Más hermosa que el sol
Lucas 1, 39-48.
Solemnidad de la Virgen de Guadalupe.
Ella es la Madre de Dios y Madre nuestra, estamos bajo su cuidado. Con ella jamás nos perderemos.
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-48
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las
montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel.
En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz
exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?
Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno.
Dichosa tú, que has creído porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de
parte del Señor. "Entonces dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y
mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus
ojos en la humildad de su esclava".
Oración introductoria
Ven, Espíritu Santo, y llena de amor esta oración para que sepa, como
tu Madre santísima, encaminarme con rapidez y diligencia a proclamar tu
mensaje de amor. No tengo porque temer porque, gracias a mi Madre de
Guadalupe, sé que Tú y ella me acompañan en mi camino.
Petición
Santísima Virgen de Guadalupe, haz que me deje modelar por tu ejemplo y calor de madre.
Meditación del Papa
Tener en cuenta la realidad concreta. En América Latina, en general, es
muy importante que el cristianismo no sea nunca tanto una cosa de la
razón sino del corazón. La Virgen de Guadalupe es reconocida y amada
por todos, porque comprenden que es una Madre para todos y está presente
desde el inicio de esta nueva América Latina, tras la llegada de los
europeos. E incluso en Cuba tenemos a la Virgen del Cobre, que toca los
corazones y todos sabemos intuitivamente que es verdad, que esta Señora
nos ayuda, que existe, nos ama y nos ayuda. Pero esta intuición del
corazón debe conectarse con la racionalidad de la fe y con la
profundidad de la fe que va más allá de la razón. Debemos tratar de no
perder el corazón, sino conectar corazón y razón, de manera que
cooperen, porque sólo así el hombre está completo y puede realmente
ayudar y trabajar por un futuro mejor. Benedicto XVI, 24 de marzo de
2012.
Reflexión
Yo creo que todos los hombres de este mundo deberíamos ser unos
enamorados de nuestra propia madre. Gracias a Dios, yo sí tengo la
fortuna de serlo. Cuando pienso en mi madre, me inspiro y se me ensancha
el corazón. Y a mucha honra lo tengo. Pero la temperatura de mi
corazón se enardece mucho más cuando pienso en nuestra madre de los
cielos.
Solemos decir que el 90% de los mexicanos somos católicos. Pero que el
100% sin excepción somos guadalupanos. Esto hace mucha gracia a todas
las personas que lo escuchan, sobre todo en Europa. Y se ríen con mucho
agrado, haciendo gestos de aprobación. El alma de nuestro pueblo es
profundamente mariana.
Y es que María ha estado siempre presente en nuestra historia y en lo más hondo de nuestra fe.
Toda la vida espiritual de los mexicanos está fuertemente permeada por
una devoción muy tierna y filial hacia la Madre de Dios; y las gestas
religiosas más heroicas de nuestro pueblo han estado siempre inspiradas
y guiadas por la mano de la Santísima Virgen. México es México gracias
a la Virgen de Guadalupe. Sin ella, no se entiende nuestra cultura.
Desde que los misioneros españoles trajeron la fe y el Evangelio a
nuestro pueblo, y México comenzó a existir como encrucijada de
civilizaciones, la Virgen de Guadalupe hizo acto de presencia. Se
apareció al indio Juan Diego, se autoproclamó Madre y Reina de todos los
mexicanos, y puso su morada en nuestra tierra. Ya todos conocemos la
historia, pero es emocionante recordarla.
Corría el año de 1531, apenas diez años tras la conquista de la gran
ciudad azteca de Tenochtitlán. Un sábado 9 de diciembre, Juan Diego, un
humilde indiecito mexicano, pasaba por el cerro de Tepeyac, cerca de la
ciudad de México. Se dirigía a la doctrina dirigida por los
franciscanos en Tlaltelolco, cuando, al pasar junto al cerrito, se le
apareció una hermosísima Señora, más bella y radiante que el sol. Le
dijo: "Sábete y ten bien entendido, hijo mío, que yo soy la siempre
Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive, Creador
del cielo y de la tierra". Acto seguido, le pidió un templo en ese
sitio y le mandó a la ciudad de México a exponer su deseo al obispo fray
Juan de Zumárraga.
El obispo no pareció darle crédito. Y, después de escucharlo varias
veces, el obispo le pidió una señal de la Señora para saber si era en
verdad la Madre de Dios quien le enviaba. Con palabras cariñosas, la
Señora del cielo encargó a Juan Diego que volviera al día siguiente para
darle la señal. Pero su tío se encontraba muy enfermo y dio un rodeo
al cerrito para que la Señora no lo demorara, pues iba a Tlaltelolco a
buscar un sacerdote para su tío. Pero la Madre de Dios le salió al
encuentro y le dijo: “¿A dónde vas, hijo mío, el más pequeño, y qué
camino es éste que has seguido?”. Juan Diego le contó, apenado, lo de su
tío. Y la piadosísima Virgen le respondió con un tono muy dulce, con
estas bellísimas palabras: “Oye y ten entendido, el más pequeño de mis
hijos, que es nada lo que te asusta y aflige.
No se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni ninguna otra
angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás acaso bajo mi
sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué
más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la
enfermedad de tu tío, que no morirá ahora. Y está seguro de que ya
sanó”.
Juan Diego oyó estas razones, se consoló mucho y se puso muy contento. Y
luego le ordenó la Señora del cielo que subiese al cerro y recogiera
en su tilma las rosas que encontrara. A pesar de que era un crudo
invierno y de que en aquellos peñascos no podía haber flores, obedeció.
En la cima halló hermosas rosas de Castilla. La Señora las tomó en sus
manos y le dijo: “Ésta es la señal que has de llevar al obispo; sólo a
él las mostrarás y le dirás que debe hacer lo que he ordenado”.
El indio llegó a la casa del obispo. Mostró la señal y manifestó la
voluntad de la Señora de que se le edificara un templo. Al tiempo que
hablaba, desplegó la tilma y apareció en ella una hermosísima imagen de
la siempre Virgen Santa María. Asombrado el obispo, cayó de rodillas,
veneró la imagen milagrosa y mandó colocarla en su oratorio. Al día
siguiente el prelado acompañó a Juan Diego para que le señalara el sitio
en donde se le había aparecido la Señora y donde había mandado que se
le edificara un templo.
Según una sólida tradición, la imagen de la Virgen de Guadalupe,
después de su impresión en la tilma del indio Juan Diego en 1531, en la
ciudad de México, permaneció algunos días en la capilla episcopal del
obispo fray Juan de Zumárraga, y luego en el templo mayor. El 26 de
diciembre de ese mismo año fue trasladada solemnemente a una ermita
construida al pie del cerro del Tepeyac.
Su culto se propagó rápidamente e influyó decisivamente para la
difusión de la fe entre los indígenas. El 12 de octubre de 1895 tuvo
lugar la coronación pontificia de la imagen, concedida por León XIII. En
1910, San Pío X la proclamó patrona de América Latina; en 1935, Pío XI
la nombró patrona de las Islas Filipinas; y en 1945, Pío XII le dio el
título de Emperatriz de América. Por último, S.S. Juan Pablo II,
durante su cuarto viaje a México, promulgó, el día 23 de enero de 1999,
el día de la Virgen de Guadalupe como fiesta en toda América.
Propósito
Asistir a misa, preferentemente a un santuario mariano y en compañía de la familia.
Diálogo con Cristo
¡Qué dicha tener una Madre tan dulce y cariñosa, y una Reina tan
poderosa en nuestra propia casa! Ella es la Madre de Dios y la Madre
nuestra, y estamos bajo su cuidado, en su regazo maternal. Con ella
jamás nos perderemos. Hoy, Madre mía, quiero agradecerte todas las
gracias que me has alcanzado y pedirte tu bendición para que reine la
paz en mi familia y entorno social.
=
Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
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