-Santiago el Menor, Fue lanzado a tierra desde el pináculo del templo, y luego muerto a golpes.
Muerte de Santiago el Menor
A los treinta años de haber sido consagrado obispo, viendo los judíos
que no podían matar a Pablo porque se había ido a Roma a apelar ante el
césar, concitaron todo el furor de su odio religioso contra Santiago, y
comenzaron a buscar algún pretexto para acusarle.
Unos cuantos judíos fueron entonces a ver a Santiago y le dijeron:
- Te rogamos que desengañes al pueblo y le hagas ver que se equivoca al
creer que Jesús fue Cristo. Te suplicamos que el próximo día de Pascua,
aprovechando la oportunidad de la gran cantidad de gente que viene a
Jerusalén, hables a las multitudes y las disuadas de todas esas cosas
que vienen admitiendo en relación con Jesús. Si así lo haces, tanto
nosotros como el pueblo en general nos atendremos a su testimonio,
reconoceremos que eres justo y que no te dejas influir por nadie.
El día de Pascua, aquellos mismos hombres que trataron de seducirle
llevaron al apóstol a la terraza más alta del templo, a fin de pudiera
ser bien visto y oído por las multitudes y le dijeron a voces:
-
¡Santiago! ¡Tú eres el más honesto de todos los hombres! Todos acatamos
tu testimonio. Dinos, pues, aquí, públicamente, qué opinión te merece
la actitud de esas gentes que andan por ahí errantes, detrás de ese
Jesús crucificado.
Santiago, también con voz muy fuerte, respondió:
- ¿Queréis saber lo que yo pienso acerca del Hijo del hombre? Pues
prestad atención: pienso que está sentado en el cielo, a la derecha del
Sumo Poder, y que un día vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.
Los cristianos, al oír esta respuesta, la acogieron con gritos de
jubilosa alegría y grandes aplausos; los fariseos y escribas, en cambio,
comentaron entre sí:
- ¡Mal paso hemos dado al brindarle esta
ocasión de que emitiera públicamente este testimonio acerca de Jesús!
Enmendemos el error que hemos cometido: subámosle hasta las más altas
almenas y arrojémosle desde ellas a la calle para que los creyentes se
asusten y desechen sus creencias.
Así lo hicieron; lleváronle a lo más alto del Templo, y desde allí dijeron a gritos:
- ¡Oh! ¡Oh! ¡El que teníamos por justo se ha equivocado!
Dicho esto, le dieron un empujón y lo arrojaron al vacío, y en cuanto
el apóstol llegó al suelo se arremolinaron contra él los judíos que
habían presenciado desde abajo su caída, y empezaron a gritar:
- ¡Apedreemos a Santiago el Justo!
Seguidamente comenzaron a apedrearlo. Santiago, que pese a la altura
desde la que cayó no se había hecho ningún daño, al ver que arrojaban
piedras contra él se puso de rodillas, y en actitud de oración,
levantando sus manos hacia el cielo, exclamó:
- ¡Señor! ¡Te ruego que los perdones, porque no saben lo que hacen!
Al iniciarse la pedrea, uno de los sacerdotes, hijo de Rahab, se encaró con la multitud y dijo:
- ¡Alto! ¡No tiréis piedras, os lo ruego! ¿Qué pretendéis hacer? ¿No os
dais cuenta de que este santo varón al que estáis apedreando
corresponde a vuestra crueldad orando por vosotros?
No obstante
esta advertencia, uno de los fanáticos, con una pértiga de batanero,
descargó sobre la cabeza del apóstol un golpe terrible, que le rompió el
cráneo.
Con este género de martirio el alma del santo apóstol
emigró al Señor en tiempo del emperador Nerón, que inició su reinado
hacia el año 57 de nuestra era. Su cuerpo fue sepultado en el mismo
sitio en que murió, a la vera del Templo. El pueblo trató de vengar su
muerte y de apoderarse de quienes lo mataron para castigarles, pero los
malhechores se dieron buena maña para escapar rápidamente de allí.
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