jueves, febrero 06, 2025

𝐒𝐚𝐧 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐁𝐥𝐚𝐧𝐜𝐨, 𝐟𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐚𝐧𝐨 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐨 𝐦𝐚́𝐫𝐭𝐢𝐫 𝐞𝐧 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧

𝐒𝐚𝐧 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐁𝐥𝐚𝐧𝐜𝐨, 𝐟𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐚𝐧𝐨 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐨 𝐦𝐚́𝐫𝐭𝐢𝐫 𝐞𝐧 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧

Febrero 6

Aunque no todos los biógrafos de San Francisco Blanco se ponen de acuerdo sobre su lugar de nacimiento: Santa María de Monterrey (Monterrey), Santa María de Tameirón (La Gudiña) y San Pedro de Pereiro (La Mezquita), la mayoría de ellos se inclinan por Tameirón, donde nació  alrededor del año 1570 y en cuya parroquia se encuentra su partida de bautismo. Era hijo de Antonio Blanco y de Catalina Pérez y de pequeño, estuvo guardando las cabras de su padre. 


Gumersindo Placer en su obra: “𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐁𝐥𝐚𝐧𝐜𝐨”, publicada en julio de 1931, dice: “𝐍𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐬𝐮𝐩𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐪𝐮𝐞𝐥 𝐧𝐢𝐧̃𝐨 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐨 𝐭𝐞𝐧𝐢́𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞𝐫 𝐞𝐥 𝐦𝐚́𝐬 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐞 𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐚 𝐥𝐚 𝐟𝐚𝐦𝐢𝐥𝐢𝐚. 𝐒𝐮 𝐯𝐢𝐝𝐚 𝐝𝐞 “𝐫𝐚𝐩𝐚𝐜𝐢𝐧̃𝐨” 𝐭𝐞𝐧𝐢́𝐚 𝐥𝐚 𝐦𝐢𝐬𝐦𝐚 𝐨𝐜𝐢𝐨𝐬𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐥𝐞𝐠𝐢𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐝𝐢𝐬𝐩𝐨𝐧𝐞𝐧 𝐚 𝐣𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐛𝐚𝐫𝐫𝐨, 𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐬𝐞𝐭𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐚𝐦𝐩𝐨𝐬, 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐞𝐧𝐜𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐨 𝐜𝐨𝐫𝐫𝐞𝐫 𝐚 𝐩𝐞𝐥𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐨𝐧𝐭𝐚𝐧̃𝐚𝐬. 𝐏𝐞𝐫𝐨 𝐚𝐬𝐢́ 𝐬𝐨𝐧 𝐥𝐚𝐬 𝐚𝐥𝐦𝐚𝐬 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐧𝐞𝐬 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞𝐧 𝐜𝐮𝐞𝐫𝐩𝐨𝐬 𝐯𝐢𝐠𝐨𝐫𝐨𝐬𝐨𝐬”.


Posiblemente becado por el Conde de Monterrey, su padre lo envió al colegio que los jesuitas tenían en aquella localidad con el fin de estudiar humanidades y sus notas debieron ser muy buenas pues de allí pasó a estudiar leyes a la Universidad de Salamanca, donde, en sus días de descanso acostumbraba visitar el convento de San Antonio. Allí, en contacto con la austeridad y la disciplina de los frailes franciscanos, fue madurando su vocación y, convencido de que su camino era ser misionero en las Indias, abandonó los estudios de leyes y alrededor del año 1586, solicitó al provincial de la Orden ser admitido como novicio en el convento de San Francisco en Villalpando (Zamora). Allí, en el noviciado, el maestro de novicios le dio el cargo de enfermero, algo que sería providencial pues en misiones estuvo como encargado del hospital de leprosos. Emitió los votos simples un año más tarde y, él mismo, pidió continuar sus estudios en el convento de San Antonio en Salamanca, pues allí estaba su director espiritual.


En Salamanca, se dedicó al estudio, pero compaginándolo con los trabajos manuales, la oración y excesivas mortificaciones. Tan excesivas fueron, que la salud del joven corista se resintió y tuvo que ser cuidado por los frailes del convento. Como en Salamanca no mejoraba, sus superiores lo enviaron a Pontevedra, donde conoció al misionero padre Juan Álvarez, con cuyo trato se afianzó aún más en el deseo de marchar a misiones: “𝐦𝐞 𝐨𝐟𝐫𝐞𝐜𝐞𝐫𝐢́𝐚 𝐯𝐨𝐥𝐮𝐧𝐭𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐢𝐫 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐈𝐧𝐝𝐢𝐚𝐬, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐩𝐢𝐞𝐳𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥 𝐨𝐛𝐬𝐭𝐚́𝐜𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐚𝐥𝐮𝐝”, llegó a decirle al padre Álvarez.


Preocupado, pero esperanzado al mismo tiempo, durante nueve noches durmió sobre el sepulcro del Padre Juan de Navarrete, que había muerto en olor de santidad y que estaba situado en el cementerio conventual y al amanecer del noveno día, se levantó totalmente curado. Así se lo contó él mismo, al Padre Marcelo de Ribadeneira. Y ya, completamente sano, se afianzó aún más en él su deseo de marchar a misiones para evangelizar y dar la vida por Cristo.


Cuando menos lo esperaba, llegó al convento una circular de la Orden para que se reclutaran frailes para las misiones de Filipinas y, junto con los padres Alonso Cuadrado y Juan Álvarez, él, que aun era corista (estudiante de filosofía), se ofreció como voluntario. Tuvo que vencer varias dificultades: familiares que se oponían, el ser muy joven y no estar ordenado y el hecho de que había estado varios meses enfermo, pero con la ayuda de la Virgen y de Fray Luis Maldonado, todas estas dificultades fueron vencidas y marchó a Sevilla a fin de embarcarse rumbo a Filipinas. El día 9 de enero de 1593 zarparon desde la capital andaluza. Aunque no hay datos sobre sus escalas, se supone que lo hicieron en Tenerife, Santo Domingo, La Española y Jamaica, llegando a México el 19 de agosto. Allí, en el convento de Santa María de Churubusco, reanudó sus estudios junto con San Martín de la Ascensión (otro español del grupo de estos mártires) y juntos estuvieron ambos santos hasta el día de su martirio. En México fue ordenado de sacerdote.


Como decía Santa Teresa de Jesús: “𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐛𝐞 𝐝𝐞𝐫𝐞𝐜𝐡𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐫𝐞𝐧𝐠𝐥𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐭𝐨𝐫𝐜𝐢𝐝𝐨𝐬” y de ahí que sus convecinos de la Gudiña digan: “𝐄, 𝐟𝐚𝐫𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐠𝐚𝐫𝐝𝐚𝐫 𝐜𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬, 𝐟𝐨𝐢 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐨 𝐗𝐚𝐩𝐨́𝐧" (𝐘, 𝐡𝐚𝐫𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐠𝐮𝐚𝐫𝐝𝐚𝐫 𝐜𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬, 𝐟𝐮𝐞 𝐚 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐚 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧)”. Los “renglones torcidos” los trazó Dios: Tameiró-Monterrey-Salamanca-Villalpando-Salamanca-Pontevedra-Sevilla-Veracruz-Mexico-Acapulco-Manila. En cada trazo de ese zig-zag estuvo la mano de la Divina Providencia. Y como dice el sacerdote Cesareo Gil en su libro: “𝐒𝐚𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐆𝐚𝐥𝐥𝐞𝐠𝐨𝐬”: “En el penúltimo trazo – el último sería el martirio -, fue posiblemente donde se manifestó más la intervención divina”. En el año 1593 se embarcó rumbo a Filipinas.


Por aquel entonces, después de muchos intentos, los franciscanos habían logrado entrar en Japón, siendo San Pedro Bautista el primero en pisar tierra japonesa en el mes de julio del 1593, el cual solicitó a Filipinas que le enviaran nuevos misioneros franciscanos que fueran jóvenes y dispuestos a aprender rápidamente la lengua nipona. El provincial de Manila eligió a San Martín de la Ascensión y a otro religioso que en esos momentos estaba fuera de Manila, pero como este último tardaba en llegar, decidieron que a Fray Martín le acompañase el joven sacerdote Fray Francisco Blanco y así, estos dos santos frailes amigos iban a entrar juntos en tierras japonesas. Embarcaron en la primera semana del mes de junio de 1596, y durante quince días se olvidaron de los estudios y, entre mareo y mareo, comenzaron a estudiar el japonés bajo la dirección de Fray Juan Pobre.


En Nagasaki fueron recibidos por el padre Jerónimo de Jesús y allí descansaron varios días. A finales de ese mismo mes, marcharon a Macao para presentarse ante San Pedro Bautista, el cual envió a San Martín a Osaka como padre guardián, quedándose San Francisco Blanco en Macao atendiendo el hospital de leprosos. Allí respiró tranquilo: estaba en tierras de misión. Y se marcó un plan: “𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐠𝐚𝐥𝐥𝐞𝐠𝐨 𝐲 𝐝𝐞𝐥 𝐞𝐬𝐩𝐚𝐧̃𝐨𝐥, 𝐭𝐞𝐧𝐠𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐨𝐦𝐢𝐧𝐚𝐫 𝐥𝐚 𝐥𝐞𝐧𝐠𝐮𝐚 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐚, 𝐲𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐡𝐨𝐫𝐚, 𝐦𝐢𝐬 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚𝐭𝐫𝐢𝐨𝐭𝐚𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐞𝐬”. Estuvo como misionero cinco meses y el padre Ribadeneira, recogiendo impresiones de los japoneses catequizados por San Francisco Blanco llega a decir: “𝐞𝐧 𝐭𝐫𝐞𝐬 𝐦𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐯𝐨 𝐭𝐚𝐧 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐧𝐭𝐞𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐥𝐞𝐧𝐠𝐮𝐚 𝐲 𝐞𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐝𝐢𝐟𝐢𝐜𝐮𝐥𝐭𝐨𝐬𝐚𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐧𝐮𝐧𝐜𝐢𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬, 𝐪𝐮𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐞𝐜𝐢́𝐚 𝐜𝐨𝐬𝐚 𝐦𝐚𝐫𝐚𝐯𝐢𝐥𝐥𝐨𝐬𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐧 𝐭𝐚𝐧 𝐛𝐫𝐞𝐯𝐞 𝐞𝐬𝐩𝐚𝐜𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨, 𝐩𝐮𝐝𝐢𝐞𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐨𝐥𝐚𝐫 𝐜𝐨𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐩𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬 𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐥𝐞𝐩𝐫𝐨𝐬𝐨𝐬. 𝐄𝐫𝐚 𝐦𝐮𝐲 𝐪𝐮𝐞𝐫𝐢𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐫𝐢𝐬𝐭𝐢𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐡𝐚𝐥𝐥𝐚𝐛𝐚𝐧 𝐞𝐧 𝐞́𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐮𝐞𝐥𝐨 𝐞𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐚𝐟𝐥𝐢𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬…”.


Pero el tiempo de tranquilidad estaba a punto de terminar porque los bonzos, heridos en su amor propio y envidiosos del espíritu apostólico y de abnegación de los misioneros, temían perder su popularidad y su influencia en el campo religioso. También los comerciantes portugueses - que temían que el envío de franciscanos españoles pudiera ser un intento de la entrada definitiva de los comerciantes y militares españoles en tierras niponas -, comenzaron a buscar la ocasión de indisponer a los franciscanos con el emperador y la ocasión se les presentó cuando el galeón “San Felipe”, se vio obligado a arribar al puerto de Urando por haber quedado maltrecho durante una tormenta.  Entre unos y otros se las apañaron para que comenzara el calvario de los franciscanos. El emperador decretó la muerte de todos los cristianos y, aunque con posterioridad suavizó su orden, arrestó a todos los religiosos dentro de sus conventos. El día 8 de diciembre, los soldados rodearon los conventos de Macao y Osaka a fin de que los frailes no escaparan.


Pocos días después, exasperado por nuevas calumnias, el emperador ordenó cortar las orejas y las narices a todos los frailes y catequistas y que luego, los paseasen, para vergüenza pública, por las principales ciudades del Imperio. El 2 de enero, llevaron a los frailes de Macao a la cárcel y al día siguiente, se le unieron Fray Martín de la Ascensión y otros cristianos de Osaka a quienes cortaron la oreja izquierda y pasearon en carros de bueyes por la ciudad. El día 5 fueron trasladados a Sacay donde permanecieron hasta el día 8. Fue entonces cuando el emperador Taicosama pronunció la sentencia definitiva de muerte: “𝐏𝐨𝐫 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐭𝐨 𝐲𝐨 𝐦𝐚𝐧𝐝𝐞́ 𝐞𝐧 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐩𝐫𝐞𝐝𝐢𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐋𝐞𝐲 𝐝𝐞 𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐲 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐬 𝐏𝐚𝐝𝐫𝐞𝐬 𝐯𝐢𝐧𝐢𝐞𝐫𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐋𝐮𝐳𝐨́𝐧 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐦𝐛𝐚𝐣𝐚𝐝𝐚 𝐚𝐥 𝐉𝐚𝐩𝐨́𝐧 𝐲 𝐥𝐚 𝐩𝐫𝐞𝐝𝐢𝐜𝐚𝐫𝐨𝐧, 𝐦𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐜𝐫𝐮𝐜𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐜𝐫𝐮𝐜𝐞𝐬 𝐞𝐧 𝐍𝐚𝐠𝐚𝐬𝐚𝐤𝐢 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐬 𝐣𝐚𝐩𝐨𝐧𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐋𝐞𝐲. 𝐘 𝐝𝐞 𝐚𝐪𝐮𝐢́ 𝐞𝐧 𝐚𝐝𝐞𝐥𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐦𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐡𝐢𝐜𝐢𝐞𝐫𝐞 𝐜𝐫𝐢𝐬𝐭𝐢𝐚𝐧𝐨 𝐬𝐞𝐚 𝐜𝐚𝐬𝐭𝐢𝐠𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐩𝐞𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐞́𝐥 𝐲 𝐭𝐨𝐝𝐚 𝐬𝐮 𝐩𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐥𝐚. 𝐅𝐞𝐜𝐡𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐔𝐬𝐚𝐤𝐚….”.


A pie, entre burlas y pasando hambre y otros tipos de torturas y humillaciones fueron hasta Nagasaki donde debían ser crucificados. Amaneció el día 5 de febrero de 1597 y en el monte Tateyama les esperaban 26 cruces: para 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 terciarios franciscanos.  Estando ya en la cruz, San Francisco Blanco, dijo: “𝐒𝐞𝐧̃𝐨𝐫 𝐦𝐢́𝐨 𝐉𝐞𝐬𝐮𝐜𝐫𝐢𝐬𝐭𝐨, 𝐬𝐢 𝐦𝐢𝐥 𝐯𝐢𝐝𝐚𝐬 𝐭𝐮𝐯𝐢𝐞𝐫𝐚, 𝐭𝐨𝐝𝐚𝐬 𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐚𝐫𝐢́𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐚𝐦𝐨𝐫. 𝐄𝐬𝐭𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐞𝐧𝐠𝐨 𝐨𝐬 𝐥𝐚 𝐨𝐟𝐫𝐞𝐳𝐜𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐚𝐥𝐞𝐠𝐫𝐢́𝐚 𝐲 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐨𝐥𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧, 𝐝𝐚́𝐧𝐝𝐨𝐨𝐬 𝐠𝐫𝐚𝐜𝐢𝐚𝐬 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐦𝐞𝐫𝐜𝐞𝐝 𝐭𝐚𝐧 𝐬𝐞𝐧̃𝐚𝐥𝐚𝐝𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐡𝐚𝐛𝐞́𝐢𝐬 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐨: 𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐨 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐚𝐦𝐨𝐫 𝐲 𝐩𝐨𝐫 𝐩𝐫𝐞𝐝𝐢𝐜𝐚𝐫 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐋𝐞𝐲”.   


El general Matías Landecho, capitán del galeón “San Felipe”, y testigo del martirio en Nagasaki, recogió las reliquias que pudo de los mártires, entre ellas, la cabeza de San Francisco Blanco y las llevó a Manila a principios de abril del año 1597. Actualmente, esta reliquia se encuentra en Outarelo (Orense), España.


Monseñor Francisco Peña, auditor de la Rota Romana en un informe sobre el martirio, redactado en Roma en el año 1599, aseguraba que a los tres meses del martirio, los cuerpos de los mártires seguían incorruptos. El Cabildo de Manila en 1597 instruyó el proceso informativo y concluido el proceso se trajo a España. Desde España, con recomendación del rey Felipe II y del Consejo de Indias, fue directamente al Papa Urbano VIII, quién ordenó que de inmediato se incoara el proceso de martirio. El 19 de julio de 1627, Urbano VIII firmó el decreto declarándolos mártires, lo que equivalía a la beatificación. El 10 de junio de 1862, el Beato Papa Pío IX extendió con su canonización, el culto a la Iglesia Universal. La festividad de los Santos mártires de Nagasaki se celebra en el día de hoy, 6 de febrero.


Para realizar este artículo he utilizado la siguiente bibliografía: Padre Cesáreo Gil Atrio: “Santos gallegos”, Porto, S.A., Santiago de Compostela, 1976; Gumersindo Placer: “Francisco Blanco”, Logos, 1931; B. Fernández Alonso: “Orensanos ilustres”, Orense, 1916; Tamayo y Salazar: “Martyrologium Hispanicum”.



miércoles, febrero 05, 2025

Evangelio Febrero 5, 2025


Miércoles 4 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se asombró de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.


«¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?»

Rev. D. Miquel MASATS i Roca - (Girona, España)


Hoy el Evangelio nos muestra cómo Jesús va a la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado es el día dedicado al Señor y los judíos se reúnen para escuchar la Palabra de Dios. Jesús va cada sábado a la sinagoga y allí enseña, no como los escribas y fariseos, sino como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,22).

Dios nos habla también hoy mediante la Escritura. En la sinagoga se leen las Escrituras y, después, uno de los entendidos se ocupaba de comentarlas, mostrando su sentido y el mensaje que Dios quiere transmitir a través de ellas. Se atribuye a san Agustín la siguiente reflexión: «Así como en la oración nosotros hablamos con Dios, en la lectura es Dios quien nos habla».

El hecho de que Jesús, Hijo de Dios, sea conocido entre sus conciudadanos por su trabajo, nos ofrece una perspectiva insospechada para nuestra vida ordinaria. El trabajo profesional de cada uno de nosotros es medio de encuentro con Dios y, por tanto, realidad santificable y santificadora. Con palabras de san Josemaría Escrivá: «Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina. Ésta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de los demás, de vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente: esa profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a vuestra personalidad humana, que es vuestra manera de estar en el mundo; ese hogar, esa familia vuestra; y esa nación, en que habéis nacido y a la que amáis».

Acaba el pasaje del Evangelio diciendo que Jesús «no podía hacer allí ningún milagro (...). Y se maravilló de su falta de fe» (Mc 6,5-6). También hoy el Señor nos pide más fe en Él para realizar cosas que superan nuestras posibilidades humanas. Los milagros manifiestan el poder de Dios y la necesidad que tenemos de Él en nuestra vida de cada día.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «En Dios el poder, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia» (Santo Tomás de Aquino)
  • «Jesús de Nazaret, el carpintero, ilumina con su vida de trabajo vuestra vida de trabajadores cristianos. Vosotros iluminad también vuestro ambiente de trabajo con la luz de Cristo» (San Juan Pablo II)
  • «El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.460)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio 

martes, febrero 04, 2025

Evangelio Febrero 4, 2025


Martes 4 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 5,21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. 


Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad». 


Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.


«Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»

Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas - (Girona, España)


Hoy el Evangelio nos presenta dos milagros de Jesús que nos hablan de la fe de dos personas bien distintas. Tanto Jairo —uno de los jefes de la sinagoga— como aquella mujer enferma muestran una gran fe: Jairo está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que aquella buena mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe, les concede el favor que habían ido a buscar.

La primera fue ella, aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo. Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,34).

A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había oído, le dice: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5,36). Y como aquellos patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la vida a su amada hija.

Dos grandes lecciones de fe para nosotros. Desde las páginas del Evangelio, Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible. Podemos hacer nuestra aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24).


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «La lectura de hoy es un compendio perfecto de esperanza, y la exclusión de cualquier motivo de desesperación» (San Pedro Crisólogo)
  • «A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida» (Benedicto XVI)
  • «Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso, Jairo, la cananea, el buen ladrón), o en silencio (los portadores del paralítico, la hemorroísa que toca su vestido, las lágrimas y el perfume de la pecadora). Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.616)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio 

lunes, febrero 03, 2025

Nuestra Señora de Suyapa, Honduras


Nuestra Señora de Suyapa, Honduras

Febrero 3

Su fiesta se celebra el 3 de febrero y fue nombrada Patrona Nacional de Honduras por el Papa Pío XII.

Santuario de Nuestra Señora de Suyapa, Honduras.

Suyapa está situada a al sudeste de Tegucigalpa, capital del país, a unos ocho kilómetros. Su nombre proviene de Coyapa, un vocablo indígena, que significa 
"en el agua de las palmeras".

Probablemente comenzó a poblarse con el establecimiento de trabajos agrícolas y ganaderos en la comarca, o con el descubrimiento y trabajos de minas en los lugares cercanos.

Cerca de ahí está la montaña del Pilingüín, vestida siempre de verde gracias al follaje de sus pinos. Abajo se divisa la campiña. Por entre los troncos se desliza un sendero que conduce a la ranchería de Suyapa.

Una tarde bajaba por este sendero un labrador. Su nombre era Alejandro Colindres. Con él venía Lorenzo Martínez, un niño de ocho años. Venían de trabajar en la milpa, donde estuvieron cosechando maíz. El sol se ocultaba entre los montes y sus últimos rayos teñían de rojo el horizonte. La jornada había sido intensa y, agotados por el camino y el trabajo, decidieron pasar ahí la noche.

Alejandro se recostó en el suelo y notó que algo le molestaba. Era una imagen de la Virgen de la Concepción. Pequeña. Hecha de madera de cedro. Medía unos séis centimetros y medio de alto, tenía la tez morena y las manos juntas sobre el pecho.

Al día siguiente continuaron su camino. Se oían distantes las campanas de Tegucigalpa. Poco después llegaron a su casa de Suyapa. Alejandro saludó a su madre y después de comentarle los detalles y peripecias del camino le puso en el bolso de la camisa, sin decirle nada, la pequeña imagen de la Virgen. Una vez terminadas sus labores la madre revisó el bolso y encontró con alegría el regalo de su hijo: ¡una estatuilla de la Virgen!

Era una familia de un profundo sentimiento religioso. Colocaron la imagen en una mesita, adornada con flores naturales renovadas diariamente. Sentían una gran veneración a la Inmaculada. Luego la pasaron a una pequeña habitación acondicionada como capilla. Por más de veinte años le rindieron un culto familiar, sencillo y sincero en la casa de los Colindres. La visitaban con frecuencia, le ofrecian sus trabajos, le confiaban sus preocupaciones y necesidades.

Los habitantes de la aldea también le tenían mucho cariño. Cuando alguno enfermaba solían llevar la imagen a la casa del enfermo para que la Virgen lo visitara.

Un día enfermó Don José de Zelaya. Un militar importante, dueño de la hacienda 
"el Trapiche", situada como a un cuarto de legua de la aldea. En realidad ya estaba enfermo desde hacía tiempo y sufría mucho a causa de unos cálculos renales. Isabel Colíndres sabía de su enfermedad y le mandó un recado diciéndole que, si quería, podía enviarle la imagen de su Virgen.

Don José aceptó y trajeron a la Virgen en una especie de procesión. Al llegar, el enfermo, fervoroso y contrito, le pidió su curación y le prometió construirle a cambio una ermita. Tres días después el Señor Zelaya arrojó por via urinaria las tres piedras que eran el tormento de su vida. Esto ocurrió en el año de 1768.

Pasaron casi diez años antes de que el señor Zelaya cumpliera su promesa. Por fin el 28 de noviembre de 1777 el cabildo eclesiástico le dio el permiso de construir una capilla en su hacienda para que se celebrase en ella el sacrificio de la Misa. La bendición de la ermita fue en el año de 1780. Luego con el aumento de peregrinos fue necesario hacer continuas remodelaciones hasta llegar al estado actual, terminado en 1947.

En el año de 1954 el tercer arzobispo de Tegucigalpa, Mons. José de la Cruz Turcios y Barahona pusó la primera piedra del nuevo Santuario. Su fiesta se celebra el 3 de febrero y fue nombrada Patrona Nacional de Honduras por el Papa Pío XII.

Por espacio de más de dos siglos innumerables peregrinos han visitado el Santuario de nuestra Señora de Suyapa. A él acuden para orar y para agradecer los beneficios que Jesús les concede a través de la mediación de su Santísima Madre. El Papa Juan Pablo II también ha querido unirse a ellos y visitó este santuario el 8 de marzo de 1983.

Antes de concluir quisieramos recordar unas palabras que Mons. Oscar Rodríguez Madariaga escribió sobre la Virgen de Suyapa. Nos dice:

"En María mujer, esposa y madre se advierte el influjo saludable que su figura femenina y materna debe tener en el corazón de la mujer, en la promoción de su dignidad y en su participación activa en la vida de la Nación y de la Iglesia.

Cada mujer puede mirarse en María como el espejo de su dignidad y de su vocación.

Al mismo tiempo cada hondureño -cada hombre, podemos añadir nosotros- deberá ser capaz de reconocer en el rostro de una niña, de una joven, de una madre, de una anciana, algo del misterio de Aquella que es la Mujer Nueva, como motivo de pureza y de respeto, como razón para asegurarle a la mujer cristiana y a todas las mujeres, la promoción humana y el desarrollo espiritual que les permitan reflejarse en Santa María de Suyapa".

Por: P. Sergio Rosiles | Fuente: Catholic.net

https://es.catholic.net/op/articulos/3173/cat/644/suyapa-nuestra-senorde.html#google_vignette

Evangelio Febrero 3, 2025


Lunes 4 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 5,1-20): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. 


Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. 


Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.


«Espíritu inmundo, sal de este hombre»

Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero - (Viladecans, Barcelona, España)


Hoy encontramos un fragmento del Evangelio que puede provocar la sonrisa a más de uno. Imaginarse unos dos mil puercos precipitándose monte abajo, no deja de ser una imagen un poco cómica. Pero la verdad es que a aquellos porqueros no les hizo ninguna gracia, se enfadaron mucho y le pidieron a Jesús que se marchara de su territorio.

La actitud de los porqueros, aunque humanamente podría parecer lógica, no deja de ser francamente recriminable: preferirían haber salvado sus cerdos antes que la curación del endemoniado. Es decir, antes los bienes materiales, que nos proporcionan dinero y bienestar, que la vida en dignidad de un hombre que no es de los “nuestros”. Porque el que estaba poseído por un espíritu maligno sólo era una persona que «siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras» (Mc 5,5).

Nosotros tenemos muchas veces este peligro de aferrarnos a aquello que es nuestro, y desesperarnos cuando perdemos aquello que sólo es material. Así, por ejemplo, el campesino se desespera cuando pierde una cosecha incluso cuando la tiene asegurada, o el jugador de bolsa hace lo mismo cuando sus acciones pierden parte de su valor. En cambio, muy pocos se desesperan viendo el hambre o la precariedad de tantos seres humanos, algunos de los cuales viven a nuestro lado.

Jesús siempre puso por delante a las personas, incluso antes que las leyes y los poderosos de su tiempo. Pero nosotros, demasiadas veces, pensamos sólo en nosotros mismos y en aquello que creemos que nos procura felicidad, aunque el egoísmo nunca trae felicidad. Como diría el obispo brasileño Helder Cámara: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para uno mismo y para los que le rodean».


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Es como si Jesús dijera: Sal de mi casa, ¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: Sal de este hombre, de esta morada preparada para mí» (San Clemente de Roma)
  • «El cristiano es alguien que lleva dentro de sí un deseo profundo: el de encontrarse con su Señor junto a los hermanos... ¡Es lo que nos hace felices!» (Francisco)
  • «El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la Reconciliación» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.856)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio 

Beato Justo Takayama Ukon, Mártir de Filipinas

Beato Justo Takayama Ukon, Mártir de Filipinas
Febrero 3


Nacimiento 1552, Manila (Filipinas)

Falleció 3 de febrero de 1615, Manila (Filipinas)


El Samurái de Cristo

En Manila, Filipinas, Iustus Takayama Ukon, japonés, que renunció a su alta posición social y a sus riquezas por amor a Cristo y que a causa de los maltratos que sufrió en su patria, por quienes odiaban su fe, murió en el exilio en 1615.


Fecha de beatificación: 7 de febrero de 2017, durante el pontificado de S.S. Francisco, Se conmemora en el santoral católico el 3 de febrero

Llamado “El samurái de Cristo”, casado y padre de 5 hijos, eligió el camino del exilio antes que abjurar de la fe cristiana, cuando el cristianismo fue prohibido completamente en su tierra en el 1614.


Su estatua en Manila lo muestra sosteniendo la katana, el sable de los guerreros japoneses, puntada hacia abajo y con empuñadura en forma de cruz. Representa bien la parábola de su vida: de daimio -gran señor feudal-, potente en la batalla, a pobre y exiliado hasta la muerte.

Nació en 1552, pocos años más tarde que san Francisco Javier trajera la fe cristiana al Japón.


Su padre abrazó el cristianismo en 1563, y Takayama Ukon (en realidad Ukon es un título, y Takayama el nombre del clan, pero es conocido normalmente por esos dos nombres) fue bautizado a 12 años, por el sacerdote jesuita P. Gaspare di Lella, cuando recibió "Iustus" como nombre de bautismo.


Señores feudales, los Takayama llegaron a dominar la región de Takatsuki, y Iustus se empeñó en difundir el cristianismo con la fundación de seminarios y la formación de misioneros y catequistas: en sus territorios, con una población de 30 mil personas, casi 25 mil abrazaron la fe.


Cuando el shogun Tokugawa prohibió definitivamente el cristianismo en 1614, Takayama fue al exilio y lideró un grupo de 300 católicos japoneses que partieron a las Filipinas. Llegaron en diciembre de ese año y se establecieron en Manila, la capital del país.


En Manila partió a la casa del Padre, debilitado por los estragos de la persecución.


domingo, febrero 02, 2025

Evangelio Febrero 2, 2025


2 de febrero: La Presentación del Señor

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 


Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. 


Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». 


Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.


«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación»

Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés - (Tarragona, España)


Hoy, aguantando el frío del invierno, Simeón aguarda la llegada del Mesías. Hace quinientos años, cuando se comenzaba a levantar el Templo, hubo una penuria tan grande que los constructores se desanimaron. Fue entonces cuando Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); y añadió que «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7). Frase que admite diversos significados: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones», afirmará san Jerónimo.

A Simeón «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26), y hoy, «movido por el Espíritu», ha subido al Templo. Él no es levita, ni escriba, ni doctor de la Ley, tan sólo es un hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Pero el Espíritu sopla allí donde quiere (cf. Jn 3,8).

Ahora comprueba con extrañeza que no se ha hecho ningún preparativo, no se ven banderas, ni guirnaldas, ni escudos en ningún sitio. José y María cruzan la explanada llevando el Niño en brazos. «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 24,7), clama el salmista.

Simeón se avanza a saludar a la Madre con los brazos extendidos, recibe al Niño y bendice a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32). 

Después dice a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). ¡Madre!, —le digo— cuando llegue el momento de ir a la casa del Padre, llévame en brazos como a Jesús, que también yo soy hijo tuyo y niño.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme. Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz. Imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias» (San Sofronio)
  • «El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor» (San Juan Pablo II)
  • «Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al encuentro de su Salvador. Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, ‘luz de las naciones’ y ‘gloria de Israel’, pero también “signo de contradicción”. La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado ‘ante todos los pueblos’» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 529)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio 

sábado, febrero 01, 2025

Evangelio Febrero 1, 2025


Sábado 3 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,35-41): Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».


Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?». Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».


«¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?»

Rev. D. Joaquim FLURIACH i Domínguez - (St. Esteve de P., Barcelona, España)


Hoy, el Señor riñe a los discípulos por su falta de fe: «¿Cómo no tenéis fe?» (Mc 4,40). Jesucristo ya había dado suficientes muestras de ser el Enviado y todavía no creen. No se dan cuenta de que, teniendo con ellos al mismo Señor, nada han de temer. Jesús hace un paralelismo claro entre “fe” y “valentía”.

En otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo. Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán firmes y valientes testigos.

Estaría muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!: hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.

Entonces, ¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder, no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento, con todas las fuerzas, con toda el alma?

Uno de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección!


Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol» (San Juan Mª Vianney)
  • «Los Apóstoles no deben temer las amenazas: Cristo —aunque silencioso— está en la barca y, por eso mismo, nunca se ha hundido» (Benedicto XVI)
  • «La referencia primera y última de esta catequesis será siempre Jesucristo que es ‘el camino, la verdad y la vida’ (Jn 14,6). Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que Él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el amor con que Él nos ha amado realicen las obras que corresponden a su dignidad» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.698)
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  • Fuente: https://evangeli.net/evangelio