San José Allamano, Sacerdote Fundador
Ferrero 16
Nació el 21 de enero del año 1851 en Castelnuovo d’Asti, siendo el cuarto de cinco hermanos. Quedó huérfano de padre cuando aún no tenía tres años de edad, pero la influencia de su madre, que era hermana de San José Cafasso, fue decisiva en la educación del niño, haciendo de él una copia de su tío, por lo que fue llamado un “𝐫𝐞𝐝𝐢𝐯𝐢𝐯𝐨 𝐂𝐚𝐟𝐚𝐬𝐬𝐨”.
En el otoño del año 1862 ingresó en el oratorio salesiano de Valdocco, donde tuvo como padre espiritual a San Juan Bosco, que junto con San José Cafasso, también habían nacido en Castelnuovo d’Asti y allí estuvo durante cuatro años realizando sus estudios secundarios.
Sintiéndose llamado a ser sacerdote diocesano, cuando dejó Valdocco entró en el seminario de Turín. Parece que esto no le gustó mucho a San Juan Bosco, que pensaba que nuestro beato fuera salesiano, porque le reprochó que se fuera sin despedirse de él, a lo que José le respondió, que no se atrevía y que no quería disgustarlo.
Pero al entrar en el seminario se encontró con la oposición de sus hermanos que hubieran preferido que fuera a la escuela pública secundaria antes de entrar en el mismo, a lo que él, que tenía las ideas muy claras, les contestó que “𝐬𝐚𝐛𝐢́𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐥 𝐒𝐞𝐧̃𝐨𝐫 𝐥𝐨 𝐥𝐥𝐚𝐦𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐬𝐞 𝐦𝐨𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐧𝐨 𝐬𝐚𝐛𝐢́𝐚 𝐬𝐢 𝐥𝐨 𝐥𝐥𝐚𝐦𝐚𝐫𝐢́𝐚 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐧𝐨𝐬 𝐚𝐧̃𝐨𝐬 𝐦𝐚́𝐬 𝐭𝐚𝐫𝐝𝐞”.
En el seminario fue muy buen estudiante aunque de naturaleza muy débil, destacando tanto entre sus compañeros que uno de ellos, futuro obispo de Mondovi, llegó a decir de él que: ”𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐨 𝐧𝐨 𝐬𝐨𝐥𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐥𝐞𝐭𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐚𝐩𝐞𝐥𝐥𝐢𝐝𝐨, 𝐬𝐢𝐧𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐬𝐮𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐝𝐢𝐨𝐬 𝐲 𝐯𝐢𝐫𝐭𝐮𝐝𝐞𝐬, 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐞𝐝𝐮𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐚𝐥𝐦𝐚 𝐲 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐝𝐮𝐥𝐳𝐮𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐜𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨́𝐧”.
Se ordenó de sacerdote el 20 de septiembre del año 1873, siendo su primer destino el quedarse como profesor y director espiritual en el mismo seminario, cosa que en cierto modo le contrarió pues él mismo le dijo al obispo que hubiera preferido ser párroco de algún pueblecito, a lo que el obispo le replicó diciendo que si quería ser párroco, le confiaba la parroquia más importante de la diócesis, que era el seminario. Fue un excelente formador de futuros sacerdotes, pero aunque su destino era formar a los demás, él quería también seguir formándose a sí mismo, por lo que se licenció en teología, llegando a ser decano de las facultades de derecho canónico y civil.
En octubre del año 1880, cuando tenía veintinueve años de edad, fue nombrado rector del Santuario de la Consolata de Turín y desde entonces, su actividad apostólica siempre estuvo vinculada a este Santuario. Como rector del santuario llamó a un sacerdote del cual había sido director espiritual, el Padre Jacobo Camisassa, para que fuera colaborador suyo y lo fue de manera absolutamente ejemplar durante toda su vida, compartiendo no solo amistad sino colaboración apostólica hasta la muerte del Padre Camisassa. Trabajaron codo con codo durante cuarenta y dos años.
Entre ambos, transformaron el santuario del que cuando se hicieron cargo, a nivel estructural estaba en un estado ruinoso y a nivel espiritual no tenía prácticamente vida alguna. El santuario terminaría convirtiéndose en un centro de espiritualidad mariana y de renovación cristiana en toda la región de Turín.
Nuestro santo, además de ser el rector del Santuario de la Consolata en Turín, lo era también de una casa de ejercicios espirituales, dependiente del Santuario, dedicada a San Ignacio en las montañas del Lanzo Torinese y en ella se dedicó también a la formación religiosa y espiritual tanto de sacerdotes como de seglares. En una de las fotos que acompaña a este artículo lo mostramos, junto al Padre Jacobo Camisassa y un grupo de hombres que acababan de hacer los ejercicios espirituales.
Pero su trabajo apostólico fue muchísimo más amplio, extendiéndose a toda la archidiócesis de Turín, donde se hizo cargo de distintas responsabilidades: superior religioso de las monjas Visitandinas y de las Hermanas de San José, canónigo de la catedral, miembro de diversas comisiones diocesanas, apoyo del periodismo católico… y, especialmente, la asistencia espiritual y material a sacerdotes, seminaristas y refugiados que habían sido militarizados durante la Primera Guerra Mundial.
Y, como para él, la Iglesia no era verdaderamente católica si no era una iglesia misionera, fundó un Instituto Misionero para sacerdotes y hermanos laicos y así, el 29 de enero del año 1901 nació el 𝐈𝐧𝐬𝐭𝐢𝐭𝐮𝐭𝐨 𝐌𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐂𝐨𝐧𝐬𝐨𝐥𝐚𝐭𝐚, llegando a decir: “𝐲𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐨 𝐧𝐨 𝐩𝐮𝐝𝐞 𝐬𝐞𝐫 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐨, 𝐧𝐨 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐥𝐞 𝐢𝐦𝐩𝐢𝐝𝐚 𝐚 𝐚𝐪𝐮𝐞𝐥𝐥𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐬𝐞𝐠𝐮𝐢𝐫 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨 𝐲 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐢𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐚𝐝𝐪𝐮𝐢𝐫𝐢𝐝𝐚 𝐝𝐮𝐫𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐨𝐬 𝐚𝐧̃𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐥𝐞𝐫𝐨, 𝐝𝐞𝐛𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐞𝐬𝐚𝐫 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐚𝐬 𝐯𝐞𝐜𝐞𝐬 𝐦𝐞 𝐟𝐮𝐞 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫 𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝𝐞𝐫𝐚𝐬 𝐯𝐨𝐜𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬”. En su diócesis, el fundó un Instituto misionero femenino.
Y así, el 8 de mayo del año 1902 partieron hacia Kenia los primeros cuatro misioneros. Puso tanto empeño en este nuevo ministerio, que pronto marcharían más misioneros y misioneras a Kenia, Tanzania, Etiopía, Somalia y Mozambique. Actualmente, los misioneros y misioneras de la Consolata están en veinticuatro países africanos, latinoamericanos y asiáticos.
Cansado y agotado por tantísimo trabajo, José Allamano murió con setenta y cinco años de edad, en el Santuario de la Consolata de Turín, el 16 de febrero del año 1926. Él, que había conseguido introducir la Causa de beatificación de su tío, San José Cafasso, fue beatificado por el Papa San Juan Pablo II el día 7 de octubre del año 1990. Finalmente, el Papa Francisco lo canonizó el día 20 de octubre del año 2024 y sus sagrados restos descansan en la iglesia de la Casa Madre en Turín.
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