jueves, febrero 06, 2025

Evangelio Febrero 6, 2025


Jueves 4 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 6,7-13): En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.


«Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos (...) Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran»

Rev. D. Josep VALL i Mundó - (Barcelona, España)


Hoy, el Evangelio relata la primera de las misiones apostólicas. Cristo envía a los Doce a predicar, a curar todo tipo de enfermos y a preparar los caminos de la salvación definitiva. Ésta es la misión de la Iglesia, y también la de cada cristiano. El Concilio Vaticano II afirmó que «la vocación cristiana implica como tal la vocación al apostolado. Ningún miembro tiene una función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo, inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo» 

El mundo actual necesita —como decía Gustave Thibon— un “suplemento de alma” para poderlo regenerar. Sólo Cristo con su doctrina es medicina para las enfermedades de todo el mundo. Éste tiene sus crisis. No se trata solamente de una parcial crisis moral, o de valores humanos: es una crisis de todo el conjunto. Y el término más preciso para definirla es el de una “crisis de alma”.

Los cristianos con la gracia y la doctrina de Jesús, nos encontramos en medio de las estructuras temporales para vivificarlas y ordenarlas hacia el Creador: «Que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (san Agustín). El cristiano no puede huir de este mundo. Tal como escribía Bernanos: «Nos has lanzado en medio de la masa, en medio de la multitud como levadura; reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado; Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad».

Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de san Josemaría, «el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los otros (...). Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior». Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (San Agustín)
  • «Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: ‘¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!’ (1Cor 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios» (San Juan Pablo II)
  • «El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de ello se derivan. Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.472)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio 

San Focio el Grande, Patriarca de Constantinopla

San Focio el Grande, Patriarca de Constantinopla

Febrero 6


San Fotio, Patriarca de Constantinopla, “el brillante faro de la Iglesia,” vivió durante el siglo IX y provenía de una familia de cristianos fervorosos. Su padre, Sergio, murió mártir defendiendo los iconos sagrados. San Fotio recibió una excelente educación y, dado que su familia estaba emparentada con la casa imperial, ocupó el puesto de primer secretario de Estado en el Senado. Sus contemporáneos decían de él: “Se distinguió tanto en el conocimiento de casi todas las ciencias seculares, que con justicia se podría tener en cuenta la gloria de su época y compararla con la de los antiguos.”


Miguel, el joven sucesor al trono, y San Cirilo, el futuro Iluminador de los Eslavos, fueron sus alumnos. Su profunda piedad cristiana protegió a San Fotio de ser seducido por los encantos de la vida cortesana. Con toda su alma, anhelaba el monasticismo.

En 857, Bardas, quien gobernaba con el emperador Miguel, depuso al Patriarca Ignacio (23 de octubre) de la sede de Constantinopla. Los obispos, conociendo la piedad y el vasto conocimiento de Fotio, informaron al emperador que era un hombre digno de ocupar el trono arquipastoral. San Fotio aceptó la propuesta con humildad. Pasó por todos los rangos clericales en seis días. El día de Navidad, fue consagrado obispo y elevado al trono patriarcal.


Pronto, sin embargo, surgió la discordia en la Iglesia, provocada por la destitución del Patriarca Ignacio. Se convocó el Sínodo de 861 para poner fin a los disturbios, en el que se confirmó la deposición de Ignacio y la instalación de Fotio como patriarca.


El Papa Nicolás I, cuyos enviados estuvieron presentes en este concilio, esperaba que al reconocer a Fotio como patriarca pudiera subyugarlo a su poder. Cuando el nuevo patriarca demostró ser insumiso, Nicolás anatematizó a Fotio en un concilio romano.

Hasta el final de su vida, San Fotio fue un firme opositor de las intrigas papales y de los designios sobre la Iglesia Ortodoxa de Oriente. En 864, Bulgaria se convirtió voluntariamente al cristianismo. El príncipe búlgaro Boris fue bautizado por el propio Patriarca Fotio. Más tarde, San Fotio envió a un arzobispo y sacerdotes para bautizar al pueblo búlgaro. En 865, San Cirilo y San Metodio fueron enviados a predicar a Cristo en lengua eslava. Sin embargo, los partidarios del Papa incitaron a los búlgaros contra los misioneros ortodoxos.


La calamitosa situación en Bulgaria se desarrolló porque una invasión de los alemanes los obligó a buscar ayuda en Occidente, y el príncipe búlgaro pidió al Papa que enviara a sus obispos. Al llegar a Bulgaria, los legados papales comenzaron a sustituir las enseñanzas y costumbres latinas en lugar de la creencia y la práctica ortodoxas. San Fotio, como firme defensor de la verdad y denunciante de la falsedad, escribió una encíclica informando a los obispos orientales de las acciones del Papa, indicando que la desviación de la Iglesia Romana de la Ortodoxia no era solo ritual, sino también en su confesión de fe. Se convocó un concilio que censuró la arrogancia de Occidente.


En 867, Basilio I el Macedonio se apoderó del trono imperial, tras asesinar al emperador Miguel. San Fotio denunció al asesino y no le permitió participar de los Santos Misterios de Cristo. Por lo tanto, fue destituido del trono patriarcal y encerrado en un monasterio bajo vigilancia, y el Patriarca Ignacio fue restaurado a su puesto.


El Sínodo de 869 se reunió para investigar la conducta de San Fotio. Este concilio tuvo lugar con la participación de legados papales, quienes exigieron que los participantes firmaran un documento (Libellus) condenando a Fotio y reconociendo la primacía del Papa. Los obispos orientales no estuvieron de acuerdo con esto y discutieron con los legados. Convocado al concilio, San Fotio respondió a todas las acusaciones de los legados con un silencio digno. Solo cuando los jueces le preguntaron si deseaba arrepentirse, respondió: "¿Por qué os consideráis jueces?". Después de largas disputas, los oponentes de Fotio salieron victoriosos. Aunque su juicio fue infundado, anatematizaron al Patriarca Fotio y a los obispos que lo defendían. El santo fue enviado a prisión durante siete años, y según su propio testimonio, agradeció al Señor por soportar pacientemente a sus jueces.


Durante este tiempo, el clero latino fue expulsado de Bulgaria, y el Patriarca Ignacio envió a sus obispos allí. En 879, dos años después de la muerte del Patriarca Ignacio, se convocó otro concilio (muchos lo consideran el Octavo Concilio Ecuménico), y nuevamente San Fotio fue reconocido como el legítimo arquipastor de la Iglesia de Constantinopla. El Papa Juan VIII, que conocía personalmente a Fotio, declaró a través de sus enviados que las decisiones papales anteriores sobre Fotio quedaban anuladas. El concilio reconoció el carácter inalterable del Credo Niceno-Constantinopolitano, rechazando la distorsión latina (“filioque”), y reconociendo la independencia e igualdad de ambos tronos y ambas iglesias (occidental y oriental). El concilio decidió abolir los usos y rituales latinos en la iglesia búlgara introducidos por el clero romano, que puso fin a sus actividades allí.


Bajo el sucesor del emperador Basilio, León VI, San Fotio volvió a sufrir falsas denuncias, y fue acusado de hablar contra el emperador. Destituido de nuevo de su sede en 886, el santo completó el curso de su vida en 891. Fue enterrado en el monasterio de Eremia.


La Iglesia Ortodoxa venera a San Fotio como un “pilar y fundamento de la Iglesia”, una “guía inspirada de los ortodoxos” y un teólogo sabio. Dejó tras de sí varias obras, exponiendo los errores de los latinos, refutando herejías destructoras de almas, explicando las Sagradas Escrituras y explorando muchos aspectos de la Fe.

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Fuente: Reddit



𝐒𝐚𝐧 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐁𝐥𝐚𝐧𝐜𝐨, 𝐟𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐚𝐧𝐨 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐨 𝐦𝐚́𝐫𝐭𝐢𝐫 𝐞𝐧 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧

𝐒𝐚𝐧 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐁𝐥𝐚𝐧𝐜𝐨, 𝐟𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐚𝐧𝐨 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐨 𝐦𝐚́𝐫𝐭𝐢𝐫 𝐞𝐧 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧

Febrero 6

Aunque no todos los biógrafos de San Francisco Blanco se ponen de acuerdo sobre su lugar de nacimiento: Santa María de Monterrey (Monterrey), Santa María de Tameirón (La Gudiña) y San Pedro de Pereiro (La Mezquita), la mayoría de ellos se inclinan por Tameirón, donde nació  alrededor del año 1570 y en cuya parroquia se encuentra su partida de bautismo. Era hijo de Antonio Blanco y de Catalina Pérez y de pequeño, estuvo guardando las cabras de su padre. 


Gumersindo Placer en su obra: “𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐁𝐥𝐚𝐧𝐜𝐨”, publicada en julio de 1931, dice: “𝐍𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐬𝐮𝐩𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐪𝐮𝐞𝐥 𝐧𝐢𝐧̃𝐨 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐨 𝐭𝐞𝐧𝐢́𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞𝐫 𝐞𝐥 𝐦𝐚́𝐬 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐞 𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐚 𝐥𝐚 𝐟𝐚𝐦𝐢𝐥𝐢𝐚. 𝐒𝐮 𝐯𝐢𝐝𝐚 𝐝𝐞 “𝐫𝐚𝐩𝐚𝐜𝐢𝐧̃𝐨” 𝐭𝐞𝐧𝐢́𝐚 𝐥𝐚 𝐦𝐢𝐬𝐦𝐚 𝐨𝐜𝐢𝐨𝐬𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐥𝐞𝐠𝐢𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐝𝐢𝐬𝐩𝐨𝐧𝐞𝐧 𝐚 𝐣𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐛𝐚𝐫𝐫𝐨, 𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐬𝐞𝐭𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐚𝐦𝐩𝐨𝐬, 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐞𝐧𝐜𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐨 𝐜𝐨𝐫𝐫𝐞𝐫 𝐚 𝐩𝐞𝐥𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐨𝐧𝐭𝐚𝐧̃𝐚𝐬. 𝐏𝐞𝐫𝐨 𝐚𝐬𝐢́ 𝐬𝐨𝐧 𝐥𝐚𝐬 𝐚𝐥𝐦𝐚𝐬 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐧𝐞𝐬 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞𝐧 𝐜𝐮𝐞𝐫𝐩𝐨𝐬 𝐯𝐢𝐠𝐨𝐫𝐨𝐬𝐨𝐬”.


Posiblemente becado por el Conde de Monterrey, su padre lo envió al colegio que los jesuitas tenían en aquella localidad con el fin de estudiar humanidades y sus notas debieron ser muy buenas pues de allí pasó a estudiar leyes a la Universidad de Salamanca, donde, en sus días de descanso acostumbraba visitar el convento de San Antonio. Allí, en contacto con la austeridad y la disciplina de los frailes franciscanos, fue madurando su vocación y, convencido de que su camino era ser misionero en las Indias, abandonó los estudios de leyes y alrededor del año 1586, solicitó al provincial de la Orden ser admitido como novicio en el convento de San Francisco en Villalpando (Zamora). Allí, en el noviciado, el maestro de novicios le dio el cargo de enfermero, algo que sería providencial pues en misiones estuvo como encargado del hospital de leprosos. Emitió los votos simples un año más tarde y, él mismo, pidió continuar sus estudios en el convento de San Antonio en Salamanca, pues allí estaba su director espiritual.


En Salamanca, se dedicó al estudio, pero compaginándolo con los trabajos manuales, la oración y excesivas mortificaciones. Tan excesivas fueron, que la salud del joven corista se resintió y tuvo que ser cuidado por los frailes del convento. Como en Salamanca no mejoraba, sus superiores lo enviaron a Pontevedra, donde conoció al misionero padre Juan Álvarez, con cuyo trato se afianzó aún más en el deseo de marchar a misiones: “𝐦𝐞 𝐨𝐟𝐫𝐞𝐜𝐞𝐫𝐢́𝐚 𝐯𝐨𝐥𝐮𝐧𝐭𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐢𝐫 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐈𝐧𝐝𝐢𝐚𝐬, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐩𝐢𝐞𝐳𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥 𝐨𝐛𝐬𝐭𝐚́𝐜𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐚𝐥𝐮𝐝”, llegó a decirle al padre Álvarez.


Preocupado, pero esperanzado al mismo tiempo, durante nueve noches durmió sobre el sepulcro del Padre Juan de Navarrete, que había muerto en olor de santidad y que estaba situado en el cementerio conventual y al amanecer del noveno día, se levantó totalmente curado. Así se lo contó él mismo, al Padre Marcelo de Ribadeneira. Y ya, completamente sano, se afianzó aún más en él su deseo de marchar a misiones para evangelizar y dar la vida por Cristo.


Cuando menos lo esperaba, llegó al convento una circular de la Orden para que se reclutaran frailes para las misiones de Filipinas y, junto con los padres Alonso Cuadrado y Juan Álvarez, él, que aun era corista (estudiante de filosofía), se ofreció como voluntario. Tuvo que vencer varias dificultades: familiares que se oponían, el ser muy joven y no estar ordenado y el hecho de que había estado varios meses enfermo, pero con la ayuda de la Virgen y de Fray Luis Maldonado, todas estas dificultades fueron vencidas y marchó a Sevilla a fin de embarcarse rumbo a Filipinas. El día 9 de enero de 1593 zarparon desde la capital andaluza. Aunque no hay datos sobre sus escalas, se supone que lo hicieron en Tenerife, Santo Domingo, La Española y Jamaica, llegando a México el 19 de agosto. Allí, en el convento de Santa María de Churubusco, reanudó sus estudios junto con San Martín de la Ascensión (otro español del grupo de estos mártires) y juntos estuvieron ambos santos hasta el día de su martirio. En México fue ordenado de sacerdote.


Como decía Santa Teresa de Jesús: “𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐛𝐞 𝐝𝐞𝐫𝐞𝐜𝐡𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐫𝐞𝐧𝐠𝐥𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐭𝐨𝐫𝐜𝐢𝐝𝐨𝐬” y de ahí que sus convecinos de la Gudiña digan: “𝐄, 𝐟𝐚𝐫𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐠𝐚𝐫𝐝𝐚𝐫 𝐜𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬, 𝐟𝐨𝐢 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐨 𝐗𝐚𝐩𝐨́𝐧" (𝐘, 𝐡𝐚𝐫𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐠𝐮𝐚𝐫𝐝𝐚𝐫 𝐜𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬, 𝐟𝐮𝐞 𝐚 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐚 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧)”. Los “renglones torcidos” los trazó Dios: Tameiró-Monterrey-Salamanca-Villalpando-Salamanca-Pontevedra-Sevilla-Veracruz-Mexico-Acapulco-Manila. En cada trazo de ese zig-zag estuvo la mano de la Divina Providencia. Y como dice el sacerdote Cesareo Gil en su libro: “𝐒𝐚𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐆𝐚𝐥𝐥𝐞𝐠𝐨𝐬”: “En el penúltimo trazo – el último sería el martirio -, fue posiblemente donde se manifestó más la intervención divina”. En el año 1593 se embarcó rumbo a Filipinas.


Por aquel entonces, después de muchos intentos, los franciscanos habían logrado entrar en Japón, siendo San Pedro Bautista el primero en pisar tierra japonesa en el mes de julio del 1593, el cual solicitó a Filipinas que le enviaran nuevos misioneros franciscanos que fueran jóvenes y dispuestos a aprender rápidamente la lengua nipona. El provincial de Manila eligió a San Martín de la Ascensión y a otro religioso que en esos momentos estaba fuera de Manila, pero como este último tardaba en llegar, decidieron que a Fray Martín le acompañase el joven sacerdote Fray Francisco Blanco y así, estos dos santos frailes amigos iban a entrar juntos en tierras japonesas. Embarcaron en la primera semana del mes de junio de 1596, y durante quince días se olvidaron de los estudios y, entre mareo y mareo, comenzaron a estudiar el japonés bajo la dirección de Fray Juan Pobre.


En Nagasaki fueron recibidos por el padre Jerónimo de Jesús y allí descansaron varios días. A finales de ese mismo mes, marcharon a Macao para presentarse ante San Pedro Bautista, el cual envió a San Martín a Osaka como padre guardián, quedándose San Francisco Blanco en Macao atendiendo el hospital de leprosos. Allí respiró tranquilo: estaba en tierras de misión. Y se marcó un plan: “𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐠𝐚𝐥𝐥𝐞𝐠𝐨 𝐲 𝐝𝐞𝐥 𝐞𝐬𝐩𝐚𝐧̃𝐨𝐥, 𝐭𝐞𝐧𝐠𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐨𝐦𝐢𝐧𝐚𝐫 𝐥𝐚 𝐥𝐞𝐧𝐠𝐮𝐚 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐚, 𝐲𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐡𝐨𝐫𝐚, 𝐦𝐢𝐬 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚𝐭𝐫𝐢𝐨𝐭𝐚𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐞𝐬”. Estuvo como misionero cinco meses y el padre Ribadeneira, recogiendo impresiones de los japoneses catequizados por San Francisco Blanco llega a decir: “𝐞𝐧 𝐭𝐫𝐞𝐬 𝐦𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐯𝐨 𝐭𝐚𝐧 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐧𝐭𝐞𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐥𝐞𝐧𝐠𝐮𝐚 𝐲 𝐞𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐝𝐢𝐟𝐢𝐜𝐮𝐥𝐭𝐨𝐬𝐚𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐧𝐮𝐧𝐜𝐢𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬, 𝐪𝐮𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐞𝐜𝐢́𝐚 𝐜𝐨𝐬𝐚 𝐦𝐚𝐫𝐚𝐯𝐢𝐥𝐥𝐨𝐬𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐧 𝐭𝐚𝐧 𝐛𝐫𝐞𝐯𝐞 𝐞𝐬𝐩𝐚𝐜𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨, 𝐩𝐮𝐝𝐢𝐞𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐨𝐥𝐚𝐫 𝐜𝐨𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐩𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬 𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐥𝐞𝐩𝐫𝐨𝐬𝐨𝐬. 𝐄𝐫𝐚 𝐦𝐮𝐲 𝐪𝐮𝐞𝐫𝐢𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐫𝐢𝐬𝐭𝐢𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐡𝐚𝐥𝐥𝐚𝐛𝐚𝐧 𝐞𝐧 𝐞́𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐮𝐞𝐥𝐨 𝐞𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐚𝐟𝐥𝐢𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬…”.


Pero el tiempo de tranquilidad estaba a punto de terminar porque los bonzos, heridos en su amor propio y envidiosos del espíritu apostólico y de abnegación de los misioneros, temían perder su popularidad y su influencia en el campo religioso. También los comerciantes portugueses - que temían que el envío de franciscanos españoles pudiera ser un intento de la entrada definitiva de los comerciantes y militares españoles en tierras niponas -, comenzaron a buscar la ocasión de indisponer a los franciscanos con el emperador y la ocasión se les presentó cuando el galeón “San Felipe”, se vio obligado a arribar al puerto de Urando por haber quedado maltrecho durante una tormenta.  Entre unos y otros se las apañaron para que comenzara el calvario de los franciscanos. El emperador decretó la muerte de todos los cristianos y, aunque con posterioridad suavizó su orden, arrestó a todos los religiosos dentro de sus conventos. El día 8 de diciembre, los soldados rodearon los conventos de Macao y Osaka a fin de que los frailes no escaparan.


Pocos días después, exasperado por nuevas calumnias, el emperador ordenó cortar las orejas y las narices a todos los frailes y catequistas y que luego, los paseasen, para vergüenza pública, por las principales ciudades del Imperio. El 2 de enero, llevaron a los frailes de Macao a la cárcel y al día siguiente, se le unieron Fray Martín de la Ascensión y otros cristianos de Osaka a quienes cortaron la oreja izquierda y pasearon en carros de bueyes por la ciudad. El día 5 fueron trasladados a Sacay donde permanecieron hasta el día 8. Fue entonces cuando el emperador Taicosama pronunció la sentencia definitiva de muerte: “𝐏𝐨𝐫 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐭𝐨 𝐲𝐨 𝐦𝐚𝐧𝐝𝐞́ 𝐞𝐧 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐩𝐫𝐞𝐝𝐢𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐋𝐞𝐲 𝐝𝐞 𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐲 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐬 𝐏𝐚𝐝𝐫𝐞𝐬 𝐯𝐢𝐧𝐢𝐞𝐫𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐋𝐮𝐳𝐨́𝐧 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐦𝐛𝐚𝐣𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧 𝐲 𝐥𝐚 𝐩𝐫𝐞𝐝𝐢𝐜𝐚𝐫𝐨𝐧, 𝐦𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐜𝐫𝐮𝐜𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐜𝐫𝐮𝐜𝐞𝐬 𝐞𝐧 𝐍𝐚𝐠𝐚𝐬𝐚𝐤𝐢 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐬 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐋𝐞𝐲. 𝐘 𝐝𝐞 𝐚𝐪𝐮𝐢́ 𝐞𝐧 𝐚𝐝𝐞𝐥𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐦𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐡𝐢𝐜𝐢𝐞𝐫𝐞 𝐜𝐫𝐢𝐬𝐭𝐢𝐚𝐧𝐨 𝐬𝐞𝐚 𝐜𝐚𝐬𝐭𝐢𝐠𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐩𝐞𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐞́𝐥 𝐲 𝐭𝐨𝐝𝐚 𝐬𝐮 𝐩𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐥𝐚. 𝐅𝐞𝐜𝐡𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐔𝐬𝐚𝐤𝐚….”.


A pie, entre burlas y pasando hambre y otros tipos de torturas y humillaciones fueron hasta Nagasaki donde debían ser crucificados. Amaneció el día 5 de febrero de 1597 y en el monte Tateyama les esperaban 26 cruces: para 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 terciarios franciscanos.  Estando ya en la cruz, San Francisco Blanco, dijo: “𝐒𝐞𝐧̃𝐨𝐫 𝐦𝐢́𝐨 𝐉𝐞𝐬𝐮𝐜𝐫𝐢𝐬𝐭𝐨, 𝐬𝐢 𝐦𝐢𝐥 𝐯𝐢𝐝𝐚𝐬 𝐭𝐮𝐯𝐢𝐞𝐫𝐚, 𝐭𝐨𝐝𝐚𝐬 𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐚𝐫𝐢́𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐚𝐦𝐨𝐫. 𝐄𝐬𝐭𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐞𝐧𝐠𝐨 𝐨𝐬 𝐥𝐚 𝐨𝐟𝐫𝐞𝐳𝐜𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐚𝐥𝐞𝐠𝐫𝐢́𝐚 𝐲 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐨𝐥𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧, 𝐝𝐚́𝐧𝐝𝐨𝐨𝐬 𝐠𝐫𝐚𝐜𝐢𝐚𝐬 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐦𝐞𝐫𝐜𝐞𝐝 𝐭𝐚𝐧 𝐬𝐞𝐧̃𝐚𝐥𝐚𝐝𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐡𝐚𝐛𝐞́𝐢𝐬 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐨: 𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐨 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐚𝐦𝐨𝐫 𝐲 𝐩𝐨𝐫 𝐩𝐫𝐞𝐝𝐢𝐜𝐚𝐫 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐋𝐞𝐲”.   


El general Matías Landecho, capitán del galeón “San Felipe”, y testigo del martirio en Nagasaki, recogió las reliquias que pudo de los mártires, entre ellas, la cabeza de San Francisco Blanco y las llevó a Manila a principios de abril del año 1597. Actualmente, esta reliquia se encuentra en Outarelo (Orense), España.


Monseñor Francisco Peña, auditor de la Rota Romana en un informe sobre el martirio, redactado en Roma en el año 1599, aseguraba que a los tres meses del martirio, los cuerpos de los mártires seguían incorruptos. El Cabildo de Manila en 1597 instruyó el proceso informativo y concluido el proceso se trajo a España. Desde España, con recomendación del rey Felipe II y del Consejo de Indias, fue directamente al Papa Urbano VIII, quién ordenó que de inmediato se incoara el proceso de martirio. El 19 de julio de 1627, Urbano VIII firmó el decreto declarándolos mártires, lo que equivalía a la beatificación. El 10 de junio de 1862, el Beato Papa Pío IX extendió con su canonización, el culto a la Iglesia Universal. La festividad de los Santos mártires de Nagasaki se celebra en el día de hoy, 6 de febrero.


Para realizar este artículo he utilizado la siguiente bibliografía: Padre Cesáreo Gil Atrio: “Santos gallegos”, Porto, S.A., Santiago de Compostela, 1976; Gumersindo Placer: “Francisco Blanco”, Logos, 1931; B. Fernández Alonso: “Orensanos ilustres”, Orense, 1916; Tamayo y Salazar: “Martyrologium Hispanicum”.



miércoles, febrero 05, 2025

Evangelio Febrero 5, 2025


Miércoles 4 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se asombró de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.


«¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?»

Rev. D. Miquel MASATS i Roca - (Girona, España)


Hoy el Evangelio nos muestra cómo Jesús va a la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado es el día dedicado al Señor y los judíos se reúnen para escuchar la Palabra de Dios. Jesús va cada sábado a la sinagoga y allí enseña, no como los escribas y fariseos, sino como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,22).

Dios nos habla también hoy mediante la Escritura. En la sinagoga se leen las Escrituras y, después, uno de los entendidos se ocupaba de comentarlas, mostrando su sentido y el mensaje que Dios quiere transmitir a través de ellas. Se atribuye a san Agustín la siguiente reflexión: «Así como en la oración nosotros hablamos con Dios, en la lectura es Dios quien nos habla».

El hecho de que Jesús, Hijo de Dios, sea conocido entre sus conciudadanos por su trabajo, nos ofrece una perspectiva insospechada para nuestra vida ordinaria. El trabajo profesional de cada uno de nosotros es medio de encuentro con Dios y, por tanto, realidad santificable y santificadora. Con palabras de san Josemaría Escrivá: «Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina. Ésta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de los demás, de vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente: esa profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a vuestra personalidad humana, que es vuestra manera de estar en el mundo; ese hogar, esa familia vuestra; y esa nación, en que habéis nacido y a la que amáis».

Acaba el pasaje del Evangelio diciendo que Jesús «no podía hacer allí ningún milagro (...). Y se maravilló de su falta de fe» (Mc 6,5-6). También hoy el Señor nos pide más fe en Él para realizar cosas que superan nuestras posibilidades humanas. Los milagros manifiestan el poder de Dios y la necesidad que tenemos de Él en nuestra vida de cada día.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «En Dios el poder, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia» (Santo Tomás de Aquino)
  • «Jesús de Nazaret, el carpintero, ilumina con su vida de trabajo vuestra vida de trabajadores cristianos. Vosotros iluminad también vuestro ambiente de trabajo con la luz de Cristo» (San Juan Pablo II)
  • «El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.460)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio 

martes, febrero 04, 2025

Evangelio Febrero 4, 2025


Martes 4 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 5,21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. 


Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad». 


Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.


«Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»

Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas - (Girona, España)


Hoy el Evangelio nos presenta dos milagros de Jesús que nos hablan de la fe de dos personas bien distintas. Tanto Jairo —uno de los jefes de la sinagoga— como aquella mujer enferma muestran una gran fe: Jairo está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que aquella buena mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe, les concede el favor que habían ido a buscar.

La primera fue ella, aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo. Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,34).

A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había oído, le dice: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5,36). Y como aquellos patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la vida a su amada hija.

Dos grandes lecciones de fe para nosotros. Desde las páginas del Evangelio, Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible. Podemos hacer nuestra aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24).


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «La lectura de hoy es un compendio perfecto de esperanza, y la exclusión de cualquier motivo de desesperación» (San Pedro Crisólogo)
  • «A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida» (Benedicto XVI)
  • «Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso, Jairo, la cananea, el buen ladrón), o en silencio (los portadores del paralítico, la hemorroísa que toca su vestido, las lágrimas y el perfume de la pecadora). Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.616)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio 

lunes, febrero 03, 2025

Nuestra Señora de Suyapa, Honduras


Nuestra Señora de Suyapa, Honduras

Febrero 3

Su fiesta se celebra el 3 de febrero y fue nombrada Patrona Nacional de Honduras por el Papa Pío XII.

Santuario de Nuestra Señora de Suyapa, Honduras.

Suyapa está situada a al sudeste de Tegucigalpa, capital del país, a unos ocho kilómetros. Su nombre proviene de Coyapa, un vocablo indígena, que significa 
"en el agua de las palmeras".

Probablemente comenzó a poblarse con el establecimiento de trabajos agrícolas y ganaderos en la comarca, o con el descubrimiento y trabajos de minas en los lugares cercanos.

Cerca de ahí está la montaña del Pilingüín, vestida siempre de verde gracias al follaje de sus pinos. Abajo se divisa la campiña. Por entre los troncos se desliza un sendero que conduce a la ranchería de Suyapa.

Una tarde bajaba por este sendero un labrador. Su nombre era Alejandro Colindres. Con él venía Lorenzo Martínez, un niño de ocho años. Venían de trabajar en la milpa, donde estuvieron cosechando maíz. El sol se ocultaba entre los montes y sus últimos rayos teñían de rojo el horizonte. La jornada había sido intensa y, agotados por el camino y el trabajo, decidieron pasar ahí la noche.

Alejandro se recostó en el suelo y notó que algo le molestaba. Era una imagen de la Virgen de la Concepción. Pequeña. Hecha de madera de cedro. Medía unos séis centimetros y medio de alto, tenía la tez morena y las manos juntas sobre el pecho.

Al día siguiente continuaron su camino. Se oían distantes las campanas de Tegucigalpa. Poco después llegaron a su casa de Suyapa. Alejandro saludó a su madre y después de comentarle los detalles y peripecias del camino le puso en el bolso de la camisa, sin decirle nada, la pequeña imagen de la Virgen. Una vez terminadas sus labores la madre revisó el bolso y encontró con alegría el regalo de su hijo: ¡una estatuilla de la Virgen!

Era una familia de un profundo sentimiento religioso. Colocaron la imagen en una mesita, adornada con flores naturales renovadas diariamente. Sentían una gran veneración a la Inmaculada. Luego la pasaron a una pequeña habitación acondicionada como capilla. Por más de veinte años le rindieron un culto familiar, sencillo y sincero en la casa de los Colindres. La visitaban con frecuencia, le ofrecian sus trabajos, le confiaban sus preocupaciones y necesidades.

Los habitantes de la aldea también le tenían mucho cariño. Cuando alguno enfermaba solían llevar la imagen a la casa del enfermo para que la Virgen lo visitara.

Un día enfermó Don José de Zelaya. Un militar importante, dueño de la hacienda 
"el Trapiche", situada como a un cuarto de legua de la aldea. En realidad ya estaba enfermo desde hacía tiempo y sufría mucho a causa de unos cálculos renales. Isabel Colíndres sabía de su enfermedad y le mandó un recado diciéndole que, si quería, podía enviarle la imagen de su Virgen.

Don José aceptó y trajeron a la Virgen en una especie de procesión. Al llegar, el enfermo, fervoroso y contrito, le pidió su curación y le prometió construirle a cambio una ermita. Tres días después el Señor Zelaya arrojó por via urinaria las tres piedras que eran el tormento de su vida. Esto ocurrió en el año de 1768.

Pasaron casi diez años antes de que el señor Zelaya cumpliera su promesa. Por fin el 28 de noviembre de 1777 el cabildo eclesiástico le dio el permiso de construir una capilla en su hacienda para que se celebrase en ella el sacrificio de la Misa. La bendición de la ermita fue en el año de 1780. Luego con el aumento de peregrinos fue necesario hacer continuas remodelaciones hasta llegar al estado actual, terminado en 1947.

En el año de 1954 el tercer arzobispo de Tegucigalpa, Mons. José de la Cruz Turcios y Barahona pusó la primera piedra del nuevo Santuario. Su fiesta se celebra el 3 de febrero y fue nombrada Patrona Nacional de Honduras por el Papa Pío XII.

Por espacio de más de dos siglos innumerables peregrinos han visitado el Santuario de nuestra Señora de Suyapa. A él acuden para orar y para agradecer los beneficios que Jesús les concede a través de la mediación de su Santísima Madre. El Papa Juan Pablo II también ha querido unirse a ellos y visitó este santuario el 8 de marzo de 1983.

Antes de concluir quisieramos recordar unas palabras que Mons. Oscar Rodríguez Madariaga escribió sobre la Virgen de Suyapa. Nos dice:

"En María mujer, esposa y madre se advierte el influjo saludable que su figura femenina y materna debe tener en el corazón de la mujer, en la promoción de su dignidad y en su participación activa en la vida de la Nación y de la Iglesia.

Cada mujer puede mirarse en María como el espejo de su dignidad y de su vocación.

Al mismo tiempo cada hondureño -cada hombre, podemos añadir nosotros- deberá ser capaz de reconocer en el rostro de una niña, de una joven, de una madre, de una anciana, algo del misterio de Aquella que es la Mujer Nueva, como motivo de pureza y de respeto, como razón para asegurarle a la mujer cristiana y a todas las mujeres, la promoción humana y el desarrollo espiritual que les permitan reflejarse en Santa María de Suyapa".

Por: P. Sergio Rosiles | Fuente: Catholic.net

https://es.catholic.net/op/articulos/3173/cat/644/suyapa-nuestra-senorde.html#google_vignette

Evangelio Febrero 3, 2025


Lunes 4 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 5,1-20): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. 


Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. 


Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.


«Espíritu inmundo, sal de este hombre»

Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero - (Viladecans, Barcelona, España)


Hoy encontramos un fragmento del Evangelio que puede provocar la sonrisa a más de uno. Imaginarse unos dos mil puercos precipitándose monte abajo, no deja de ser una imagen un poco cómica. Pero la verdad es que a aquellos porqueros no les hizo ninguna gracia, se enfadaron mucho y le pidieron a Jesús que se marchara de su territorio.

La actitud de los porqueros, aunque humanamente podría parecer lógica, no deja de ser francamente recriminable: preferirían haber salvado sus cerdos antes que la curación del endemoniado. Es decir, antes los bienes materiales, que nos proporcionan dinero y bienestar, que la vida en dignidad de un hombre que no es de los “nuestros”. Porque el que estaba poseído por un espíritu maligno sólo era una persona que «siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras» (Mc 5,5).

Nosotros tenemos muchas veces este peligro de aferrarnos a aquello que es nuestro, y desesperarnos cuando perdemos aquello que sólo es material. Así, por ejemplo, el campesino se desespera cuando pierde una cosecha incluso cuando la tiene asegurada, o el jugador de bolsa hace lo mismo cuando sus acciones pierden parte de su valor. En cambio, muy pocos se desesperan viendo el hambre o la precariedad de tantos seres humanos, algunos de los cuales viven a nuestro lado.

Jesús siempre puso por delante a las personas, incluso antes que las leyes y los poderosos de su tiempo. Pero nosotros, demasiadas veces, pensamos sólo en nosotros mismos y en aquello que creemos que nos procura felicidad, aunque el egoísmo nunca trae felicidad. Como diría el obispo brasileño Helder Cámara: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean».


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Es como si Jesús dijera: Sal de mi casa, ¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: Sal de este hombre, de esta morada preparada para mí» (San Clemente de Roma)
  • «El cristiano es alguien que lleva dentro de sí un deseo profundo: el de encontrarse con su Señor junto a los hermanos... ¡Es lo que nos hace felices!» (Francisco)
  • «El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la Reconciliación» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.856)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio