sábado, julio 05, 2014

Evangelio Julio 5, 2014

Vino nuevo en odres nuevos
Mateo 9, 14-17.
Tiempo Ordinario.
Cristo tiene el bálsamo que cura nuestra alma, la palabra que pacifica nuestro corazón.

Del santo Evangelio según san Mateo 9, 14-17
Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan».

Oración introductoria
¡Ven, Espíritu Santo! Ilumíname para experimentar tu presencia en esta oración. Ayúdame a dejar a un lado mis preocupaciones para darte el tiempo y la atención que mereces. Nada hay más importante en este momento, reorienta mi vida hacia Ti y alimenta mi amor por Ti en esta meditación.

Petición
Señor, concédeme amarte por encima de todas las cosas.

Meditación del Papa Francisco
Ser cristiano no significa hacer cosas sino dejarse renovar por el Espíritu Santo. En la Iglesia existen también estructuras antiguas que no hay que tener miedo de renovar. Vino nuevo en odres nuevos, la doctrina de la Ley es renovada y enriquecida por Jesús. Una verdadera renovación de la misma ley, pero más madura porque las exigencias de Jesús eran más fuertes, más grandes que aquella ley. La Ley permitía odiar al enemigo. Jesús en cambio pide que recen por los enemigos. Este es el reino de Dios que Jesús predica.
La renovación antes de todo es en nuestro corazón, porque a veces pensamos que ser cristianos significa hacer esto o aquello. Pero no es así. Ser cristianos significa dejarse renovar por Jesús con esta vida nueva. (Cf. S.S. Francisco, 6 de julio de 2013, homilía en Santa Marta). .

Reflexión
A un observador de las cosas de este mundo parecería que el hombre debe esperar a llegar al Cielo para tener una vida sin preocupaciones. Si hay carestía de algo en el mundo, no es precisamente de preocupaciones. El que tiene hijos se preocupa por ellos, quien tiene ancianos a su cuidado se preocupa por ellos. El empresario se preocupa porque su empresa vaya adelante, el ama de casa se preocupa de que su hogar esté en orden y dispuesto, el estudiante se preocupa por aprobar sus exámenes. Todos tenemos nuestra ración cotidiana de preocupaciones.

Algunas sin embargo son muy pesadas, y nadie puede negar su importancia. Son enfermedades o situaciones familiares y sociales de muy difícil solución. El evangelio de hoy nos presenta un aspecto de la figura de Cristo que debe llenar de esperanza los corazones atribulados. Cristo como aquel que "tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras iniquidades". Esto puede parecernos simple palabrería, pues el que tiene problemas no siempre encuentra una solución a ellos en la oración. Y surge la tentación de pensar que a Cristo le son indiferentes nuestras preocupaciones. Sin embargo es cierto que Cristo vino a cargar con nuestras flaquezas.

Tal vez no como nosotros lo esperamos, pero seguro que sí como Él quiso entregarse. Porque lo que Cristo nos ofrece quizás no sea la solución material a nuestras dificultades, pero no cabe duda que nadie como Él tiene el bálsamo que cura nuestra alma, el remedio que calma nuestro espíritu, la palabra que pacifica nuestro corazón.

Propósito
Promover, con una buena estrategia, la participación de mi familia en la Eucaristía del domingo.

Diálogo con Cristo
Jesús, la gran aspiración de mi vida es poder amarte por encima de todas las cosas. Dame valor para poder renunciar a todo lo que me aparte de Ti; dame generosidad para saber ayunar siempre de mí mismo, de manera que pueda llenarme de tu amor y de tu gracia. Esto es lo único que busco, lo único que quiero Señor.
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Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net

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