Amarás a Dios con todo tu corazón
Mateo 22, 34-40.
Tiempo Ordinario.
Pero el amor hay que demostrarlo más con nuestros comportamientos que con buenos deseos.
Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40
Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los
saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de
ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?»
Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El
segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De
estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».
Oración introductoria
Jesús,
lo más importante en mi vida debe ser el amor, a Ti y a los demás. Por
ello, tener un diálogo de amor personal contigo es mi gran anhelo.
Aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad para ser perseverante en la
oración.
Petición
Cristo, Rey nuestro, quiero amarte con todo micorazón y todas mis fuerzas.
Meditación del Papa Francisco
Leyendo
las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no
es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor
tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos
personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría
constituir una "caridad a la carta", una serie de acciones tendentes
sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de
Dios; se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que
Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de
fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces,
tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar
consecuencias sociales. (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 180)
Reflexión
Recuerdo que hace unos años me encontré con un señor en el tren,
mientras viajaba de Roma a Florencia. Comenzamos a conversar y, en un
momento dado, me dice este buen hombre: –"Padre, yo soy muy católico,
igual que toda mi familia. Desde pequeño he sido siempre muy creyente".
Como me lo decía tan convencido, ponderándomelo tanto, yo me permití
preguntarle si iba a misa los domingos y si rezaba todos los días al
menos una breve oración. ¡Y cuál no fue mi sorpresa al escucharle decir:
–" Padre –me respondió muy serio– soy católico, pero no fanático". Me
sorprendí tanto que no supe si echarme a reír o a llorar... Me parecía
casi increíble lo que oía.
Creo que hoy muchos cristianos –o que se dicen cristianos– cometen el
grandísimo error de disociar su fe y su comportamiento: afirman creer y
amar a Dios, pero luego no hacen nada para probar su fe y su amor a Él.
Como el caso de la chica que te conté la semana pasada. ¿Te acuerdas?
En el evangelio de hoy vemos a uno de los fariseos que se acerca a
nuestro Señor para preguntarle cuál es el primer mandamiento; y
Jesucristo le responde sin vacilar: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". Ésta era la fórmula
más sagrada y solemne para un israelita y constituía como el "corazón"
de toda la Ley. La llamaban el "shemá" y todo judío piadoso lo conocía
de memoria. Al igual que nosotros, los cristianos, aprendimos de memoria
desde niños el primer mandamiento de la ley de Dios.
Hemos oído miles de veces y tenemos archisabido que "el primer
mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas”, y pensamos que de
verdad lo amamos, aunque nuestras obras desdigan lo que afirman nuestras
palabras. Pero el amor hay que demostrarlo más con nuestros
comportamientos que con buenos deseos o sentimientos. "Obras son amores
–reza el refrán popular–, que no buenas razones".
¿Qué pensaríamos nosotros de cualquier persona –podrías ser también tú
mismo-- que dijera amar mucho a sus padres o a sus abuelos, pero que
nunca fuera a visitarlos a su casa dizque porque "no tiene tiempo",
porque viven muy lejos, o simplemente porque "no le nace"? ¿Verdad que
eso nunca sucede en la vida real? Sería inconcebible, pues el amor nos
lleva a estar cerca de los seres a quienes amamos. Y entonces, ¿por qué
con Dios nos comportamos de esa manera? Decimos que lo amamos, pero no
estamos dispuestos a visitarlo ni siquiera media horita cada semana.
¿Cada semana? ¡Ojalá fuera al menos cada semana! Y en ocasiones ni nos
acordamos de Él a lo largo del día, al menos que "nos urja" pedirle
algún favor. Es que somos a veces demasiado interesados...
A este primer mandamiento, nuestro Señor añade otro: "Amar al prójimo
como a uno mismo". Es el mandamiento de la caridad, que es igual de
importante que el primero. Es más, "quien dice amar a Dios a quien no
ve, pero no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso", nos dice san
Juan. Y el mismo Cristo afirma que "de estos dos mandamientos penden
toda la Ley y los profetas". O sea que aquí se halla resumida toda la
revelación bíblica. Éste fue el "mandamiento nuevo" que Él vino a
traernos; éste es el núcleo del Evangelio y la esencia del cristianismo.
Quien no vive el mandato de la caridad, simplemente no puede llamarse
cristiano.
Pero, bueno, para hablar con calma de esto necesitaríamos de mucho más
tiempo. Espero poder tratarlo en otra ocasión. Basta con que nos
quedemos ahora con lo primero. Si vamos a visitar a nuestro Señor al
menos cada semana en la Misa dominical y nos acordamos de conversar con
Él algún ratito durante el día, creo que Él se sentirá feliz porque le
mostramos nuestro amor filial con obras. Pero, además, nuestra vida
cristiana mejorará de una manera muy notable. Entonces amaremos de
verdad a Dios con nuestro comportamiento y no sólo con buenos
sentimientos o palabras bonitas.
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Por: P. Sergio Cordova LC | Fuente: Catholic.net
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