Día litúrgico: Jueves I del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 1,40-45): En aquel
tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le
dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su
mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le
desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante
prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete,
muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que
prescribió Moisés para que les sirva de testimonio».
Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar
la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en
ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares
solitarios. Y acudían a Él de todas partes.
Comentario:
Rev. D.
Xavier
PAGÉS i Castañer
(Barcelona, España)
‘Si quieres, puedes limpiarme’ (...). ‘Quiero; queda limpio’
Hoy, en la primera lectura, leemos:
«¡Ojalá oyereis la voz del Señor: ‘No queráis endurecer vuestros
corazones’!» (Heb 3,7-8). Y lo repetimos insistentemente en la respuesta
al Salmo 94. En esta breve cita, se contienen dos cosas: un anhelo y
una advertencia. Ambas conviene no olvidarlas nunca.
Durante nuestro tiempo diario de oración deseamos y pedimos oír la voz
del Señor. Pero, quizá, con demasiada frecuencia nos preocupamos de
llenar ese tiempo con palabras que nosotros queremos decirle, y no
dejamos tiempo para escuchar lo que el Buen Dios nos quiere comunicar.
Velemos, por tanto, para tener cuidado del silencio interior que
—evitando las distracciones y centrando nuestra atención— nos abre un
espacio para acoger los afectos, inspiraciones... que el Señor,
ciertamente, quiere suscitar en nuestros corazones.
Un riesgo, que no podemos olvidar, es el peligro de que nuestro corazón
—con el paso del tiempo— se nos vaya endureciendo. A veces, los golpes
de la vida nos pueden ir convirtiendo, incluso sin darnos cuenta de
ello, en una persona más desconfiada, insensible, pesimista,
desesperanzada... Hay que pedir al Señor que nos haga conscientes de
este posible deterioro interior. La oración es ocasión para echar una
mirada serena a nuestra vida y a todas las circunstancias que la rodean.
Hemos de leer los diversos acontecimientos a la luz del Evangelio, para
descubrir en cuáles aspectos necesitamos una auténtica conversión.
¡Ojalá que nuestra conversión la pidamos con la misma fe y confianza con
que el leproso se presentó ante Jesús!: «Puesto de rodillas, le dice:
‘Si quieres, puedes limpiarme’» (Mc 1,40). Él es el único que puede
hacer posible aquello que por nosotros mismos resultaría imposible.
Dejemos que Dios actúe con su gracia en nosotros para que nuestro
corazón sea purificado y, dócil a su acción, llegue a ser cada día más
un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con confianza,
nos dice: «Quiero; queda limpio» (Mc 1,41).
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Fuente: evangeli.net
Tambien yo me pongo de rodillas ante Jesus y por el mal uso que hago de Internet Le pido perdon y le digo : Jesu, si vis, potest me mundare! Jesus, si quieres puedes limpiarme! Y pongo por Mediadora a la Santisima Virgen, a San Jose, a Santa Ines y a San Servulo. Y al Santo de hoy: San Pablo el primer eremita.
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