Día litúrgico: Miércoles III del tiempo ordinario
Santoral 28 de Enero: Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia
Texto del Evangelio (Mc 4,1-20): En aquel
tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió
tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se
sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba
muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción:
«Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al
sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la
comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha
tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando
salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó
entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto.
Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose,
dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y
decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le
preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado
comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera
todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean,
por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les
perdone».
Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis
todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a
lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en
cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos.
De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la
Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí
mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una
tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y
otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la
Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas
y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda
sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la
Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros
ciento».
Comentario:
Rev. D.
Antoni
CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
El sembrador siembra la Palabra
Hoy escuchamos de labios del Señor
la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no
deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que
escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y...
de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una
participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como
ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija
hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos
envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del
panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.
El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y
modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el
mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza
para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección
divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra.
Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más
descriptiva y más pausada de la Revelación.
En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El
Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra
colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno
responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino
sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.
Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en
el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en
esa santidad» (San Josemaría).
Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos
“ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos
señores...» (Mt 6,24).
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Fuente: evangeli.net
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