Día litúrgico: Viernes IV de Cuaresma
Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: «¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es». Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado». Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.
«Nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora»
Fr.
Matthew J.
ALBRIGHT - (Andover, Ohio, Estados Unidos)
Hoy, el Evangelio nos permite
contemplar la confusión que surgió sobre la identidad y la misión de
Jesucristo. Cuando la gente es puesta cara a cara ante Jesús, hay
malentendidos y presunciones acerca de quién es Él, cómo en Él se
cumplen o no las profecías del Antiguo Testamento y sobre lo que Él
realizará. Las suposiciones y los prejuicios conducen a la frustración y
a la ira. Esto ha sido así siempre: la confusión alrededor de Cristo y
de la enseñanza de la Iglesia despierta controversia y división
religiosa. ¡El rebaño se dispersa si las ovejas no reconocen a su
pastor!
La gente dice: «Éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es» (Jn 7,27), y concluyen que Jesús no puede ser el Mesías porque Él no responde a la imagen del “Mesías” en la que ellos habían sido instruidos. Por otra parte, saben que los Príncipes de los Sacerdotes quieren matarle, pero al mismo tiempo ven que Él se mueve libremente sin ser arrestado. De manera que se preguntan si quizá las autoridades «habrán reconocido de veras que éste es el Cristo» (Jn 7,26).
Jesús ataja la confusión identificándose Él mismo como el enviado por el que es “veraz” (cf. Jn 7,28). Cristo es consciente de la situación, tal como lo retrata Juan, y nadie le echa mano porque todavía no le ha llegado la hora de revelar plenamente su identidad y misión. Jesús desafía las expectativas al mostrarse, no como un líder conquistador para derrocar la opresión romana, sino como el “Siervo Sufriente” de Isaías.
El Papa Francisco escribió: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Es urgente que nosotros ayudemos a cada uno a ir más allá de las suposiciones y prejuicios sobre quién es Jesús y qué es la Iglesia, y a la vez facilitarles el encuentro con Jesús. Cuando una persona llega a saber quién es realmente Jesús, entonces abundan la alegría y la paz.
La gente dice: «Éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es» (Jn 7,27), y concluyen que Jesús no puede ser el Mesías porque Él no responde a la imagen del “Mesías” en la que ellos habían sido instruidos. Por otra parte, saben que los Príncipes de los Sacerdotes quieren matarle, pero al mismo tiempo ven que Él se mueve libremente sin ser arrestado. De manera que se preguntan si quizá las autoridades «habrán reconocido de veras que éste es el Cristo» (Jn 7,26).
Jesús ataja la confusión identificándose Él mismo como el enviado por el que es “veraz” (cf. Jn 7,28). Cristo es consciente de la situación, tal como lo retrata Juan, y nadie le echa mano porque todavía no le ha llegado la hora de revelar plenamente su identidad y misión. Jesús desafía las expectativas al mostrarse, no como un líder conquistador para derrocar la opresión romana, sino como el “Siervo Sufriente” de Isaías.
El Papa Francisco escribió: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Es urgente que nosotros ayudemos a cada uno a ir más allá de las suposiciones y prejuicios sobre quién es Jesús y qué es la Iglesia, y a la vez facilitarles el encuentro con Jesús. Cuando una persona llega a saber quién es realmente Jesús, entonces abundan la alegría y la paz.
«Nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora»
+ Rev. D.
Josep
VALL i Mundó - (Barcelona, España)
Hoy, el evangelista Juan nos dice
que a Jesús «no [le] había llegado su hora» (Jn 7,30). Se refiere a la
hora de la Cruz, al preciso y precioso tiempo de darse por los pecados
de la entera Humanidad. Todavía no ha llegado la hora, pero ya se
encuentra muy cerca. Será el Viernes Santo cuando el Señor llevará hasta
el fin la voluntad del padre Celestial y sentirá —como escribía el
Cardenal Wojtyla— todo «el peso de aquella hora, en la que el Siervo de
Yahvé ha de cumplir la profecía de Isaías, pronunciado su “sí”».
Cristo —en su constante anhelo sacerdotal— habla muchísimas veces de esta hora definitiva y determinante (Mt 26,45; Mc 14,35; Lc 22,53; Jn 7,30; 12,27; 17,1). Toda la vida del Señor se verá dominada por la hora suprema y la deseará con todo el corazón: «Con un bautismo he de ser bautizado, y ¡cómo me siento urgido hasta que se realice!» (Lc 12,50). Y «la víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Aquel viernes, nuestro Redentor entregará su espíritu a las manos del Padre, y desde aquel momento su misión ya cumplida pasará a ser la misión de la Iglesia y de todos sus miembros, animados por el Espíritu Santo.
Cristo —en su constante anhelo sacerdotal— habla muchísimas veces de esta hora definitiva y determinante (Mt 26,45; Mc 14,35; Lc 22,53; Jn 7,30; 12,27; 17,1). Toda la vida del Señor se verá dominada por la hora suprema y la deseará con todo el corazón: «Con un bautismo he de ser bautizado, y ¡cómo me siento urgido hasta que se realice!» (Lc 12,50). Y «la víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Aquel viernes, nuestro Redentor entregará su espíritu a las manos del Padre, y desde aquel momento su misión ya cumplida pasará a ser la misión de la Iglesia y de todos sus miembros, animados por el Espíritu Santo.
A partir de la hora de Getsemaní, de la muerte en la Cruz y la
Resurrección, la vida empezada por Jesús «guía toda la Historia»
(Catecismo de la Iglesia n. 1165). La vida, el trabajo, la oración, la
entrega de Cristo se hace presente ahora en su Iglesia: es también la
hora del Cuerpo del Señor; su hora deviene nuestra hora, la de
acompañarlo en la oración de Getsemaní, «siempre despiertos —como
afirmaba Pascal— apoyándole en su agonía, hasta el final de los
tiempos». Es la hora de actuar como miembros vivos de Cristo. Por esto,
«al igual que la Pascua de Jesús, sucedida “una vez por todas” permanece
siempre actual, de la misma manera la oración de la Hora de Jesús sigue
presente en la Liturgia de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia n.
2746).
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Fuente: evangeli.net
Gracias a Dios y a la Virgen por los cuidados y ayudas que nos brindan.-Una oracion por el Papa Francisco.-Demos gracias diariamente.-
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