El ayuno de los
discípulos
Mateo 9, 14-15.
Cuaresma.
Cristo vino a
cargar con nuestras flaquezas. Él tiene el bálsamo que cura nuestra
alma
Del santo Evangelio según san Mateo 9,
14-15
En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le
acercaron a Jesús, preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a
menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: -¿Es que pueden
guardar luto los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Llegará un
día en que se lleven al novio y entonces ayunarán.
Oración introductoria
Señor, dame la
gracia de caminar esta Cuaresma por la senda de una fe viva, operante y luminosa
que me permita iluminar todos los acontecimientos de mi vida con tu luz, y me
ayude a ser fiel y perseverante en mis propósito de acompañarte en la cruz con
amor y generosidad.
Petición
Señor, dame la
gracia de renunciar, por amor, a algo lícito y placentero, para que este
sacrificio sea el medio para reparar y purificarme de mis
debilidades.
Meditación del Papa
Francisco
De estos
cristianos hay muchos. No son cristianos, se disfrazan como cristianos. No saben
quién es el Señor, no saben lo que es la roca, no tienen la libertad de los
cristianos. Y, para decirlo de un modo simple, no tienen alegría: los primeros
tienen una cierta "alegría" superficial. Los otros viven en una continua vigilia
fúnebre, pero no saben lo que es la alegría cristiana. No saben cómo disfrutar
de la vida que Jesús nos da, porque no saben hablar con Jesús. No se afirman
sobre Jesús, con la firmeza que da la presencia de Jesús. Y no solo no tienen
alegría: no tienen libertad. Son esclavos de la superficialidad, de esta vida
generalizada, y estos son los esclavos de la rigidez, no son libres. En su vida,
el Espíritu Santo no tiene cabida. ¡Es el Espíritu quien nos da la libertad! El
Señor hoy nos invita a construir nuestra vida cristiana en Él, la roca, Aquel
que nos da la libertad, que nos envía el Espíritu, que te hace ir adelante con
alegría, en su camino, en sus propuestas. (S.S. Francisco, 27 de junio de 2013,
homilía en misa matutina en la capilla de Santa
Marta).
Reflexión
A un
observador de las cosas de este mundo parecería que el hombre debe esperar a
llegar al Cielo para tener una vida sin preocupaciones. Si hay carestía de algo
en el mundo, no es precisamente de preocupaciones. El que tiene hijos se
preocupa por ellos, quien tiene ancianos a su cuidado se preocupa por ellos. El
empresario se preocupa porque su empresa vaya adelante, el ama de casa se
preocupa de que su hogar esté en orden y dispuesto, el estudiante se preocupa
por aprobar sus exámenes. Todos tenemos nuestra ración cotidiana de
preocupaciones.
Algunas sin
embargo son muy pesadas, y nadie puede negar su importancia. Son enfermedades o
situaciones familiares y sociales de muy difícil solución. El evangelio de hoy
nos presenta un aspecto de la figura de Cristo que debe llenar de esperanza los
corazones atribulados. Cristo como aquel que "tomó nuestras flaquezas y cargó
con nuestras iniquidades". Esto puede parecernos simple palabrería, pues el que
tiene problemas no siempre encuentra una solución a ellos en la oración. Y surge
la tentación de pensar que a Cristo le son indiferentes nuestras preocupaciones.
Sin embargo es cierto que Cristo vino a cargar con nuestras
flaquezas.
Tal vez no
como nosotros lo esperamos, pero seguro que sí como Él quiso entregarse. Porque
lo que Cristo nos ofrece quizás no sea la solución material a nuestras
dificultades, pero no cabe duda que nadie como Él tiene el bálsamo que cura
nuestra alma, el remedio que calma nuestro espíritu, la palabra que pacifica
nuestro corazón.
Propósito
Mortificar mi
egoísmo haciendo, por amor, un acto de caridad con alguien cercano a
mí.
Diálogo con Cristo
Señor, dame el
gozo y la generosidad en el sacrificio al saber que es el medio que me acerca a
Ti. Tú te entregaste por mí hasta morir en la cruz para salvarme, yo, para
corresponderte, quiero ayunar más de mí mismo y de mis cosas, no quiero
escatimar nada para colaborar contigo en la salvación de los hombres mis
hermanos.
=
Autor: P.
Clemente González | Fuente: Catholic.net
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