-Tomás: Fue muerto de una lanzada en Coromandel, India.
Muerte de Santo Tomás
Estando el apóstol Tomás en Cesarea se le apareció el Señor y le dijo:
- Gondóforo, el rey de la India, ha enviado a su ministro Abanés en
busca de un buen constructor. Ven conmigo y yo te presentaré a él.
Tomás le respondió:
- Señor, envíame a donde quieras, pero no al país de los indios.
Jesucristo insistió:
- Ve tranquilo, no tengas miedo; yo te protegeré. Cuando los hayas convertido volverás a mí enarbolando la palma del martirio.
Tomás accedió, diciendo:
- Tú eres mi Señor y yo tu siervo; hágase tu voluntad.
Jesucristo entonces se acercó al ministro del rey que deambulaba por la plaza y le preguntó:
- ¿Qué haces por aquí, buen hombre?
Abanés contestó:
- Ando buscando por orden de mi rey siervos competentes en el arte de
la construcción, porque quiere que le edifiquen un palacio parecido a
los que hay en Roma.
Entonces el Señor le ofreció a Tomás, asegurándole que era muy experto en la materia. Abanés lo aceptó y se lo llevó consigo.
En cuanto llegaron a su destino, Tomás trazó los planos de un magnífico
palacio; el rey le retribuyó su trabajo entregándole un riquísimo
tesoro que él distribuyó entre la gente del pueblo, y en seguida el
monarca se ausentó de la capital de su reino y se marchó a otra
provincia. Tras dos años de ausencia, regresó el rey y grandes
dificultades surgieron de la prédica de Santo Tomás, porque éstas
molestaban al soberano pagano, pero numerosos milagros sacaron sin
problemas al apóstol de los peligros, tras los cuales se fue a
evangelizar al norte del país.
Una de las personas convertidas
por él a la fe de Cristo fue Síntique, amiga de Migdonia, esposa de
Casisio, cuñado del rey. Cuando Migdonia supo que su amiga Síntique se
había hecho cristiana, le dijo:
- ¿Crees que podré yo ver al apóstol?
Síntique le respondió que sí y le dio este consejo:
- Cambia tus ricos vestidos por otros muy humildes, únete a uno de esos
grupos de mujeres pobres que van con frecuencia a oírle predicar y,
mezclada entre ellas, escúchale atentamente.
Así lo hizo
Migdonia. Aquel día Tomás comenzó a hablar con flamígero entusiasmo y
Migdonia, tras la predicación, abrazó la fe de Cristo. Al enterarse su
esposo, puso esto en conocimiento del rey, que mandó encerrar al apóstol
y envió a la reina a convencer a su hermana del error de haberse hecho
cristiana. Pero contrariamente a lo previsto, no sólo Migdonia no se
pervirtió, sino que convirtió a su hermana, la reina.
- Cuando
salí de casa – dijo ella explicándose al volver – creía como vosotros
que Migdonia, mi hermana, había cometido una enorme estupidez; pero me
he convencido de que ha obrado con gran sabiduría; ella me puso en
contacto con el apóstol y él me ha hecho conocer el camino de la verdad y
comprender claramente que los verdaderos necios son quienes no creen en
Cristo.
Mandó entonces el rey que fuesen en busca del apóstol y
que atado de pies y manos lo trajeran a su presencia. Cuando lo tuvo
ante sí le ordenó que convenciera a las mujeres de su error. Una larga
discusión nació entonces, en que el apóstol defendió la fe de Cristo con
toda su alma.
Entonces, por consejo de Casisio, ordenó el rey
que encerraran al siervo de Cristo en un horno encendido, cuyo fuego se
apagó en cuanto el apóstol penetró en él; y de él salió sano y salvo al
día siguiente. En vista de este prodigio, Casisio propuso a su cuñado
que, para que aquel poderoso hombre perdiera la protección divina e
incurriera en la ira de su dios, le obligase a ofrecer sacrificios al
sol; pero Tomás, cuanto trataron de forzarle a que cometiera este acto
de idolatría dijo al monarca:
- Tú vales mucho más que esa
imagen que has mandado construir. ¡Oh idólatra, despreciador del Dios
verdadero! ¿Crees que va a ocurrir eso que te ha dicho Casisio? ¿Crees
que si adoro a tu señor voy a incurrir en la ira del mío? Nada de eso;
quien incurrirá en la indignación de mi Dios será ese ídolo tuyo. Voy a
postrarme ante él; verás como, tan pronto como me arrodille ante esa
imagen del sol, mi Dios la destruirá. Voy a adorar a tu divinidad; pero
antes hagamos un trato: si cuando yo adore a tu dios el mío no lo
destruye, te doy mi palabra de que ofreceré sacrificios en honor de esa
imagen; mas si lo destruye tu creerás en el mío. ¿Aceptas?
- ¿Cómo te atreves a hablarme de igual a igual? – replicó indignado el rey.
Acto seguido, Tomás en su lengua natal mandó al demonio alojado en la
imagen del sol que, tan pronto como él doblara sus rodillas ante el
ídolo, lo destruyera. Después se prosternó en tierra y dijo:
-
Adoro, pero no a este ídolo; adoro, pero no a esta mole de metal; adoro,
pero no a lo que esta imagen representa; adoro, sí, pero adoro a mi
Señor Jesucristo en cuyo nombre te mando a ti, demonio, escondido en el
interior de esta efigie, que ahora mismo la destruyas.
En aquel
preciso instante la imagen, que era de bronce, se derritió cual si
estuviera hecha de cera. Los sacerdotes paganos encargados del culto del
malogrado ídolo, al ver lo ocurrido, bramaron de indignación y el
pontífice que los presidía exclamó:
- ¡Yo vengaré la injusticia que acabas de hacer a mi dios!
Mientras pronunciaba la anterior amenaza, se apoderó de una espada y con ella atravesó el corazón del apóstol.
Así murió Tomás. El rey y Casisio, viendo que gran parte de cuantos
habían presenciado el asesinato del santo trataban de vengar su muerte
intentando apoderarse del pontífice para quemarlo vivo, llenos de miedo,
huyeron de allí.
Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y lo enterraron con sumo honor.
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