Día litúrgico: Sábado IV de Cuaresma
Texto del Evangelio (Jn 7,40-53): En aquel tiempo, muchos
entre la gente, que habían escuchado a Jesús, decían: «Éste es verdaderamente el
profeta». Otros decían: «Éste es el Cristo». Pero otros replicaban: «¿Acaso va a
venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la
descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?».
Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él. Algunos de
ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron donde
los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: «¿Por qué no le habéis
traído?». Respondieron los guardias: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese
hombre». Los fariseos les respondieron: «¿Vosotros también os habéis dejado
embaucar? ¿Acaso ha creído en Él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa
gente que no conoce la Ley son unos malditos».
Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente
donde Jesús: «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin
saber lo que hace?». Ellos le respondieron: «¿También tú eres de Galilea? Indaga
y verás que de Galilea no sale ningún profeta». Y se volvieron cada uno a su
casa.
Comentario: Abbé Fernand ARÉVALO (Bruxelles, Bélgica)
Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre
Hoy el Evangelio nos presenta las diferentes reacciones que producían las
palabras de nuestro Señor. No nos ofrece este texto de Juan ninguna palabra del
Maestro, pero sí las consecuencias de lo que Él decía. Unos pensaban que era un
profeta; otros decían «Éste es el Cristo» (Jn 7,41).
Verdaderamente, Jesucristo es ese “signo de contradicción” que Simeón había
anunciado a María (cf. Lc 2,34). Jesús no dejaba indiferentes a quienes le
escuchaban, hasta el punto de que en esta ocasión y en muchas otras «se originó,
pues, una disensión entre la gente por causa de Él» (Jn 7,43). La respuesta de
los guardias, que pretendían detener al Señor, centra la cuestión y nos muestra
la fuerza de las palabras de Cristo: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese
hombre» (Jn 7,46). Es como decir: sus palabras son diferentes; no son palabras
huecas, llenas de soberbia y falsedad. El es “la Verdad” y su modo de decir
refleja este hecho.
Y si esto sucedía con relación a sus oyentes, con mayor razón sus obras
provocaban muchas veces el asombro, la admiración; y, también, la crítica, la
murmuración, el odio... Jesucristo hablaba el “lenguaje de la caridad”: sus
obras y sus palabras manifestaban el profundo amor que sentía hacía todos los
hombres, especialmente hacia los más necesitados.
Hoy como entonces, los cristianos somos —hemos de ser— “signo de
contradicción”, porque hablamos y actuamos no como los demás. Nosotros, imitando
y siguiendo a Jesucristo, hemos de emplear igualmente “el lenguaje de la caridad
y del cariño”, lenguaje necesario que, en definitiva, todos son capaces de
comprender. Como escribió el Santo Padre Benedicto XVI en su encíclica Deus
caritas est, «el amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad
más justa (...). Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse
del hombre en cuanto hombre».
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès,
Barcelona, España)
Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre
Hoy notamos cómo se “complica” el ambiente alrededor del Señor, pocos días
antes de la Pasión ocurrida en Jerusalén. Por causa de Él se genera como una
suerte de discusión y controversia. No podía ser de otro modo: «¿Pensáis que he
venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división» (Lc 12,51).
Y no es que el Redentor desee la controversia y la división, sino que ante
Dios no valen las “medias tintas”: «Quien no está conmigo, está contra mí; y
quien no recoge conmigo, desparrama» (Lc 11,23). ¡Es inevitable! Ante Él no hay
ninguna postura neutra: o existe, o no existe; es mi Señor, o no es mi Señor. No
es posible servir a dos señores a la vez (cf. Mt 6,24).
Juan Pablo II consideraba que ante Dios hay que optar. La fe sencilla que
nuestro buen Dios nos pide implica una opción. Hay que optar porque Él no se nos
quiere imponer; vino a la Tierra de manera discreta; murió empequeñecido, sin
hacer alarde de su condición divina (Flp 2,6). Es lo que expresa
maravillosamente santo Tomás de Aquino en el Adoro Te devote: «En la cruz se
escondía sólo la divinidad, aquí [en la Eucaristía] se esconde también la
humanidad».
¡Hay que optar! Dios no se impone; se ofrece. Y queda para nosotros la
decisión de optar a favor de Él o de no hacerlo. Es una cuestión personal que
cada uno —con la ayuda del Espíritu Santo— ha de resolver. De nada sirven los
milagros, si las disposiciones del hombre no son de humildad y de sencillez.
Ante los mismos hechos, vemos a los judíos divididos. Y es que en cuestiones de
amor no se puede dar una respuesta tibia, a medias: la vocación cristiana
comporta una respuesta radical, tan radical como fue el testimonio de entrega y
obediencia de Cristo en la Cruz.
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Fuente: evangeli.net
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