Circuncisión del Señor
Enero 1
Habiendo llegado el octavo día, en que e Niño había
se ser circuncidado, fue llamado Jesús (Lc. 2,21).
La circuncisión
era el signo de la alianza dado al pueblo de Dios, obligado a toda a Ley, y
destinado a participar en las promesas mesiánicas. Significaba, además participar
de circuncidar el corazón con sus malos afectos y concupiscencias, para llegar
a la vida eterna.
El Niño – Dios, legislador y jefe del Antiguo
Testamento, estaba sobre esta ley positiva. Pero, no habiendo desdeñado a "forma
de esclavo" en la encarnación, quiere llevar ahora la nota servil del pecado
sobre su divina carne, como habría de cargar más tarde con la pena del mismo.
Concebido de Espíritu Santo, que o santifica todo; unido en persona al Hijo de
Dios, que es el Santo de los Santo por esencia, no necesita ser circuncidado. Pero,
siendo e Mesías, que realiza todas las figuras y promesas antiguas, se presenta
como verdadero hijo de Abraham; honra la Ley, que era e camino hacia Cristo,
sujetándose a ella para "cumplir toda justicia" (Mt. 3,14), dando el maravilloso
ejemplo de perfecta obediencia y humillación, a fin de hacernos libres de
ese yugo de servidumbre. Por su sangre debe ser nuestro Salvador. Esta poca sangre
que derrama obliga a Dios a todo lo demás; con ella empieza a comprar e inefable
nombre de Jesús. Para hoy cuadrar mejor las palabras de fray Luis de León,
Al Nacimiento:
Noche feliz do estaban mano a mano
Bailando al
son del llanto del Nacido,
Ángeles y pastores juntamente.
Las
humillaciones de la circuncisión fueron compensadas por la gloria del nombre que
recibió es Infante: Jesús, que quiere decir: "Jehováh salva", "Dios es salvación",
"Salvador".
No es por azar, ni por tradición de familia, ni por
corazonada del hombre; sino por la intimación de Padre celestial, transmitida
por el arcángel: Y le llamarás su nombre: Jesús.
Nombre eficaz que
expresa en compendio a obras y oficio de Cristo, su naturaleza y destinación en
provecho de los hombres. Otros personajes israelíes habían llevado ese nombre;
pero únicamente el Cristo realiza o que se nombre significa; pues É es el que
ha de salvar a se pueblo librándole de sus pecados (Mt 1, 21) ; con o cual queda
bosquejada la índole espiritual del reino mesiánico: destrucción del pecado
y florecimiento de la santidad. Es, pues Jesús, el nombre propio, persona y completo,
de Hombre – Dios. Resuena en la cuna y brilla en la cruz a la confluencia
de las naciones. Sobre todos os nombres preclaros que los profetas le dieron,
Él escogió el nombre que expresa toda la clemencia de un Dios misericordioso e
inspira a los pecadores la máxima confianza de salvación. Habitando en Él todas
las riquezas de la Divinidad, "de ninguna de sus grandezas se precia ni hace
nombre sino de nuestra salud" dice fray Luis de León. "El nombre de Jesús está
en todos los nombres que Cristo tiene, porque todo lo que en ellos hay se endereza
y encamina a que Cristo sea perfectamente Jesús. Jesús es su ser, Jesús con
sus obras, Jesús es su nombre, esto es, piedad y salud". Leed todo el sabrosísimo
capítulo de Jesús en Los nombres de Cristo, que es imposible extractar, y sería
atrevimiento alternar en su galanura, digna de Platón, y de más alcances que
los Diálogos griegos. Oportunísimo se le pone el nombre augura en la ceremonia
rígida. Se hace digno de él y de su gloria, pues comienza a comprarlo con e
inefable precio de sus primicias de sangre, cuya efusión "a borbotones", en el
Calvario será la causa de salud eterna para todos los que le obedecen (Hebr. 5,9).
Ya puede proclamar San Pedro, al hacer la apología de su eficacia, en la curación
del cojo de nacimiento, delante de Sanedrín protervo, que no se ha dado
otro nombre a los hombres debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos (Act.
4,12). Por eso se considera venturosos de revelarlo al mundo, de ser sus heraldos
y testigos, y de "padecer contumelia por el nombre de Jesús". En e libro de
los Hechos de los Apóstoles y en as Epístolas vibra el más emocionante poema del
nombre de Jesús. San Pablo lo repite más de doscientas veces en sus escritos.
Todas las bendiciones están vinculadas en este nombre, que es para nosotros un
verdadero sacramental: consuelo, eficacia en a oración, victoria en las tentaciones,
luz, medicina, alimento, vida eterna. Por lo que toca al Salvador mismo,
es el instrumento de su gloria; por su medio se le tributa toda case de honores,
y el poder de los milagros que se suceden en el mundo ilumina este nombre magnífico.
Y es, finalmente, la recompensa gloriosa de a humillación de la cruz,
de manera que aún hoy, a este nombre, que está sobre todo nombre, se doblan todas
la rodillas, en el cielo, en la tierra y en los infiernos (Filip. 2, 10).
Los
paganos celebran el 1º de enero la alborotada fiesta de las "Estrenas"
o de los "Regalos", por los que se cambiaban entre familiares y amigos, en
felices augurios de año nuevo. Las danzas callejeras degeneraban en vituperables
orgías. Los Santos Padres levantaron su voz porfiadamente, y , para amparar
a los fieles contra aquel turbión de locuras, instituyeron una festividad, en
algunas partes precedida de ayuno. Esta celebración se interpretó diversamente
desde su origen. Ya en el sigo VI las Galias conmemoraban en ella a Circuncisión
del Señor.
En Roma tomó carácter de octava de Navidad, para equiparara
a la Pascua u Pentecostés, únicas entonces, decoradas con este breve ciclo
de magnificencia.
En otras partes e daba especial relieve a la Maternidad
de María que campea admirablemente, como pimpollo auroral en Adviento,
y como realidad espléndida en toda la conmemoración navideña.
Por
fin, en el siglo IX, la Iglesia Romana, aceptando el sentido de la liturgia galicana,
estableció universalmente la fiesta de la Circuncisión del Señor.
La
primitiva fiesta de a Circuncisión del Señor desdobló su riquísimo contenido
al instruirse aparte, en el siglo XVI, la Conmemoración del Santísimo Nombre
de Jesús.
Sus orígenes contrastan con la placidez del oficio litúrgico.
Un nombre arrebatado, vibrante, y a la vez ungido, lo sintetizan todo:
San Berbardino de Siena, observante franciscano. Epoca trepidante, de transición,
a de Cuatrocientos. Violentos contrastes de religiosidad popular y de corrupción
de los "intelectuales". Chocan dos mundos: la síntesis cristiana del medievo
con a mentalidad clasista, rebelde y corruptora, de falso Renacimiento.
Lorenzo
Valla, "verdadera ave precursora de a borrasca", expuso e programa
radica: Sobre e placer (1431), Beccadelli, con sus delicados cuanto procaces
versos, recela toda la abominación que alienta en aquel Renacimiento literario
libertino. Poggio y cien otros que juegan alegremente a la revolución, precipitan
todas las tendencias disolventes que tendrán más tarde un nombre sintético:
Lutero, y se enfurecen, atrevidos libelistas, contra las ordenes mendicantes,
porque de ellas salen los voceros de la genuina reforma, bajo la dirección de los
Papas, los cuales, sin miramientos humanos, descubrían sus llagas y las cauterizaban
briosamente.
Italia, empero, produjo, contra la caricatura
de Valla y de Poggio, una falange de predicadores populares, cuya poderosa eficacia
admiran aún hoy día los no creyentes. Bernardino de Siena es reverenciado
por todos como dechado y caudillo. Un día San Vicente Ferrer pronosticó que Bernardino
sería e continuador de su obre. Efectivamente, recorre el humilde franciscano
toda la Italia, más embrutecida durante la ausencia de los Papas a causa
del destierro de Aviñón y del deplorable cisma de Occidente. Por todas partes,
luchas contra el Imperio y contra la Iglesia; guerras de ciudad contra ciudad;
banderías civiles, güelfos y gibelinos, matanzas, odios, saqueos...Ahi, serva
Itaia, di dolore ostello, - Nave senza nocchiero in gran tempesta... Todo en el
ardiente misionero es vivo: declamación, gesto, aspecto ascético, que recordaba
a San Francisco; imágenes, refranes, toda la vida del dialecto sienés, todo,
con gran dignidad, bulle en las prediche volgari de un condottiero espiritual,
que sólo admite parangón con aquella otra genial compatricia suya, Santa Catalina
de Siena. Las multitudes no cabían en las iglesias, y en despoblados le oían
hasta treinta mi oyentes. A diferencia de Savonarola, estuvo por encima de los
partidos que dividían ciudades y pueblos. Os fieles clamaban a grandes sollozos:
"¡Misericordia!" Se hacían grandes hogueras – brugiamientos della vanitá –
donde eran echados montones de objetos de adorno y de superstición.
Y
as ciudades se reconciliaban con pactos de paz. "Creíamos ser ya todos santos",
dice el ingenuo cronista de Viterbo. Por ventura ninguna otra edad ofrece ejemplos
tan extraordinarios de conversiones como aquel siglo.
¿Cuál
era el secreto de Bernardino? Al entrar en una ciudad, le precedía el estandarte
del monograma de Jesús, IHS, rodeado de doce rayos con una cruz por remate. Lo
solía fijar en el púlpito, y después del sermón lo presentaba a la veneración
de los fieles. A veces sacaba una tabla con el mismo monograma muy visible, para
que el pueblo invocase al dulcísimo nombre. Así como Valla había asestado, en
vano, sus "diálogos" contra el monacato ahora Poggio lanza sus sarcasmos contra
aquellos "jesuitas". Los humanistas, por su parte, denuncian al Papa la "innovación
herética, con sabor de idolatría". Pero Martín V, que dio solución satisfactoria
a gran cisma de Occidente y que alentaba y protegía a los santos varones
suscitados para regenerar la Iglesia, después de maduro examen, autorizó a
Bernardino para levar ele "triomphal standardo", le hizo predicar en Roma por espacio
de dos meses y él mismo quiso presidir una procesión donde con el clero
glorificó el santísimo nombre de Jesús, cantando sus sabrosísimas letanías. El
monograma se escupió en altares y en los muros de iglesias y en los mismos de Consejo.
Murió
el Santo en 1444. El pinturicchio escribió, con razón,
en uno de los admirables frescos de Santa María de Araceli, representando varios
pasajes de la vida del Santo, aquellas palabras de Jesucristo que explican también
la abnegada actividad de San Bernardino: Padre, he anunciado tu nombre a
todo el mundo (Jn. 17,6)
Clemente VII concedió la fiesta a los Frailes
Menores en 1530, y en 1721 Inocencio XIII, cediendo a la devoción popular,
la declaró fiesta universal para toda la Iglesia.
Al fundirse las tres
corrientes litúrgicas mencionadas en una celebridad, la dejaron penetrada y
perfumada de sus respectivos significados.
El carácter fundamental
del oficio de día es una manera de contemplación de conjunto en el establo de Belén;
una síntesis, que , repitiendo los mismos conceptos de Navidad – y también
los mismos Himnos -, añade el nuevo misterio, la Circuncisión de Cristo, quien
por primera vez se ofrece Víctima por nosotros.
"Ad prohibendum ab
idolis" se intitula la misa de hoy en el sacramentario Gelasiano; y con un sentido
de la realidad punzante en aquellos días y con el acierto de "adaptación de
los textos bíblicos", tan frecuente en la liturgia se repite en la capítula de
Laudes y en la epístola de la misa, la de San Pablo a Tito (2, 11 – 15), que
ha sido un tema con variaciones en los "tiempos" de Adviento y Navidad: La gracia
de Dios Salvador nuestro nos enseñó a renunciar a la impiedad y a los deseos
del siglo...
Esta es a circuncisión del corazón y el anuncio de que
somos justificados por la fe de Abraham (Lecc. I Noct.) San León Magno insiste
en el misterio de la Encarnación con sus fórmulas inmortales, que han venido a
ser clásicas en la materia (Lecc. II Noct.); y San Ambrosio, a su vez, expone
cómo en la circuncisión de aquel "Parvulillo", "sometido a la Ley, para granjearse
a aquellos que estaban bajo a Ley", "se prefiguraba la futura expiación de
toda culpa" (Lecc. II Noct.).
Pero sobre todo, son de un subido valor
literario, ungido de piedad romana la serie de Responsorios de Maitines, y las
antífonas de Laudes, dedicadas a cantar en todos os matices las gratulaciones
de la "Doncellita que hermoso de entre los hijos de los hombres"; a "Aquel que
yacía en el pesebre y brillaba en el cielo". EN alguno de estos Responsorios van
incrustados versos de Sedulio – la estrofa cuarta del Himno de LAUDES – y hexámetros
extralitúrgicos del Paschales Carmen, algo despojados de su forma métrica
para adaptarse mejor a las antiguas melodías: "Templo de Dios de pronto fue
– ungido e pecho púdico; - y, sin viril consorcio, - concibe al Niño – Dios y
Rey". Esta innovación fue el germen de los ingenuos, y harto exuberantes a la postre,
Oficios en verso medievales (P. Wagner).
Los tres Himnos de este
Oficio, extractados del Iubius de Nomine Iesu, se atribuyen, con razón, a San
Bernardo († 1153) Efectivamente, parecen eco de as Lecciones del II y III Nocturnos
del mismo Santo y un desahogo de su enamorado corazón.
La corriente
mística que, arrancado de San Bernardo, Templó las barbaras magnificencias
de carolingias y los heroísmos de las Cruzadas, había de desembocar en el Franciscanismo,
más puro que alborada florentina. Un mismo movimiento de ama y una
pasión tierna por la Humanidad de Cristo, envolvía la piedad nueva de los siglos
medios. El Homo Christus Iesus de San Pablo y de San Agustín adquiría una
intimidad humilde, ingenua, profunda, y como un aire de familia. Un vino nuevo
que tiene todo el regusto de os odres añejos de a tradición.
San Agustín
tiene un nombre que le orienta en sus fluctuaciones críticas para llegar a
su "dulzura felicísima y segura", Jesús. "Su madre puso en sus tiernos labios
la miel sabrosa de Jesús, mezclada con la primera sal de catecúmeno. " Cuando el
Hortensius de Cicerón le despertó e estudio acérrimo de a sabiduría, una cosa
echa de menos en aquel libro: " Nada por sabio, por elegante, por verídico que
fuese, era capaz de retenerle sin el nombre de Jesús". Si le "embrujan" os maniqueos,
es porque "recubrieron con el delicioso vocablo de Jesús y del Paráclito,
los bordes de su copa como miel emponzoñada." Desengañado de ellos, hubiera
confiado su ama atormentada a os académicos, "si hubiesen puesto en su alma atormentada
a los académicos, "si hubiesen puesto en sus pestilentes libros el salutífero
nombre de Jesús". Y, no obstante, los himnos del melifluo Doctor, no distan
menos de Prudencio, de San Ambrosio y San Agustín que del mismo Virgilio.
La esclavitud de Jesús nos ha hecho libres. Caminemos, pues, no en
el espíritu del temor servil, sino en la libertad amorosa y confiada de los hijos
de Dios.
La circuncisión es, además, figura del bautismo, diciendo
el Apóstol: Hemos recibido la circuncisión espiritual de Cristo, siendo sepultados
con Él por e bautismo, y con Él resucitamos a la vida de la gracia por la
fe, perdonándonos graciosamente todos los pecados (Col. 2,11 – 13).
Al
entrar, pues, en e año civil, renovemos las promesas del bautismo. Año nuevo,
vida nueva, dice el refrán del pueblo. ¿Vida nueva en Cristo, que es de ayer
y de hoy y del futuro del sempiterno!
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