Día litúrgico: Martes XVIII del tiempo ordinario
Santoral 4 de Agosto: San
Juan María Vianney, El Cura de Ars, Presbítero (Memoria Litúrgica)
Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días,
cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y
a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente.
Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer
estaba solo allí.
La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada
por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche
vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar
sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a
gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no
temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las
aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las
aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo
y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús,
tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se
postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel
lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y
le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su
manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.
«Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las
aguas»
Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet - (Santa Maria
de Poblet, Tarragona, España)
Hoy no veremos a Jesús durmiendo en la barca mientras ésta se hunde, ni
calmando la tormenta con una sola palabra increpatoria, suscitando así la
admiración de los discípulos (cf. Mt 8,22-23). Pero la acción de hoy no deja de
ser menos desconcertante: tanto para los primeros discípulos como para
nosotros.
Jesús había obligado a los discípulos a subir a la barca e ir hacia la otra
orilla; había despedido a todo el mundo después de haber saciado a la multitud
hambrienta y había permanecido Él sólo en la montaña, inmerso profundamente en
la oración (cf. Mt 14,22-23). Los discípulos, sin el Maestro, avanzan con
dificultades. Fue entonces cuando Jesús se acercó a la barca caminando sobre las
aguas.
Como corresponde a personas normales y sensatas, los discípulos se asustan
al verle: los hombres no suelen caminar sobre el agua y, por tanto, debían estar
viendo un fantasma. Pero se equivocaban: no se trataba de una ilusión, sino que
tenían delante suyo al mismo Señor, que les invitaba —como en tantas otras
ocasiones— a no tener miedo y a confiar en Él para desvelar en ellos la fe. Esta
fe se exige, en primer lugar, a Pedro, quien dijo: «Señor, si eres tú, mándame
ir donde tú sobre las aguas» (Mt 14,28). Con esta respuesta, Pedro mostró que la
fe consiste en la obediencia a la palabra de Cristo: no dijo «haz que camine
sobre las aguas», sino que quería seguir aquello que el mismo y único Señor le
mandara para poder creer en la veracidad de las palabras del Maestro.
Sus dudas le hicieron tambalearse en la incipiente fe, pero condujeron a la
confesión de los otros discípulos, ahora con el Maestro presente:
«Verdaderamente eres Hijo de Dios» (Mt 14,33). «El grupo de aquellos que ya eran
apóstoles, pero que todavía no creen, porque vieron que las aguas jugaban bajo
los pies del Señor y que en el movimiento agitado de las olas los pasos del
Señor eran seguros, (...) creyeron que Jesús era el verdadero Hijo de Dios,
confesándolo como tal» (San Ambrosio).
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Fuente: evangeli.net
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