Día litúrgico: Jueves XXIII del tiempo ordinario
Santoral 8 de Septiembre: El Nacimiento de la Virgen María
»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».
«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo»
Rev. D.
Jaume
AYMAR i Ragolta - (Badalona, Barcelona, España)
Hoy, en el Evangelio, el Señor nos
pide por dos veces que amemos a los enemigos. Y seguidamente da tres
concreciones positivas de este mandato: haced bien a los que os odien,
bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Es un
mandato que parece difícil de cumplir: ¿cómo podemos amar a quienes no
nos aman? Es más, ¿cómo podemos amar a quienes sabemos cierto que nos
quieren mal? Llegar a amar de este modo es un don de Dios, pero es
preciso que estemos abiertos a él. Bien mirado, amar a los enemigos es
lo más sabio humanamente hablando: el enemigo amado se verá desarmado;
amarlo puede ser la condición de posibilidad para que deje de ser
enemigo. En la misma línea, Jesús continúa diciendo: «Al que te hiera en
una mejilla, preséntale también la otra» (Lc 6,29). Podría parecer un
exceso de mansedumbre. Ahora bien, ¿qué hizo Jesús al ser abofeteado en
su pasión? Ciertamente no contraatacó, pero respondió con una firmeza
tal, llena de caridad, que debió hacer reflexionar a aquel siervo
airado: «Si he hablado mal, di en qué, pero si he hablado como es
debido, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,22-23).
En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti». Jesús es el único que la formula en positivo: «Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente» (Lc 6,31). Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral. Comentando este versículo, nos alecciona san Juan Crisóstomo: «Todavía hay más, porque Jesús no dijo únicamente: ‘desead todo bien para los demás’, sino ‘haced el bien a los demás’»; por eso, la máxima de oro propuesta por Jesús no se puede quedar en un mero deseo, sino que debe traducirse en obras.
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Fuente: evangeli.net
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