Día litúrgico: Miércoles de Ceniza
Santoral 10 de febrero: Santa Escolástica de Nursia, Virgen y Abadesa
Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar
vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto,
cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen
los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser
honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú,
en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que
hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve
en lo secreto, te recompensará.
»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»
Pbro. D.
Luis A.
GALA Rodríguez
- (Campeche, México)
Hoy comenzamos nuestro itinerario
hacia la Pascua, y el Evangelio nos recuerda los deberes fundamentales
del cristiano, no sólo como preparación hacia un tiempo litúrgico, sino
en preparación hacia la Pascua Eterna: «Cuidad de no practicar vuestra
justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos; de lo
contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1).
La justicia de la que habla Jesús consiste en vivir conforme a los
principios evangélicos, sin olvidar que «si vuestra justicia no supera
la justicia de los doctores de la ley y de los fariseos, no entraréis en
el Reino de los cielos» (Mt 5,20).
La justicia nos lleva al amor, manifestado en la limosna y en obras de
misericordia: «Cuando hagas limosna que no sepa tu mano izquierda lo que
hace tu derecha» (Mt 6,3). No es que se deban ocultar las obras buenas,
sino que no debe pensarse en la alabanza humana al hacerlas, ni desear
algún otro bien. En otras palabras, debo dar limosna de tal modo que ni
yo tenga la sensación de estar haciendo una cosa buena que merece una
recompensa por parte de Dios y elogio por parte de los hombres.
Benedicto XVI insistía en que socorrer a los necesitados es un deber de
justicia, aun antes que un acto de caridad: «La caridad va más allá de
la justicia (…), pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al
otro lo que es "suyo", lo que le corresponde en virtud de su ser y de su
obrar». No debemos olvidar que no somos propietarios absolutos de los
bienes que poseemos, sino administradores. Cristo nos ha enseñado que la
auténtica caridad es aquella que no se limita a "dar" la limosna, sino
que lleva a "darse" uno mismo, a ofrecerse a Dios como culto espiritual
(cf. Rom 12,1). Ése sería el verdadero gesto de justicia y caridad
cristiana, «y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4).
Rev. D. Manel VALLS i Serra - (Barcelona, España)
Hoy iniciamos la Cuaresma: «He aquí el día de la salvación» (2Cor 6,2). La imposición de la ceniza —que debiéramos recibir— es acompañada por una de estas dos fórmulas. La antigua: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás»; y la que ha introducido la liturgia renovada del Concilio: «Conviértete y cree en el Evangelio». Ambas fórmulas son una invitación a contemplar de manera diversa —normalmente tan superficial— nuestra vida. El papa san Clemente I nos recuerda que «el Señor quiere que todos los que ama se conviertan».
En el Evangelio, Jesús pide practicar la limosna, el ayuno y la oración alejados de toda hipocresía: «No lo vayas trompeteando por delante» (Mt 6,2). Los hipócritas, enérgicamente denunciados por Jesucristo, se caracterizan por la falsedad de su corazón. Pero, Jesús advierte hoy no sólo de la hipocresía subjetiva sino también de la objetiva: cumplir, incluso de buena fe, todo lo que manda la Ley de Dios y la Escritura Santa, pero realizándolo de manera que quede en la mera práctica exterior, sin la correspondiente conversión interior.
Entonces, la limosna —reducida a “propina”— deja de ser un acto fraternal y se reduce a un gesto tranquilizador que no cambia la mirada sobre el hermano ni hace sentir la caridad de prestarle la atención que se merece. El ayuno, por otra parte, queda limitado al cumplimiento formal, que ya no recuerda en ningún momento la necesidad de moderar nuestro consumismo compulsivo ni la necesidad que tenemos de ser curados de la “bulimia espiritual”. Finalmente, la oración —reducida a estéril monólogo— no llega a ser auténtica apertura espiritual, coloquio íntimo con el Padre y escucha atenta del Evangelio del Hijo.
La religión de los hipócritas es una religión triste, legalista, moralista, de una gran estrechez de espíritu. Por el contrario, la Cuaresma cristiana es la invitación que cada año nos hace la Iglesia a una profundización interior, a una conversión exigente, a una penitencia humilde, para que dando los frutos pertinentes que el Señor espera de nosotros, vivamos con la máxima plenitud de alegría y el gozo espiritual de la Pascua.
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Fuente: evangeli.net
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