Día litúrgico: Viernes XI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla
y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien
tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones
que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu
corazón.
»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo
estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y,
si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».
Comentario: Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés (Tarragona, España)
«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben»
Hoy, el Señor nos dice que «la lámpara del cuerpo es el ojo» (Mt 6,22).
Santo Tomás de Aquino entiende que con esto —al hablar del ojo— Jesús se refiere
a la intención del hombre. Cuando la intención es recta, lúcida, encaminada a
Dios, todas nuestras acciones son brillantes, resplandecientes; pero cuando la
intención no es recta, ¡que grande es la oscuridad! (cf. Mt 6, 23).
Nuestra intención puede ser poco recta por malicia, por maldad, pero más
frecuentemente lo es por falta de sensatez. Vivimos como si hubiésemos venido al
mundo para amontonar riquezas y no tenemos en la cabeza ningún otro pensamiento.
Ganar dinero, comprar, disponer, tener. Queremos despertar la admiración de los
otros o tal vez la envidia. Nos engañamos, sufrimos, nos cargamos de
preocupaciones y de disgustos y no encontramos la felicidad que deseamos. Jesús
nos hace otra propuesta: «Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El
cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para
siempre.
Seamos sinceros con nosotros mismos, ¿en qué empleamos nuestros esfuerzos,
cuáles son nuestros afanes? Ciertamente, es propio del buen cristiano estudiar y
trabajar honradamente para abrirse paso en el mundo, para sacar adelante la
familia, asegurar el futuro de los suyos y la tranquilidad de la vejez, trabajar
también por el deseo de ayudar a los otros... Sí, todo esto es propio de un buen
cristiano. Pero si aquello que tú buscas es tener más y más, poniendo el corazón
en estas riquezas, olvidándote de las buenas acciones, olvidándote de que en
este mundo estamos de paso, que nuestra vida es una sombra que pasa, ¿no es
cierto que —entonces— tenemos el ojo oscurecido? Y si el sentido común se
enturbia, «¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6,23).
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Fuente: evangeli.net
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