Día litúrgico: Miércoles V del tiempo ordinario
Santoral 11 de Febrero: Nuestra Señora de Lourdes, Francia
(1858) Advocación Mariana (Memoria
Litúrgica)
Texto del Evangelio (Mc 7,14-23):
En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y les dijo: «Oídme todos y
entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al
hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Y cuando,
apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban
sobre la parábola. Él les dijo: «¿Así que también vosotros estáis sin
inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el
hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el
vientre y va a parar al excusado?» —así declaraba puros todos los
alimentos—. Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al
hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las
intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios,
avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia,
insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al
hombre».
Comentario: Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida, España)
Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle
Hoy
Jesús nos enseña que todo lo que Dios ha hecho es bueno. Es, más bien,
nuestra intención no recta la que puede contaminar lo que hacemos. Por
eso, Jesucristo dice: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en él,
pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina
al hombre» (Mc 7,15). La experiencia de la ofensa a Dios es una
realidad. Y con facilidad el cristiano descubre esa huella profunda del
mal y ve un mundo esclavizado por el pecado. La misión que Jesús nos
encarga es limpiar —con ayuda de su gracia— todas las contaminaciones
que las malas intenciones de los hombres han introducido en este mundo.
El
Señor nos pide que toda nuestra actividad humana esté bien realizada:
espera que en ella pongamos intensidad, orden, ciencia, competencia,
afán de perfección, no buscando otra mira sino restaurar el plan creador
de Dios, que todo lo hizo bueno para provecho del hombre: «Pureza de
intención. —La tendrás, si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a
Dios» (San Josemaría).
Sólo nuestra voluntad puede estropear el
plan divino y hace falta vigilar para que no sea así. Muchas veces se
meten la vanidad, el amor propio, los desánimos por falta de fe, la
impaciencia por no conseguir los resultados esperados, etc. Por eso, nos
advertía san Gregorio Magno: «No nos seduzca ninguna prosperidad
halagüeña, porque es un viajero necio el que se para en el camino a
contemplar los paisajes amenos y se olvida del punto al que se dirige».
Convendrá,
por tanto, estar atentos en el ofrecimiento de obras, mantener la
presencia de Dios y considerar frecuentemente la filiación divina, de
manera que todo nuestro día —con oración y trabajo— tome su fuerza y
empiece en el Señor, y que todo lo que hemos comenzado por Él llegue a
su fin.
Podemos hacer grandes cosas si nos damos cuenta de que
cada uno de nuestros actos humanos es corredentor cuando está unido a
los actos de Cristo.
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Fuente: evangeli.net
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