Día litúrgico: Martes I del tiempo ordinario
Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
«Quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas»
+ Rev. D.
Antoni
ORIOL i Tataret
- (Vic, Barcelona, España)
Hoy, primer martes del tiempo
ordinario, san Marcos nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga y,
acto seguido, comenta: «Quedaban asombrados de su doctrina, porque les
enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc 1,21).
Esta observación inicial es impresionante. En efecto, la razón de la
admiración de los oyentes, por un lado, no es la doctrina, sino el
maestro; no aquello que se explica, sino Aquél que lo explica; y, por
otro lado, no ya el predicador visto globalmente, sino remarcado
específicamente: Jesús enseñaba «con autoridad», es decir, con poder
legítimo e irrecusable. Esta particularidad queda ulteriormente
confirmada por medio de una nítida contraposición: «No lo hacía como los
escribas».
Pero, en un segundo momento, la escena de la curación del hombre poseído
por un espíritu maligno incorpora a la motivación admirativa personal
el dato doctrinal: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con
autoridad!» (Mc 1,27). Sin embargo, notemos que el calificativo no es
tanto de contenido como de singularidad: la doctrina es «nueva». He aquí
otra razón de contraste: Jesús comunica algo inaudito (nunca como aquí
este calificativo tiene sentido).
Añadimos una tercera advertencia. La autoridad proviene, además, del
hecho que a Jesús «hasta los espíritus inmundos le obedecen». Nos
encontramos ante una contraposición tan intensa como las dos anteriores.
A la autoridad del maestro y a la novedad de la doctrina hay que sumar
la fuerza contra los espíritus del mal.
¡Hermanos! Por la fe sabemos que esta liturgia de la palabra nos hace
contemporáneos de lo que acabamos de escuchar y que estamos comentando.
Preguntémonos con humilde agradecimiento: ¿Tengo conciencia de que
ningún otro hombre ha hablado jamás como Jesús, la Palabra de Dios
Padre? ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy
cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la
vida humana y, más concretamente, en mi vida? Movidos por el Espíritu
Santo, digamos a nuestro Redentor: Jesús-vida, Jesús-doctrina,
Jesús-victoria, haz que, como le complacía decir al gran Ramon Llull,
¡vivamos en la continua “maravilla” de Ti!
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Fuente: evangeli.net
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