a
la Iglesia católica de Suiza.
El primero de marzo de 1881
vistió el hábito de Franciscana, recibiendo el nombre de María Caridad
del Amor del Espíritu Santo. El 22 de agosto del siguiente año emitió
los votos religiosos. Dada su preparación pedagógica, fue destinada a la
enseñanza en el colegio adosado al monasterio.
Abierta la
posibilidad para que las religiosas de clausura pudieran dejar el
monasterio y colaborar en la extensión del Reino de Dios, los obispos
misioneros, a finales del siglo XIX, se acercaron a los conventos en
busca de monjas dispuestas a trabajar en los territorios de misión.
Monseñor Pedro Schumacher, celoso misionero de san Vicente de Paúl y
Obispo de Portoviejo (Ecuador) escribió una carta a las religiosas de
María Hilf, pidiendo voluntarias para trabajar como misioneras en su
diócesis.
Las religiosas respondieron con entusiasmo a esta
invitación. Una de las más entusiastas para marchar a las misiones era
la Madre Caridad Brader. La beata María Bernarda Bütler, superiora del
convento que encabezará el grupo de las seis misioneras, la eligió entre
las voluntarias diciendo: «A la fundación misionera va la madre
Caridad, generosa en sumo grado, que no retrocede ante ningún sacrificio
y, con su extraordinario don de gentes y su pedagogía podrá prestar a
la misión grandes servicios».
El 19 de junio de 1888 la Madre
Caridad y sus compañeras emprendieron el viaje hacia Chone, Ecuador. En
1893, después de duro trabajo en Chone y de haber catequizado a
innumerables grupos de niños, la Madre Caridad fue destinada para una
fundación en Túquerres, Colombia.
Allí desplegó su ardor
misionero: amaba a los indígenas y no escatimaba esfuerzo alguno para
llegar hasta ellos, desafiando las embravecidas olas del océano, las
intrincadas selvas y el frío intenso de los páramos. Su celo no conocía
descanso. Le preocupaban sobre todo los más pobres, los marginados, los
que no conocían todavía el evangelio.
Ante la urgente necesidad
de encontrar más misioneras para tan vasto campo de apostolado, apoyada
por el padre alemán Reinaldo Herbrand, fundó en 1894 la Congregación de
Franciscanas de María Inmaculada. La Congregación se surtió al inicio
de jóvenes suizas que, llevadas por el celo misionero, seguían el
ejemplo de la Madre Caridad. A ellas se unieron pronto las vocaciones
autóctonas, sobre todo de Colombia, que engrosaron las filas de la
naciente Congregación y se extendieron por varios países.
La
Madre Caridad, en su actividad apostólica, supo compaginar muy bien la
contemplación y la acción. Exhortaba a sus hijas a una preparación
académica eficiente pero «sin que se apague el espíritu de la santa
oración y devoción». «No olviden —les decía— que cuanto más instrucción y
capacidad tenga la educadora, tanto más podrá hacer a favor de la santa
religión y gloria de Dios, sobre todo cuando la virtud va por delante
del saber. Cuanto más intensa y visible es la actividad externa, más
profunda y fervorosa debe ser la vida interior».
Encauzó su
apostolado principalmente hacia la educación, sobre todo en ambientes
pobres y marginados. Las fundaciones se sucedían donde quiera que la
necesidad lo requería. Cuando se trataba de cubrir una necesidad o de
sembrar la semilla de la Buena Nueva, no existían para ella fronteras ni
obstáculo alguno.
Alma eucarística por excelencia, halló en
Jesús Sacramentado los valores espirituales que dieron calor y sentido a
su vida. Llevada por ese amor a Jesús Eucaristía, puso todo su empeño
en obtener el privilegio de la Adoración Perpetua diurna y nocturna, que
dejó como el patrimonio más estimado a su comunidad, junto con el amor y
veneración a los sacerdotes como ministro de Dios.
Amante de
la vida interior, vivía en continua presencia de Dios. Por eso veía en
todos los acontecimientos su mano providente y misericordiosa y
exhortaba a los demás a «Ver en todo la permisión de Dios, y por amor a
Él, cumplir gustosamente su voluntad». De ahí su lema: «Él lo quiere»,
que fue el programa de su vida.
Como superiora general, fue la
guía espiritual de su Congregación desde 1893 hasta el 1919 y de 1928
hasta el 1940, año en el que manifestó, en forma irrevocable, su
decisión de no aceptar una nueva reelección. A la superiora general
elegida le prometió filial obediencia y veneración. En 1933 tuvo la
alegría de recibir la aprobación pontificia de su Congregación.
A los 82 años de vida, presintiendo su muerte, exhortaba a sus hijas:
«Me voy; no dejen las buenas obras que tiene entre manos la
Congregación, la limosna y mucha caridad con los pobres, grandísima
caridad entre las Hermanas, la adhesión a los obispos y sacerdotes».
El 27 de febrero de 1943, sin que se sospechara que era el último día
de su vida, dijo a la enfermera: «Jesús, ...Me muero». Fueron las
últimas palabras con las que entregó su alma al Señor.
Apenas
se divulgó la noticia de su fallecimiento, comenzó a pasar ante sus
restos mortales una interminable procesión de devotos que pedían
reliquias y se encomendaban a su intercesión.
Los funerales
tuvieron lugar el 2 de marzo de 1943, con la asistencia de autoridades
eclesiásticas y civiles y de una gran multitud de fieles, que decían:
«ha muerto una santa».
Después de su muerte, su tumba ha sido meta constante de devotos que la invocan en sus necesidades.
Las virtudes que practicó se conjugan admirablemente con las
características que su Santidad Juan Pablo II destaca en su Encíclica
«Redemptoris Missio» y que deben identificar al auténtico misionero.
Entre ellas, como decía Jesús a sus apóstoles: «la pobreza, la
mansedumbre y la aceptación de los sufrimientos».
La Madre
Caridad practicó la pobreza según el espíritu de san Francisco y mantuvo
durante toda la vida un desprendimiento total. Como misionera en Chone,
experimentó el consuelo de sentirse auténticamente pobre, al nivel de
la gente que había ido a instruir y evangelizar. Entre los valores
evangélicos que como fundadora se esforzó por mantener en la
Congregación, la pobreza ocupaba un lugar destacado.
La
aceptación de los sufrimientos, según el Papa, son un distintivo del
verdadero misionero. !Qué bien encontramos realizado este aspecto en la
vida espiritual de la Madre Caridad! Su vida se deslizó día tras día
bajo la austera sombra de la cruz. El sufrimiento fue su inseparable
compañero y lo soportó con admirable paciencia hasta la muerte.
Otro aspecto de la vida misionera que destaca el Papa es la alegría
interior que nace de la fe. También la Madre Caridad vivió intensamente
esa alegría en medio de su vida austera. Era alegre de ánimo y quería
que todas su hijas estuvieran contentas y confiaran en el Señor.
Estas y muchas otras virtudes fueron reconocidas por la Congregación de
las Causas de los Santos y aprobadas como primer paso para llegar a la
Beatificación.
Se diría que Dios ha querido ratificar la
santidad de la Madre Caridad con un admirable milagro concedido por su
intercesión en favor de la niña Johana Mercedes Melo Díaz. Una
encefalitis aguda había producido un daño cerebral que le impedía el
habla y la deambulación. Al término de una novena que hizo su madre con
fe viva y profunda devoción, la niña pronunció las primeras palabras
llamando a su madre y comenzó a caminar espontáneamente, adquiriendo en
poco tiempo la normalidad. Ella estubo presente para agradecer a la
Madre Caridad en la solemne Beatificación realizada por S.S. Juan Pablo
II el 23 de Marzo de 2003.
=
Fuente: Vatican.va
MADRES SANTA... GRACIAS POR TODO
ResponderBorrar