Día litúrgico: Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo
(C) (Segundo domingo después de Pentecostés)
Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.
«Dadles vosotros de comer»
Rvdo. D.
Manuel
COCIÑA Abella - (Madrid, España)
Hoy es el día más grande para el
corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el
Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación
de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos
ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...», «atrévete todo lo que
puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un
maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume
admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón
ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que
podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan
humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra
se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento
de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que
estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se
distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para
evitar el desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta
saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce
canastos» (Lc 9,17).
Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».
Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».
Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
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Fuente: evangeli.net
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