Día litúrgico: Domingo XII (C) del tiempo ordinario
Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Rev. D.
Ferran
JARABO i Carbonell - (Agullana, Girona, España)
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos
sitúa ante una pregunta clave, fundamental. De su respuesta depende
nuestra vida: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Pedro
responde en nombre de todos: «El Cristo de Dios». ¿Cuál es nuestra
respuesta? ¿Conocemos suficientemente a Jesús como para poder responder?
La oración, la lectura del Evangelio, la vida sacramental y la Iglesia
son fuentes inseparables que nos llevan a conocerle y a “vivirlo”. Hasta
que no seamos capaces de responder con Pedro con todo el corazón y con
la misma sencillez..., seguramente todavía no nos habremos dejado
transformar por Él. Hemos de conseguir sentir como Pedro, ¡hemos de
lograr sentir como la Iglesia para poder responder de manera
satisfactoria a la pregunta de Jesús!
Pero el Evangelio de hoy acaba con una exhortación a seguir al Señor desde la humildad, desde la negación y la cruz. Seguir a Jesús de esta manera sólo puede dar salvación, libertad. «Lo que sucede con el oro puro, también sucede con la Iglesia; esto es, que cuando pasa por el fuego, no experimenta ningún mal; más bien lo contrario, su esplendor aumenta» (San Ambrosio). Ni la contrariedad, ni la persecución por causa del Reino, nos han de dar miedo, más bien nos han de ser motivo de esperanza e, incluso, de alegría. Dar la vida por Cristo no es perderla, es ganarla para toda la eternidad. Jesús nos pide que nos humillemos totalmente por fidelidad al Evangelio, quiere que, libremente, le demos toda nuestra existencia. ¡Vale la pena dar la vida por el Reino!
Seguir, imitar, vivir la vida de la gracia, en definitiva, permanecer en Dios es el objetivo de nuestra vida cristiana: «Dios se hizo hombre para que imitando el ejemplo de un hombre, cosa posible, lleguemos a Dios, cosa que antes era imposible» (San Agustín). ¡Que Dios, con la fuerza de su Espíritu Santo, nos ayude a ello!
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Fuente: evangeli.net
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