Día litúrgico: Viernes I de Cuaresma
»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».
«Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano»
Fr.
Thomas
LANE - (Emmitsburg, Maryland, Estados Unidos)
Hoy, el Señor, al hablarnos de lo
que ocurre en nuestros corazones, nos incita a convertirnos. El
mandamiento dice «No matarás» (Mt 5,21), pero Jesús nos recuerda que
existen otras formas de privar de la vida a los demás. Podemos privar de
la vida a los demás abrigando en nuestro corazón una ira excesiva hacia
ellos, o al no tratarlos con respeto e insultarlos («imbécil»;
«renegado»: cf. Mt 5,22).
El Señor nos llama a ser personas íntegras: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24), es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la reconciliación es rogar por nuestros enemigos, como Jesús solicita. Si se nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar y revivir en nuestra imaginación a Jesucristo muriendo por aquellos que nos disgustan. Si hemos sido seriamente dañados por otros, roguemos para que cicatrice el doloroso recuerdo y para conseguir la gracia de poder perdonar. Y, a la vez que rogamos, pidamos al Señor que retroceda con nosotros en el tiempo y lugar de la herida —reemplazándola con su amor— para que así seamos libres para poder perdonar.
En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentarnos ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos»
Rev. D.
Joaquim
MESEGUER García -(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos llama a ir más allá
del legalismo: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de
los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt
5,20). La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la
convivencia; pero el cristiano, instruido por Jesucristo y lleno del
Espíritu Santo, ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo
posible del amor. Los maestros de la Ley y los fariseos eran
cumplidores estrictos de los mandamientos; al repasar nuestra vida,
¿quién de nosotros podría decir lo mismo? Vayamos con cuidado, por
tanto, para no menospreciar su vivencia religiosa.
Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguros por el hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar méritos a Dios, como hacían los maestros de la Ley y los fariseos. Más bien debemos poner el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, amor que nos hará ir más allá de la fría Ley y a reconocer humildemente nuestras faltas en una conversión sincera.
Hay quien dice: ‘Yo soy bueno porque no robo, ni mato, ni hago mal a nadie’; pero Jesús nos dice que esto no es suficiente, porque hay otras formas de robar y matar. Podemos matar las ilusiones de otro, podemos menospreciar al prójimo, anularlo o dejarlo marginado, le podemos guardar rencor; y todo esto también es matar, no con una muerte física, pero sí con una muerte moral y espiritual.
A lo largo de la vida, podemos encontrar muchos adversarios, pero el peor de todos es uno mismo cuando se aparta del camino del Evangelio. Por esto, en la búsqueda de la reconciliación con los hermanos hemos de estar primero reconciliados con nosotros mismos. Nos dice san Agustín: «Mientras seas adversario de ti mismo, la Palabra de Dios será adversaria tuya. Hazte amigo de ti mismo y te habrás reconciliado con ella».
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Fuente: evangeli.net
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