Liberato nació en Loro Piceno,
provincia de Macerata, en las Marcas. Pertenecía a la familia Brunforte. Vistió
el hábito franciscano en Soffiano, lugar solitario en los alrededores de
Sarnano.
(1214-1258).
Hacia 1234 el joven Liberato,
renunció al condado que le había sido asignado por su tío Fidesmido y lo
traspasó a su hermano Gualterio, y escogió para vivir el convento de Roccabruna,
en la arquidiócesis de Urbino. Consagrado sacerdote y deseoso de consagrar la
vida a la penitencia y a la contemplación se retiró al eremitorio de Soffiano,
no lejos del castillo de Brunforte, donde vivió humildemente y retirado gran
parte de su tiempo, en oración. Con la ayuda de los beatos Humilde de Bisignano
y Pacifico de la Marca llevó a la Orden a la primitiva austeridad. Vivió en el
silencio. Se decía de él: "No habla nada más que para alabar a
Dios".
Las "Florecillas de San Francisco" nos refieren algunos detalles de su vida: "En el eremitorio de Soffiano hubo antiguamente un hermano menor (Liberato de Loro Piceno) de tan gran santidad y gracia, que parecía totalmente endiosado; frecuentemente estaba arrobado en Dios. Y sucedía que, mientras se hallaba todo elevado en Dios, porque poseía en grado notable la gracia de la contemplación, venían a él los pájaros de toda especie y se posaban confiadamente en sus hombros, cabeza, brazos y manos, poniéndose a cantar maravillosamente. El era muy amante de la soledad y raras veces hablaba; pero, cuando le preguntaban alguna cosa, respondía con tal gracia y sabiduría, que más parecía ángel que hombre; y vivía muy entregado a la oración y a la contemplación. Los hermanos le profesaban gran reverencia.
Al final de su virtuosa vida, tenía unos 45 años, este hermano cayó enfermo de muerte por divina disposición, hasta el punto de no poder tomar nada; por otro lado, él rehusaba recibir medicina alguna terrena, y ponía toda su confianza en el médico celestial, Jesucristo bendito, y en su bendita Madre, de la cual mereció, por la divina clemencia, ser milagrosamente visitado y consolado. Porque, hallándose en cama, preparándose para la muerte con todo el corazón y con la mayor devoción, se le apareció la gloriosa Virgen María, rodeada de gran muchedumbre de ángeles y de santas vírgenes, en medio de maravilloso resplandor, y se acercó a su cama. Al verla, él experimentó gran consuelo y alegría de alma y de cuerpo, y comenzó a suplicarle humildemente que rogara a su amado Hijo que, por sus méritos, lo sacara de la prisión de esta carne miserable.
Y como prosiguiera en esta súplica con muchas lágrimas, le respondió la
Virgen María llamándolo con su nombre: "No temas, hijo, que tu oración ha sido
escuchada, y yo he venido para confortarte antes de tu partida de esta vida". El
6 de septiembre serenamente pasó de esta vida a la eterna
bienaventuranza.
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