Beato Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, Monseñor y Mártir
Marzo 24
Títulos: Obispo auxiliar de San Salvador
Obispo de Santiago de
María
Arzobispo de San Salvador
El Papa Francisco autorizo la promulgacion del decreto de martirio de
Mons. Romero
Óscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel,
República de El Salvador, el 15 de agosto de 1917, día de la Asunción de la
Virgen María. Su familia era humilde y con un tipo modesto de vida. Desde
pequeño, Oscar fue conocido por su carácter tímido y reservado, su amor a lo
sencillo y su interés por las comunicaciones. A muy temprana edad sufrió una
grave enfermedad que le afectó notablemente en su salud.
En el transcurso de su infancia, en ocasión de una ordenación sacerdotal a
la que asistió, Oscar habló con el padre que acompañaba al recién ordenado y le
manifestó sus grandes deseos de hacerse sacerdote. Su deseo se convirtió en una
realidad, ingresó al Seminario Menor de San Miguel y a pesar de las
desaveniencias económicas que pasaba la familia para mantenerlo en el seminario,
Oscar avanzó en su idea de entregar su vida al servicio de Dios y del
pueblo.
Estudió con los padres Claretianos en el Seminario Menor de San Miguel
desde 1931 y posteriormente con los padres Jesuitas en el Seminario San José de
la Montaña hasta 1937. En el tiempo que estalló la II Guerra Mundial, fue
elegido para ir a estudiar a Roma y completar su formación sacerdotal y
seguramente su elección se debió a la integridad espiritual e inteligencia
académica manifestada en el seminario.
Fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de 1942.
Continuó estudiando en Roma para completar su tesis de Teología sobre los temas
de ascética y mística, pero debido a la guerra, tuvo que regresar a El Salvador
y abandonar la tesis que estaba a punto de concluir.
Regresó al país en agosto de 1943. Su primera parroquia fue Anamorós en el
departamento de La Unión. Pero poco tiempo después fue llamado a San Miguel
donde realizó su labor pastoral durante aproximadamente veinte años.
El padre Romero era un sacerdote sumamente caritativo y entregado. No
aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal. Ejemplo de ello fue
la cómoda cama que un grupo de señoras le regaló en una ocasión, la cual regaló
y continuó ocupando la sencilla cama que tenía.
Dada su amplia labor sacerdotal fue elegido Secretario de la Conferencia
Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de
América Central.
El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino pastoral
elevándolo al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador, que
tenía al ilustre Mons. Luis Chávez y González como Arzobispo y como Auxiliar a
Mons. Arturo Rivera Damas. Con ellos compartiría su desafío pastoral y en el día
de su ordenación episcopal dejaba claro el lema de toda su vida: "Sentir con la
Iglesia".
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. No se
adaptaba a algunas líneas pastorales que se impulsaban en la Arquidiócesis y
además lo aturdía el difícil ambiente que se respiraba en la capital. También
fue nombrado director del semanario Orientación, y le dio al periódico un giro
notablemente clerical. Este "giro" le fue muy criticado por algunos sectores
dentro de la misma Iglesia, considerándolo un "periódico sin opinión".
En El Salvador la situación de violencia avanzaba, con ello la Iglesia se
edificaba en contra de esa situación de dolor, por tal motivo la persecución a
la Iglesia en todos sus sentidos comenzó a cobrar vida.
Luego de muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la
Diócesis de Santiago de María fue su nuevo camino. El 15 de octubre de 1974 fue
nombrado obispo de esa Diócesis y el 14 de diciembre tomó posesión de la misma.
Monseñor Romero se hizo cargo de la Diócesis más joven de El Salvador en ese
tiempo.
En junio de 1975 se produjo el suceso de "Las Tres Calles", donde un grupo
de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin compasión
alguna, incluso a criaturas inocentes.
El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban armados;
las "armas" no eran más que las biblias que los campesinos portaban bajos sus
brazos. En ese momento, los sacerdotes de la Diócesis, sobre todos los jóvenes,
pidieron a Monseñor Romero que hiciera una denuncia pública sobre el hecho y que
acusara a las autoridades militares del siniestro, Mons. Romero no había
comprendido que detrás de las autoridades civiles y militares, detrás del mismo
Presidente de la República, Arturo Armando Molina que era su amigo personal,
había una estructura de terror, que eliminaba de su paso a todo lo que pareciera
atentar los intereses de "la patria" que no eran más que los intereses de los
sectores pudientes de la nación. Mons. Romero creía ilusamente en el Gobierno,
éste era su grave error. Poco a poco comenzó a enfrentarse a la dura realidad de
la injusticia social.
Los amigos ricos que tenía eran los mismos que negaban un salario justo a
los campesinos; esto le empezó a incomodar, la situación de miseria estaba
llegando muy lejos como para quedarse esperando a una solución de los demás. La
situación se agudizó y las relaciones entre el pueblo y el gobierno se fueron
agrietando.
En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue
nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22
del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su
nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la
Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons.
Arturo Rivera Damas: "la lógica de Dios desconcierta a los hombres".
El 12 de marzo de 1977, se dió la triste noticia del asesinato del padre
Rutilio Grande, un sacerdote amplio, consciente, activo y sobre todo
comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un
buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho: "un mártir dió vida
a otro mártir".
Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió en
torno al Arzobispo, los fieles sintieron el llamado y la protección de una
Iglesia que les pertenecía, la "fe" de los hombres se volvió en el arma que
desafiaría las cobardes armas del terror. La situación se complicó cada vez más.
Un nuevo fraude electoral impuso al general Carlos Humberto Romero para la
Presidencia. Una protesta generalizada se dejó escuchar en todo el
ambiente.
En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en
un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los
más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la
violencia, y sobre todo a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada
domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos
del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de
terror.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas
oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos
del país y unido a ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa
institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, el
descontento de las nacientes organizaciones político-militares de izquierda,
quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus
actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una
revolución.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña
extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y
su personalidad misma, cotidianamente eran publicados en los periódicos más
importante, editoriales, campos pagados, anónimos, etc., donde se insultaba,
calumniaba, y más seriamente se amenazaba la integridad física de Mons. Romero.
La "Iglesia Perseguida en El Salvador" se convirtió en signo de vida y martirio
en el pueblo de Dios.
Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado rasgos en la misma,
luego del asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros asesinatos
más. Fueron asesinados los sacerdotes Alfonso Navarro y su amiguito Luisito
Torres, luego fue asesinado el padre Ernesto Barrera, posteriormente fue
asesinado, en un centro de retiros, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más.
Por último fueron asesinados los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón
Macias. La Iglesia sintió en carne propia el odio irascible de la violencia que
se había desatado en el país.
Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan
sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un "implacable"
defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras
nacionales por el hecho de ser: "voz de los sin voz". Muchas de los sectores
poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su nombre,
incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió
mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona
en contra de él. Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro
que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello
consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer
la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en
Dios: los pobres.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la
vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del
Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la
vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de
dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la
cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza
de su denuncia: "en nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les
ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESION".
Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez fue
asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras
oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia,
exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús. Fue
enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una manifestación popular de
compañía, sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros
de la ciudad, algunas familias adineradas que también lo querían, estaban frente
a la catedral para darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a
olvidar. Raramente el pueblo se reúne para darle el adiós a alguien, pero él era
su padre, quien los cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por última
vez.
Tres años de fructífera labor arzobispal habían terminado, pero una
eternidad de fe, fortaleza y confianza en un hombre bueno como lo fue Mons.
Romero habían comenzado, el símbolo de la unidad de los pobres y la defensa de
la vida en medio de una situación de dolor había nacido.
En 1994 su sucesor en la archidiócesis de San Salvador, Mons Arturo Rivera
y Damas, inició su proceso de beatificación. En el año 2000 la Congregación para
la Doctrina de la Fe comenzó el estudio de todos los discursos de Romero. En
2005 el postulador de la causa, el obispo italiano Vincenzo Paglia, aseguró
públicamente que “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la
Iglesia, del Evangelio y de los pobres”.
La mañana del 3 de febrero de 2015, S.S. el Papa Francisco recibió en
audiencia al cardenal Angelo Amato S.D.B, Prefecto de la Congregación para las
Causas de los Santos y autorizó a ese dicasterio a promulgar, entre otros, el
decreto de martirio del Siervo de Dios Oscar Arnulfo Romero y Galdámez,
arzobispo de San Salvador (El Salvador), reconociendo así, de manera oficial que
su asesinato fue por odio a la fe.
Beatificación, Mayo 23, 2015 por Angelo Cardenal Amato
=