Día litúrgico: Miércoles IV de Cuaresma
Texto del Evangelio (Jn 5,17-30): En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo
también trabajo» Por eso los judíos trataban con mayor empeño de
matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios
su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios.
Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
»En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado».
«En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna»
Rev. D.
Francesc
PERARNAU i Cañellas - (Girona, España)
Hoy, el Evangelio nos habla de la
respuesta que Jesús dio a algunos que veían mal que Él hubiese curado a
un paralítico en sábado. Jesucristo aprovecha estas críticas para
manifestar su condición de Hijo de Dios y, por tanto, Señor del sábado.
Unas palabras que serán motivo de la sentencia condenatoria el día del
juicio en casa de Caifás. En efecto, cuando Jesús se reconoció Hijo de
Dios, el gran sacerdote exclamó: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos
ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué os parece?» (Mt
26,65).
Muchas veces, Jesús había hecho referencias al Padre, pero siempre
marcando una distinción: la Paternidad de Dios es diferente si se trata
de Cristo o de los hombres. Y los judíos que le escuchaban le entendían
muy bien: no era Hijo de Dios como los otros, sino que la filiación que
reclama para Él mismo es una filiación natural. Jesús afirma que su
naturaleza y la del Padre son iguales, aun siendo personas distintas.
Manifiesta de esta manera su divinidad. Es éste un fragmento del
Evangelio muy interesante de cara a la revelación del misterio de la
Santísima Trinidad.
Entre las cosas que hoy dice el Señor hay algunas que hacen especial
referencia a todos aquellos que a lo largo de la historia creerán en Él:
escuchar y creer a Jesús es tener ya la vida eterna (cf. Jn 5,24).
Ciertamente, no es todavía la vida definitiva, pero ya es participar de
la promesa. Conviene que lo tengamos muy presente, y que hagamos el
esfuerzo de escuchar la palabra de Jesús, como lo que realmente es: la
Palabra de Dios que salva. La lectura y la meditación del Evangelio ha
de formar parte de nuestras prácticas religiosas habituales. En las
páginas reveladas oiremos las palabras de Jesús, palabras inmortales que
nos abren las puertas de la vida eterna. En fin, como enseñaba san
Efrén, la Palabra de Dios es una fuente inagotable de vida.
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Fuente: evangeli.net
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