Día litúrgico: Domingo I (A) de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 24, 37-44): En
 aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como en los días de Noé, 
así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que 
precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el
 día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino 
el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo 
del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro 
dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra 
dejada. 
»Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo 
bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el 
ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por 
eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no 
penséis, vendrá el Hijo del hombre».
«Velad (...) porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor»
 
      Mons.
  
 José Ignacio 
  ALEMANY Grau,
       Obispo Emérito de Chachapoyas - (Chachapoyas, Perú)
Hoy, «como en los días de Noé», la 
gente come, bebe, toma marido o mujer con el agravante de que el hombre 
toma hombre, y la mujer, mujer (cf. Mt 24,37-38). Pero hay también, como
 entonces el patriarca Noé, santos en la misma oficina y en el mismo 
escritorio que los otros. Uno de ellos será tomado y el otro dejado 
porque vendrá el Justo Juez.
Se impone vigilar porque «sólo quien está despierto no será tomado por 
sorpresa» (Benedicto XVI). Debemos estar preparados con el amor 
encendido en el corazón, como la antorcha de las vírgenes prudentes. Se 
trata precisamente de eso: llegará el momento en que se oirá: «¡Ya está 
aquí el esposo!» (Mt 25,6), ¡Jesucristo! 
Su llegada es siempre motivo de gozo para quien lleva la antorcha 
prendida en el corazón. Su venida es algo así como la del padre de 
familia que vive en un país lejano y escribe a los suyos: —Cuando menos 
lo esperen, les caigo. Desde aquel día todo es alegría en el hogar: 
¡Papá viene! Nuestro modelo, los Santos, vivieron así, “en la espera del
 Señor”.
El Adviento es para aprender a esperar con paz y con amor, al Señor que 
viene. Nada de la desesperación o impaciencia que caracteriza al hombre 
de este tiempo. San Agustín da una buena receta para esperar: «Como sea 
tu vida, así será tu muerte». Si esperamos con amor, Dios colmará 
nuestro corazón y nuestra esperanza.
Vigilen porque no saben qué día vendrá el Señor (cf. Mt 24,42). Casa 
limpia, corazón puro, pensamientos y afectos al estilo de Jesús. 
Benedicto XVI explica: «Vigilar significa seguir al Señor, elegir lo que
 Cristo eligió, amar lo que Él amó, conformar la propia vida a la suya».
 Entonces vendrá el Hijo del hombre… y el Padre nos acogerá entre sus 
brazos por parecernos a su Hijo.
 
«En los días que precedieron al diluvio, comían, bebían (...). Velad, pues, (...) también vosotros estad preparados»
 
      Rev. D.
  
 Antoni 
  CAROL i Hostench - (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, en este domingo, comenzando el
 tiempo de Adviento, inauguramos a la vez un nuevo año litúrgico. Esta 
circunstancia la podemos tomar como una invitación a renovarnos en algún
 aspecto de nuestra vida (espiritual, familiar, etc.).
De hecho, necesitamos vivir la vida, día a día, mes a mes, con un ritmo y
 una ilusión renovados. Así alejamos el peligro de la rutina y del 
tedio. Este sentido de renovación permanente es la mejor manera de estar
 alerta. Sí, ¡hay que estar alerta!: es uno de los mensajes que el Señor
 nos transmite a través de las palabras del Evangelio de hoy.
Hay que estar alerta, en primer lugar, porque el sentido de la vida 
terrenal es el de una preparación para la vida eterna. Este tiempo de 
preparación es un don y una gracia de Dios: Él no quiere imponernos su 
amor ni el cielo; nos quiere libres (que es el único modo de amar). 
Preparación que no sabemos cuándo acabará: «Anunciamos el advenimiento 
de Cristo, y no solamente uno, sino también otro, el segundo (...), 
porque este mundo de ahora terminará» (San Cirilo de Jerusalén). Hay que
 esforzarse por mantener la actitud de renovación y de ilusión.
En segundo lugar, conviene estar alerta porque la rutina y el 
acomodamiento son incompatibles con el amor. En el Evangelio de hoy el 
Señor recuerda cómo en tiempos de Noé «comían, bebían» y «no se dieron 
cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos» (Mt 24,38-39). 
Estaban “entretenidos” y —ya hemos dicho— que nuestro paso por la tierra
 ha de ser un tiempo de “noviazgo” para la maduración de nuestra 
libertad: el don que nos ha sido otorgado no para librarnos de los 
demás, sino para darnos a los demás. 
«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre» (Mt 
24,37). La venida de Dios es el gran acontecimiento. Dispongámonos a 
acogerlo con devoción: «¡Ven Señor Jesús».
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