Día litúrgico: 2 de Enero (Feria del tiempo de Navidad)
Santoral 2 de Enero: Santos Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia
Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
«En medio de vosotros está uno (…) que viene detrás de mí»
Mons.
Romà
CASANOVA i Casanova
Obispo de Vic
- (Barcelona, España)
Hoy, en el Evangelio de la liturgia
eucarística, leemos el testimonio de Juan el Bautista. El texto que
precede a estas palabras del Evangelio según san Juan es el prólogo en
el que se afirma con claridad: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su
Morada entre nosotros» (Jn 1,14). Aquello que en el prólogo —a modo de
gran obertura— se anuncia, ahora en el Evangelio, paso a paso, se
manifiesta. El misterio del Verbo encarnado es misterio de salvación
para la humanidad: «La gracia y la verdad nos han llegado por
Jesucristo» (Jn 1,17). La salvación nos viene por Jesucristo, y la fe es
la respuesta a la manifestación de Cristo.
El misterio de la salvación en Cristo está siempre acompañado por el testimonio. Jesucristo mismo es el «Amén, el Testigo fiel y veraz» (Ap 3,14). Juan Bautista es quien da testimonio, con su misión y mirada de profeta: «En medio de vosotros está uno (…) que viene detrás de mí» (Jn 1,26-27). Y los Apóstoles así entienden la misión: «A este Jesús, Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hch 2,32).
La Iglesia toda ella, y por tanto todos sus miembros, tenemos la misión de ser testigos. El testimonio que nosotros traemos al mundo tiene un nombre. El Evangelio es el mismo Jesucristo. Él es la “Buena Nueva”. Y la proclamación del Evangelio a lo largo de todo el mundo hay que entenderla también en clave de testimonio que une inseparablemente el anuncio y la vida. Es conveniente recordar aquellas palabras del papa Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha mejor a quienes dan testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a quienes enseñan, es porque dan testimonio».
El misterio de la salvación en Cristo está siempre acompañado por el testimonio. Jesucristo mismo es el «Amén, el Testigo fiel y veraz» (Ap 3,14). Juan Bautista es quien da testimonio, con su misión y mirada de profeta: «En medio de vosotros está uno (…) que viene detrás de mí» (Jn 1,26-27). Y los Apóstoles así entienden la misión: «A este Jesús, Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hch 2,32).
La Iglesia toda ella, y por tanto todos sus miembros, tenemos la misión de ser testigos. El testimonio que nosotros traemos al mundo tiene un nombre. El Evangelio es el mismo Jesucristo. Él es la “Buena Nueva”. Y la proclamación del Evangelio a lo largo de todo el mundo hay que entenderla también en clave de testimonio que une inseparablemente el anuncio y la vida. Es conveniente recordar aquellas palabras del papa Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha mejor a quienes dan testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a quienes enseñan, es porque dan testimonio».
«Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor»
Rev. D.
Joan
COSTA i Bou - (Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos propone
contemplar la figura de Juan Bautista. «Quién eres?», le preguntan los
sacerdotes y levitas. La respuesta de Juan manifiesta claramente la
conciencia de cumplir una misión: preparar la venida del Mesías. Juan
contesta a los emisarios: «Yo soy voz del que clama en el desierto:
Rectificad el camino del Señor» (Jn 1,23). Ser la voz de Cristo, su
altavoz, quien anuncia al Salvador del mundo y quien prepara su venida:
ésta es la misión de Juan y, como él, la de todas las personas que se
saben y se sienten depositarias del tesoro de la fe.
Toda misión divina tiene como fundamento una vocación, también divina, que garantiza su realización. Estoy seguro de una cosa, decía san Pablo a los cristianos de Filipos: «Quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado», comenta el Concilio Vaticano II.
La grandeza de nuestra vocación y de la misión que Dios nos ha encomendado no proviene de méritos propios, sino de Aquel a quién servimos. Así lo expresa Juan Bautista: «No soy digno ni de desatarle la correa de su sandalia» (Jn 1,27). ¡Cuánto confía Dios en las personas!
Agradezcamos de corazón la llamada a participar de la vida divina y la misión de ser, para nuestro mundo, además de la voz de Cristo, también sus manos, su corazón y su mirada, y renovemos, ahora, nuestro deseo sincero de serle fieles.
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Fuente: evangeli.net
Diariamente damos gracias a Dios y a la Virgen por los cuidados y ayudas que nos brindan. Una oracion por el Papa Francisco.
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