Día litúrgico: Lunes XI del tiempo ordinario
«Pues yo os digo: no resistáis al mal»
 
      Rev. D.
  
 Joaquim 
  MESEGUER García - (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos enseña que el odio 
se supera en el perdón. La ley del talión era un progreso, pues limitaba
 el derecho de venganza a una justa proporción: sólo puedes hacer al 
prójimo lo que él te ha hecho a ti, de lo contrario cometerías una 
injusticia; esto es lo que significa el aforismo de «ojo por ojo, diente
 por diente». Aun así, era un progreso limitado, ya que Jesucristo en el
 Evangelio afirma la necesidad de superar la venganza con el amor; así 
lo expresó Él mismo cuando, en la Cruz, intercedió por sus verdugos: 
«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
No obstante, el perdón debe acompañarse con la verdad. No perdonamos tan sólo porque nos vemos impotentes o acomplejados. A menudo se ha confundido la expresión “poner la otra mejilla” con la idea de la renuncia a nuestros derechos legítimos. No es eso. Poner la otra mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien lo ha hecho, con un gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha cometido; es como decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme también en la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con serenidad al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).
Vemos, pues, cuál debe ser la conducta del cristiano: no buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar abierto al perdón y decir las cosas claramente. Ciertamente no es un arte fácil, pero es el único modo de frenar la violencia y manifestar la gracia divina a un mundo a menudo carente de gracia. San Basilio nos aconseja: «Haced caso y olvidaréis las injurias y agravios que os vengan del prójimo. Podréis ver los nombres diversos que tendréis uno y otro; a él lo llamarán colérico y violento, y a vosotros mansos y pacíficos. Él se arrepentirá un día de su violencia, y vosotros no os arrepentiréis nunca de vuestra mansedumbre».
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Fuente: evangeli.net

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