Beata Ana Schaeffer, Laica, Apóstol del sufrimiento
Octuber 5
Anna Schaffer nació 18 el 1882 de febrero en la parroquia de Mindelstetten, entre Regensburg y Ingolstadt en el corazón de Baviera (Alemania). Niña callada, reservada, ella aprendió la piedad y el amor de Dios de su madre que la enseñó ser una buena cristiana. Después de hacer la Primera Comunión, ella se ofreció al Señor, siendo su más caro deseo entrar en una orden de hermanas misioneras.
Estudió leyes, profesión que ejerció por un tiempo, intentando ganar lo necesario para poder obtener la dote necesaria para su ingreso. Su vida fue marcada el 4 de febrero de 1901, estando en la casa del guardabosques de Stammham sufrió un horrible accidente de trabajo en el que sus dos piernas se quemaron desde los pies hasta por sobre las rodillas.
Los doctores intentaron ayudarla, pero sin éxito, quedando ella invalida, aquejada por terribles dolores y postrada en su cama, pero fue desde ahi que inició su labor de apostolado mediante correspondencia y testimoniales por escrito.
Fueron venticuatro años los que ella soportó su dolor, ofreciendolo siempre al Señor, hasta que falleció el 5 de Octubre de 1925.
Su santidad Juan Pablo II, durante la ceremonia de beatificación de la beata Ana Schäffer el domingo 8 de marzo de 1999 nos dijo:
Cuando finalmente dirigimos nuestra mirada a la beata Ana Schäffer, leemos su vida precisamente como un comentario viviente de lo que san Pablo escribió a los romanos: «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5).
Cuanto más se transformaba su vida en un calvario, tanto más fuerte era en ella la convicción de que la enfermedad y la debilidad podían ser las líneas en las que Dios escribía su evangelio. Llamaba a su habitación de enferma «taller del dolor», para conformarse cada vez más con la cruz de Cristo. Hablaba de tres llaves, que Dios le había concedido: «La más grande es de hierro y muy pesada, son mis sufrimientos. La segunda es la aguja, y la tercera, la pluma. Con todas estas llaves quiero trabajar día tras día, para poder abrir la puerta del cielo».
Entre atroces dolores, Ana Schäffer tomaba conciencia de la responsabilidad que cada cristiano tiene de la santidad de su prójimo. Por eso utilizó su pluma. Su lecho de enferma se convierte en la cuna de un apostolado epistolar muy amplio. Las pocas fuerzas que le quedan las emplea en el bordado, para de esta forma dar a los demás un poco de alegría. Pero, tanto en sus cartas como en sus labores manuales, su razón de vida es el Corazón de Jesús, símbolo del amor divino. Así, representa las llamas del Corazón de Jesús no como lenguas de fuego, sino como espigas de trigo. La Eucaristía, que Ana Schäffer recibía diariamente de su párroco, es sin duda, su punto de referencia. Por ello, esa representación del Corazón de Jesús será característica de la nueva beata.
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Autor: Xavier Villalta
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