jueves, enero 08, 2015

Los Apóstoles de Jesús, Santo Tomás

Santo Tomás Apóstol
Julio 3


SEÑOR: AUMÉNTANOS LA FE
Tomás significa "gemelo"

La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.

De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.
El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice "Dídimo", que significa lo mismo: el gemelo.

Cuenta San Juan (Jn. 11,16) "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él". Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente "una fe esperanzada, sino una desesperación leal". O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor.

Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.

La segunda intervención: sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.

Admirable respuesta:
Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.

Le dijo Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.

En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.

En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros... Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad". Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: "O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna".

El hecho más famoso de Tomás
Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.

Dice San Juan (Jn. 20, 24) "En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo:
"Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".

Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.

Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.

Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia:

"Dichosos serán los que crean sin ver".

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Muerte de Santo Tomás
Estando el apóstol Tomás en Cesarea se le apareció el Señor y le dijo:

- Gondóforo, el rey de la India, ha enviado a su ministro Abanés en busca de un buen constructor. Ven conmigo y yo te presentaré a él.

Tomás le respondió:
- Señor, envíame a donde quieras, pero no al país de los indios.

Jesucristo insistió:
- Ve tranquilo, no tengas miedo; yo te protegeré. Cuando los hayas convertido volverás a mí enarbolando la palma del martirio.

Tomás accedió, diciendo:
- Tú eres mi Señor y yo tu siervo; hágase tu voluntad.

Jesucristo entonces se acercó al ministro del rey que deambulaba por la plaza y le preguntó:
- ¿Qué haces por aquí, buen hombre?

Abanés contestó:
- Ando buscando por orden de mi rey siervos competentes en el arte de la construcción, porque quiere que le edifiquen un palacio parecido a los que hay en Roma.

Entonces el Señor le ofreció a Tomás, asegurándole que era muy experto en la materia. Abanés lo aceptó y se lo llevó consigo.

En cuanto llegaron a su destino, Tomás trazó los planos de un magnífico palacio; el rey le retribuyó su trabajo entregándole un riquísimo tesoro que él distribuyó entre la gente del pueblo, y en seguida el monarca se ausentó de la capital de su reino y se marchó a otra provincia. Tras dos años de ausencia, regresó el rey y grandes dificultades surgieron de la prédica de Santo Tomás, porque éstas molestaban al soberano pagano, pero numerosos milagros sacaron sin problemas al apóstol de los peligros, tras los cuales se fue a evangelizar al norte del país.

Una de las personas convertidas por él a la fe de Cristo fue Síntique, amiga de Migdonia, esposa de Casisio, cuñado del rey. Cuando Migdonia supo que su amiga Síntique se había hecho cristiana, le dijo:

- ¿Crees que podré yo ver al apóstol?
Síntique le respondió que sí y le dio este consejo:
- Cambia tus ricos vestidos por otros muy humildes, únete a uno de esos grupos de mujeres pobres que van con frecuencia a oírle predicar y, mezclada entre ellas, escúchale atentamente.

Así lo hizo Migdonia. Aquel día Tomás comenzó a hablar con flamígero entusiasmo y Migdonia, tras la predicación, abrazó la fe de Cristo. Al enterarse su esposo, puso esto en conocimiento del rey, que mandó encerrar al apóstol y envió a la reina a convencer a su hermana del error de haberse hecho cristiana. Pero contrariamente a lo previsto, no sólo Migdonia no se pervirtió, sino que convirtió a su hermana, la reina.

- Cuando salí de casa – dijo ella explicándose al volver – creía como vosotros que Migdonia, mi hermana, había cometido una enorme estupidez; pero me he convencido de que ha obrado con gran sabiduría; ella me puso en contacto con el apóstol y él me ha hecho conocer el camino de la verdad y comprender claramente que los verdaderos necios son quienes no creen en Cristo.

Mandó entonces el rey que fuesen en busca del apóstol y que atado de pies y manos lo trajeran a su presencia. Cuando lo tuvo ante sí le ordenó que convenciera a las mujeres de su error. Una larga discusión nació entonces, en que el apóstol defendió la fe de Cristo con toda su alma.

Entonces, por consejo de Casisio, ordenó el rey que encerraran al siervo de Cristo en un horno encendido, cuyo fuego se apagó en cuanto el apóstol penetró en él; y de él salió sano y salvo al día siguiente. En vista de este prodigio, Casisio propuso a su cuñado que, para que aquel poderoso hombre perdiera la protección divina e incurriera en la ira de su dios, le obligase a ofrecer sacrificios al sol; pero Tomás, cuanto trataron de forzarle a que cometiera este acto de idolatría dijo al monarca:

- Tú vales mucho más que esa imagen que has mandado construir. ¡Oh idólatra, despreciador del Dios verdadero! ¿Crees que va a ocurrir eso que te ha dicho Casisio? ¿Crees que si adoro a tu señor voy a incurrir en la ira del mío? Nada de eso; quien incurrirá en la indignación de mi Dios será ese ídolo tuyo. Voy a postrarme ante él; verás como, tan pronto como me arrodille ante esa imagen del sol, mi Dios la destruirá. Voy a adorar a tu divinidad; pero antes hagamos un trato: si cuando yo adore a tu dios el mío no lo destruye, te doy mi palabra de que ofreceré sacrificios en honor de esa imagen; mas si lo destruye tu creerás en el mío. ¿Aceptas?

- ¿Cómo te atreves a hablarme de igual a igual? – replicó indignado el rey.

Acto seguido, Tomás en su lengua natal mandó al demonio alojado en la imagen del sol que, tan pronto como él doblara sus rodillas ante el ídolo, lo destruyera. Después se prosternó en tierra y dijo:

- Adoro, pero no a este ídolo; adoro, pero no a esta mole de metal; adoro, pero no a lo que esta imagen representa; adoro, sí, pero adoro a mi Señor Jesucristo en cuyo nombre te mando a ti, demonio, escondido en el interior de esta efigie, que ahora mismo la destruyas.

En aquel preciso instante la imagen, que era de bronce, se derritió cual si estuviera hecha de cera. Los sacerdotes paganos encargados del culto del malogrado ídolo, al ver lo ocurrido, bramaron de indignación y el pontífice que los presidía exclamó:

- ¡Yo vengaré la injusticia que acabas de hacer a mi dios!

Mientras pronunciaba la anterior amenaza, se apoderó de una espada y con ella atravesó el corazón del apóstol.

Así murió Tomás. El rey y Casisio, viendo que gran parte de cuantos habían presenciado el asesinato del santo trataban de vengar su muerte intentando apoderarse del pontífice para quemarlo vivo, llenos de miedo, huyeron de allí.

Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y lo enterraron con sumo honor.

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