martes, junio 30, 2015

Evangelio Junio 30, 2015

Día litúrgico: Martes XIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

«Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza»
Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet
(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

Hoy, Martes XIII del tiempo ordinario, la liturgia nos ofrece uno de los fragmentos más impresionantes de la vida pública del Señor. La escena presenta una gran vivacidad, contrastando radicalmente la actitud de los discípulos y la de Jesús. Podemos imaginarnos la agitación que reinó sobre la barca cuando «de pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas» (Mt 8,24), pero una agitación que no fue suficiente para despertar a Jesús, que dormía. ¡Tuvieron que ser los discípulos quienes en su desesperación despertaran al Maestro!: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mt 8,25).

El evangelista se sirve de todo este dramatismo para revelarnos el auténtico ser de Jesús. La tormenta no había perdido su furia y los discípulos continuaban llenos de agitación cuando el Señor, simplemente y tranquilamente, «se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8,26). De la Palabra increpatoria de Jesús siguió la calma, calma que no iba destinada sólo a realizarse en el agua agitada del cielo y del mar: la Palabra de Jesús se dirigía sobre todo a calmar los corazones temerosos de sus discípulos. «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8,26).

Los discípulos pasaron de la turbación y del miedo a la admiración propia de aquel que acaba de asistir a algo impensable hasta entonces. La sorpresa, la admiración, la maravilla de un cambio tan drástico en la situación que vivían despertó en ellos una pregunta central: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). ¿Quién es el que puede calmar las tormentas del cielo y de la tierra y, a la vez, las de los corazones de los hombres? Sólo quien «durmiendo como hombre en la barca, puede dar órdenes a los vientos y al mar como Dios» (Nicetas de Remesiana).

Cuando pensamos que la tierra se nos hunde, no olvidemos que nuestro Salvador es Dios mismo hecho hombre, el cual se nos acerca por la fe.
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Fuente: evangeli.net

San León de Patara, Mártir

San León de Patara, Mártir
Junio 30 - Febrero 18

Según sus Actas, León estuvo presente en el martirio de su amigo San Paregorio (18 de febrero), y una vez ocurrido este, se retiró a su casa, con el corazón infamado en deseos de padecer por Cristo igualmente. En compensación por no haber padecido por Cristo, comenzó una vida penitente, entregada a Cristo totalmente, para lo cual, renunció casarse, viviendo en castidad. Retiró de su casa cualquier objeto superfluo, y cualquier alimento gustoso. Se vistió con una piel de camello, y dedicaba horas a las alabanzas divinas, tomando por protector y ejemplo a San Juan Bautista (24 de junio, Natividad; 23 de septiembre, Imposición del nombre; 24 ó 21 de febrero, primera Invención de la cabeza; 29 de agosto, segunda Invención de la cabeza, hoy fiesta de la Degollación; 25 de mayo, tercera Invención de la cabeza).

Sucedió entonces que el Proconsul Loliano, enemiguísimo de los cristianos, fue nombrado Intendente de Licia, ciudad a la cual pertenecía su natal Patara. Lo primero que hizo Loliano para ganar adeptos y para identificar a los cristianos, fue organizar juegos y sacrificios en honor del dios Serapis, mandando que todos los habitantes de las ciudades cercanas debían sacrificar al dios, en honor del Emperador. Muchos cristianos obedecieron por miedo, por acomodo, por no estar lo suficientemente llenos de Cristo, en definitiva. Pero entre ellos no estaba León, que se debatía entre seguir su vida eremítica o presentarse a los sacrificios para proclamarse cristiano. Decidió encomendarse a su amigo el mártir Paregorio, delante de su sepulcro, escondido por los cristianos fieles. Mientras iba de camino, acertó a pasar frente al templo de Serapis, donde ofrecían sacrificios. Algunos le identificaron como cristiano, por su porte y forma de vestir.

Visitó las reliquias de San Paregorio y regresó a su casa, confiado en que Dios le daría luces sobre que hacer. Esa noche tuvo un sueño en el que se vio en medio de un río revuelto y bajo una gran tempestad de lluvia y relámpagos. De pronto, en medio de las aguas vio a su amigo Paregorio, que iba hacia él, ante lo cual el mismo León salió a su encuentro, para despertar en ese momento. El sueño le dejó claro que correría la misma suerte de su amigo, por lo que dejó que fuera la providencia divina la que determinase el tiempo en el cual entregarlo todo por Cristo. Comenzó a visitar cada día las reliquias del santo mártir, esperando llegara el dichoso momento. Un día cuando se dirigía al sepulcro del santo, cambió de camino y pasó frente al templo de la diosa Fortuna, y viendo las antorchas que en honor de la diosa ardían, entró, las apagó y las partió en pedazos clamando: “Si vuestros dioses se sienten ofendidos del insulto que acabo de hacer, no tienen más que castigarme, no volveré yo mi el rostro a su ira”, y siguió su camino.  Prudencia no le sobraba, no.

No quedaron inmóviles los devotos de la diosa, que se juntaron en una turba y comenzaron a amotinarse, acusando de ofender a la diosa, y clamando venganza para esta, para que no les castigase con desgracias. Fue tanto el jaleo que se armó, que llegó a oídos de Loliano, quien envió soldados a apresar al santo en su casa. Al verle llegar, los soldados se echaron sobre él y lo llevaron ante el Intendente, sin que León pusiera resistencia alguna. Una vez ante Loliano, se desarrolló este diálogo:

    -“¿Ignoras el poder de los dioses, cuando te atreves a emprender contra su religión? ¿O has perdido el juicio, y te crees poder despreciar impunemente los decretos de nuestros divinos emperadores, que son también nuestros dioses, y nuestros protectores?"

    -“Acabáis de hablar de muchos dioses, siendo así que no hay más que uno, que es nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, y Dios del cielo, y de la tierra, que no necesita de semejante culto. Un corazón contrito, y un alma que sabe humillarse; esto es todo lo que puede agradar a Dios. Pero esas antorchas que encendéis delante de vuestros ídolos, son vanas e inútiles a unas estatuas de madera , de piedra, y de bronce, que deben todo lo que son al escultor. Si conocieseis al verdadero Dios, no perderíais de ese modo vuestro incienso en darlo a un tronco o a una piedra. Renunciad ese culto vano y reservad vuestras alabanzas y adoración para el que es el verdadero Dios, y para Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo, y Creador nuestro”- contestó León.

    -“No respondes al caso”- le replicó el juez – “en lugar de defenderte de los delitos que se te imputan, te pones a predicarnos tu fe. Pero doy gracias a los Dioses, que han permitido que tú mismo te declarases, y que te dieses a conocer por lo que eres. Así escoge , o adoras a los dioses y les ofreces sacrificios con todos los presentes, o sufre la pena que tu impiedad merece”.

    -“Yo os confieso” - contestó prontamente León – “que hubiera deseado mucho no tener que sentir la caída de ninguno de los que tan desgraciadamente veo vueltos al error. Pero ¡ay de mí! qué dolor no será el mío, cuando pongo los ojos sobre esa multitud de cristianos, que se han dejado seducir! Mas para que no os imaginéis que soy yo de esos, os declaro que soy cristiano y conservo grabados en mí los preceptos de los Apóstoles, que enseñan a dar a Dios la obediencia que le es debida. Si os parece que por esto me debéis castigar, no lo dilatéis un momento. Persuadíos de que el temor de los tormentos, jamás me hará faltar a mi obligación. Pronto estoy a padecer todos cuantos tormentos me quisiereis hacer sufrir. Por lo demás, si hay alguno de otro parecer, que se contente con la vida presente sin pretender la futura, ya se sabe que no es sino por el camino de los sufrimientos por donde se llega a ella, según dice la Escritura: ‘estrecho es el camino que lleva a la vida’”.

    -“Pues bien, si es tan estrecha esa vida, déjala para seguir la nuestra, que es ancha y llana” - le dijo Loliano. A lo que rebatió León:

    -“No he dicho yo que sea tan estrecha  que no se pueda caminar por ella, ni os parezca que está desierta: muchos la han transitado, y muchos la siguen aún todos los días: la llamamos estrecha porque se halla en la mortificación, la pobreza, las aflicciones, y la persecución; pero la fe suaviza las penas y hace vencer las dificultades. Nos allana el camino, lo ensancha, y lo hace fácil. ¿Por qué no os dejáis convencer de esta verdad? ¿Por qué no confesáis que este camino estrecho es el más cómodo para arribar a la salvación. No ignoráis que una multitud innumerable de fieles que han sido justificados por la misma fe que justificó a nuestro padre Abraham, caminaron por él, y reposan ahora en el seno de este padre de los creyentes. Al contrario, la incredulidad hace penosa, áspera, y difícil la senda por la que andáis ciegamente. Has de saber que las virtudes, que tan fáciles son de practicar cuando se tiene fe, son muy difíciles de adquirir, y vienen a ser en algún modo inaccesibles a los que están privados de este remedio de la fe”.

Toda esta exposición catequética (probablemente aumentada posteriormente) hizo que los presentes, que venían por venganza, clamasen a Loliano para que le callase y determinara ya un castigo.

    -“Al contrario” - les gritó Loliano - “le permito hable cuanto quiera, y además, le ofrezco mi amistad y reconocimiento si reconoce y sacrifica a nuestros dioses”.

    -“Señor, si habéis olvidado ya lo que acabo de decir, tenéis razón de permitirme que hable todavía, pero si os acordáis, ¿como queréis que reconozca por dioses lo que nada es?” - replicó León.

Estas últimas palabras del santo irritaron tanto al intendente, que lo mandó a azotar. Mientras los verdugos lo desgarraban sin piedad, Loliano le anunciaba:

    -“Esto no es más que un ensayo de los tormentos que te preparo: si quieres que me detenga, es necesario que adores a nuestros dioses, y que les ofrezcas sacrificio”.

    -“Oh, juez, os quiero volver a decir otra vez lo que ya os he dicho tantas veces. Yo no conozco a vuestros dioses, ni jamás les sacrificaré”. - contestó León.

    -“Di solamente estas palabras: los dioses tienen un poder soberano  y te liberaré, porque tengo compasión de tu vejez”. - le indicó Loliano.

    -“Bien estaría” - dijo León en medio del dolor - “decir que los dioses tienen un poder soberano si fuera para perder a los que creen en ellos". Loliano enfureció ante este desprecio de los dioses y ordenó:

    -“Atadlo como a un rabioso, y arrastradlo por las calles hasta el río”.

    -“Poco me importa, de cualquier modo que muera no puedo dejar de morir contento, puesto que el cielo ha de ser mi recompensa”- dijo alegremente León. E insistió Loliano de nuevo:

    -“Obedece al edicto, y di que los dioses son los protectores del mundo, o si no te haré morir inmediatamente.

    -“Parece que no teneis sino palabras” – dijo León con sorna - "ponedlas por fin en ejecución".

Con cada amenaza León se fortalecía y Loliano quedaba más en ridículo, ante lo cual el pueblo clamaba más alto aún, comenzando a amenazar con incendiar y destrozar la ciudad. Loliano, vencido por el santo mártir, mandó que le atasen por un pie y le arrojasen por un acantilado, después de arrastrarle por las calles en medio de las turbas, y que estas satisficieran su furia. Mientras lo arrastraban, León aún pudo orar en voz alta:

    -“Te doy gracias, Dios, Padre de Jesucristo, de que tengas la bondad de volverme a juntar tan pronto a tu siervo y amigo mío, Paregorio. Yo te ofrezco mi muerte con alegría para satisfacer los pecados de mi juventud. En las manos de vuestros ángeles pongo mi alma. En breve seré liberado, y mi destino no dependerá más de la injusticia de los malos. Seles propicio, Señor: no vengues mi muerte sobre sus autores. Te pido perdón por ellos, haz que te reconozcan como Dios del universo y que experimenten tu clemencia en el momento en que fueren ilustrados de vuestra luz. Concédeme la gracia de sufrir pacientemente por tu gloria. Amén, amén”.

Y murió, antes de llegar al borde de un escarpado precipicio. Una vez allí, el cuerpo fue arrojado hasta lo profundo, rebotando antes en las afiladas rocas ocurriendo que no se dañó nada, solo se ensució de polvo. Y no solo eso, sino que de modo milagroso se allanó la cuesta, que lo que antes había sido un peligroso precipicio, se convirtió en un sendero practicable. Por aquel mismo sendero bajaron algunos cristianos que tomaron el santo cuerpo, lo prepararon observando con estupefacción que incluso las heridas de los azotes habían cerrado y el cuerpo resplandecía. Lo enterraron piadosamente allí mismo, entre las peñas, en un sitio oculto, donde llegada la paz se levantaría una basílica. Era creencia piadosa, según las Actas, que nunca se vio sufrir daños ni muerte a los que, por infortunio se despeñaban allí. Ni a hombre, bestia, o carros.

A San León se le conmemora también a 18 de febrero junto a San Paregorio, pero el día de su martirio ocurrió a 30 de junio, de año desconocido, por eso lo traigo a este día. Sus Actas, publicadas por los Bollandistas a partir de manuscritos griegos, son tenidas por estos como fiables en cuanto a la existencia del mártir, aunque son reescritas, sobre todo en los discursos del santo.
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Fuente:
-"Las verdaderas actas de los martires" Tomo Tercero.  TEODORICO RUINART. Madrid, 1776.

lunes, junio 29, 2015

Evangelio Junio 29, 2015

Día litúrgico: 29 de Junio: San Pedro y San Pablo, Apóstoles y Mártires (Memoria Litúrgica) 

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». 

«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»
+ Mons. Pere TENA i Garriga Obispo Auxiliar Emérito de Barcelona
(Barcelona, España)

Hoy es un día consagrado por el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo. «Pedro, primer predicador de la fe; Pablo, maestro esclarecido de la verdad» (Prefacio). Hoy es un día para agradecer la fe apostólica, que es también la nuestra, proclamada por estas dos columnas con su predicación. Es la fe que vence al mundo, porque cree y anuncia que Jesús es el Hijo de Dios: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Las otras fiestas de los apóstoles san Pedro y san Pablo miran a otros aspectos, pero hoy contemplamos aquello que permite nombrarlos como «primeros predicadores del Evangelio» (Colecta): con su martirio confirmaron su testimonio.

Su fe, y la fuerza para el martirio, no les vinieron de su capacidad humana. No fue ningún hombre de carne y sangre quien enseñó a Pedro quién era Jesús, sino la revelación del Padre de los cielos (cf. Mt 16,17). Igualmente, el reconocimiento “de aquel que él perseguía” como Jesús el Señor fue claramente, para Saulo, obra de la gracia de Dios. En ambos casos, la libertad humana que pide el acto de fe se apoya en la acción del Espíritu.

La fe de los apóstoles es la fe de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Desde la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, «cada día, en la Iglesia, Pedro continúa diciendo: ‘¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!’» (San León Magno). Desde entonces hasta nuestros días, una multitud de cristianos de todas las épocas, edades, culturas, y de cualquier otra cosa que pueda establecer diferencias entre los hombres, ha proclamado unánimemente la misma fe victoriosa.

Por el bautismo y la confirmación estamos puestos en el camino del testimonio, esto es, del martirio. Es necesario que estemos atentos al “laboratorio de la fe” que el Espíritu realiza en nosotros (Juan Pablo II), y que pidamos con humildad poder experimentar la alegría de la fe de la Iglesia.
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Fuente: evangeli.net

Estampas de San Pío de Pietrelcina






Septiembre 23

Gracias Catholic.net por destacar Nuestro Blog de Vidas Santas!

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Junio 29, 2015

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domingo, junio 28, 2015

Evangelio Junio 28, 2015

Día litúrgico: Domingo XIII (B) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 5,21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

«Solamente ten fe»
Fray Valentí SERRA i Fornell - (Barcelona, España)

Hoy, san Marcos nos presenta una avalancha de necesitados que se acerca a Jesús-Salvador buscando consuelo y salud. Incluso, aquel día se abrió paso entre la multitud un hombre llamado Jairo, el jefe de la sinagoga, para implorar la salud de su hijita: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva» (Mc 5,23).

Quién sabe si aquel hombre conocía de vista a Jesús, de verle frecuentemente en la sinagoga y, encontrándose tan desesperado, decidió invocar su ayuda. En cualquier caso, Jesús captando la fe de aquel padre afligido accedió a su petición; sólo que mientras se dirigía a su casa llegó la noticia de que la chiquilla ya había muerto y que era inútil molestarle: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» (Mc 5,35).

Jesús, dándose cuenta de la situación, pidió a Jairo que no se dejara influir por el ambiente pesimista, diciéndole: «No temas; solamente ten fe» (Mc 5,36). Jesús le pidió a aquel padre una fe más grande, capaz de ir más allá de las dudas y del miedo. Al llegar a casa de Jairo, el Mesías retornó la vida a la chiquilla con las palabras: «Talitá kum, que quiere decir: ‘Muchacha, a ti te digo, levántate’» (Mc 5,41).

También nosotros debiéramos tener más fe, aquella fe que no duda ante las dificultades y pruebas de la vida, y que sabe madurar en el dolor a través de nuestra unión con Cristo, tal como nos sugiere el papa Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi (Salvados por la esperanza): «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito».
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Fuente: evangeli.net

Santo Evangelio según san Marcos 5:23


Santa Theodechilde, Reina y Fundadora

Santa Theodechilde, Reina y Fundadora
Junio 28 

Santa Theodechilde, reina y fundadora. 28 de junio, 16 de octubre (invención de las reliquias), 1 de mayo (traslación de las reliquias a Molesmes) y 10 de octubre (traslación de las reliquias a Mauriac) 

Nacimiento e infancia:Los orígenes de esta santa no están claros, pero según la “vita” más conocida, fue hija de los reyes Clodoveo y Santa Clotilde (3 y 4 de junio). Hoy la mayoría de historiadores (Gobry, Prou, etc.) se inclinan por hacerla hija de Thierry, hijo de Clodoveo, pero prefiero dar aquí la versión tradicional con sus leyendas. Fue la quinta, después de Ingomer, que murió justo después de ser bautizado, y Clodomiro, que igualmente enfermó, pero sanó gracias a las fervientes oraciones de su madre. Luego nacieron Childeberto y Clotario. Nació después de la conversión de su padre, que sería bautizado el 25 de diciembre de 496. Nació Theodechilde, decía, en 498, cuando su madre tenía 24 años. Fue bautizada por San Remigio de Reims (1 de octubre), que le impuso este nombre que en gaélico antiguo significa “hija de Dios”. Otras “vita” la llaman Téchilde, que no es más que una contracción del nombre original. Nos dice la leyenda que Santa Genovena (3 de enero) estuvo presente y más aún, que fue su madrina. Fue la hija predilecta de Clodoveo por ser su primera niña, aunque algunas versiones nos dicen que no fue la primera hija, sino la segunda, pues la Beata Clotilde (3 de junio), la otra hija del matrimonio era mayor.

Cuando tenía ocho años, vio a San Severino de Agaune (11 de febrero) sanar milagrosamente a su padre, poniéndole su capa por encima, lo cual le animó a acercarse al santo y ser instruida por este en la fe y la vida monástica. Este detalle parece introducido por biógrafos tardíos, pues es de pensar que a los 8 años ya su madre, muy piadosa, la habría instruido y encaminado por los senderos de la fe y la caridad. Como fuese, con tan poca edad hizo un voto de virginidad, con la intención de dedicarse exclusivamente a Dios. Para poder seguirlo con libertad, se lo comunicó a sus padres, que no solo la apoyaron, sino que además, la animaron a cumplirlo y le facilitaron su deseo. Se aplicó a la lectura, la oración y a las obras de caridad, que sus padres favorecían con largueza. Nada del mundo le satisfacía, dicen, y hallaba el consuelo en sus pobres, sus oraciones, visitas a las iglesias; alejándose de pompas, fiestas y torneos. 

Primera obra por los necesitados, una conversión:Su padre mandó edificar una basílica a los Santos Pedro y Pablo en el Monte Leucotice, en acción de gracias por derrotar y asesinar a Alarico, hereje de fe arriana “en nombre de Dios”. También conquistó tierras de Borgoña y Auvernia por mano de sus hijos. En Montselis vivía y gobernaba Basuolo, un noble galo-romano de fe arriana el cual, cuando se vio acorralado, prometió lealtad a los francos, y abjurar de su fe arriana, a cambio de que le dejaran vivir. Clodoveo lo permitió, e incluso le dejó seguir gobernando su región, pero al ver se seguro, Basuolo les traicionó, ante lo cual fue apresado y llevado a Sens, donde la niña Theodechilde le sería providencial, y veamos cómo. En 509 Santa Clotilde construye la iglesia de San Pedro-le-Vif en Sens, ciudad a la que Theodechilde acompañó a su madre. Allí veneró la tumba de San Sabiniano (24 de enero) y las numerosas reliquias que su madre se había hecho traer de Roma, como pelos de la Virgen, trozos de Lignum Crucis, y varios huesos de santos. Le tomó tal afecto a esta iglesia, que con tan corta edad, ya deseó que aquel fuera el sitio donde construir un monasterio para retirarse y dedicar toda su vida a la oración. En  Sens, como en París, Theodechilde practicaba diariamente sus obras de caridad con los más necesitados. Entre estas obras estaba visitar las prisiones y consolar a los que allí penaban, con socorro material y palabras de consuelo. En una de estas prisiones Theodechilde vio a Basuolo, condenado a muerte por traición. Se interesó en él y comenzó a asistirle personalmente, a la par que le predicaba sobre la fe de Cristo. Al poco tiempo, tocó el corazón del hombre, que renegó de la herejía  y logró su conversión. Y no solo eso, sino que este le prometió que él sería el primer monje de su monasterio si el rey le perdonase.

Vuelta a París, Theodechilde pidió a su padre la parte de la herencia real que le correspondía para edificar su monasterio, que sería dedicado a la Santísima Virgen junto a la nueva iglesia de San Pedro. Clodoveo aceptó y no solo le dio su parte, sino que le donó varios terrenos y algunas villas con sus siervos para que pudiera emprender su obra. Viendo su buena disposición, además, solicitó Theodechilde a Clodoveo la libertad de Basuolo, detallándole su conversión y arrepentimiento. Aunque en principio se irritó y se negó, las súplicas de la niña pudieron más y accedió a perdonarle a condición de que solo saliera de la cárcel para profesar en el monasterio, de donde no saldría nunca más. Y para asegurarse, más tarde despojó a los parientes de Basuolo de sus tierras en Auvernia, para donarlas al monasterio de su hija. 

Nuestra Señora de los Milagros:
Antes de iniciar la construcción del monasterio, Theodechilde quiso visitar la tierra de Auvernia que su padre le había concedido. San Remigio la convenció, además, de que llevase algunos presbíteros para que predicara a los sarracenos y herejes que aún había en lo que habían sido las posesiones de Bausolo. Así hizo, y ella misma salía por los campos para visitar a los más abandonados y alejados de la fe, para alentarles, socorrerles y atraerles a Cristo. Se estableció en la zona de Mauriac, en el “Castrum Vetum”, un castillo de la época romana, adaptado a las necesidades de su momento. Era una torre alejada de la ciudad, en medio del bosque, donde la reina hallaba gusto en la soledad, en los ratos que no dedicaba a los asuntos del mundo que aún la retenían. Una tarde en que salió de paseo, vio una luz muy brillante que descendía del cielo sobre el bosque, sin moverse. No se atrevió a averiguar que era, sin antes pasar una noche en oración, pidiendo a Dios. Por la mañana se adentró en el bosque, camino del punto donde caía la luz, y al llegar vio una leona con tres leoncillos. Trazó la señal de la cruz, y las cuatro fieras se postraron ante ella y desaparecieron. Esa noche tuvo una visión en la que aparecían la Santísima Virgen con el Niño, y precediéndola San Pedro, que daba una vela encendida a la Madre de Dios. Luego de presentarse ante Theodechilde, tomaron camino del bosque, hasta el sitio donde antes había visto la leona y sus cachorros. Allí, en medio de ángeles, la Señora señaló al suelo y desapareció.


Al otro día, Theodechilde se encaminó al sitio y halló de nuevo a las fieras, que le cedieron su sitio, alejándose en el bosque. Llegó Theodechilde al punto exacto que había señalado la Virgen María y halló una piedra de mármol con una vela encendida, la misma que San Pedro había dado a Nuestra Señora. Junto a esta, había un pergamino escrito en hebreo, que la reina envió a San Remigio, el cual lo envió al papa, que lo entregó a Boecio para que lo interpretara. Según este, el texto decía: "Este lugar será el sitio de Temor del Señor, y será una fuente de consuelo para los vivientes." Así que Theodechilde entendió que San Pedro quería que, además del monasterio a su nombre, se edificase un santuario a la Santísima Virgen. Por lo que la reina mandó construir una capilla en honor de Nuestra Señora, poniendo como altar la piedra de mármol y sobre este la vela inconsumible. En solo tres meses, los obreros construyeron la iglesia, dándose el milagro que no se cansaban por más que trabajasen, y cada uno rendía por cuatro. Fue bendecida por un legado del papa, el 25 de diciembre de 507, y llamada Nuestra Señora de los Milagros. Para presidirla, el rey Clodoveo envió desde Roma una imagen revestida en plata, que habría sido tallada por San Marcos Evangelista (11 de enero, Iglesia griega; y 31 de enero, traslación de las reliquias a Venecia; 9, Iglesia copta, y 25 de abril; 25 de junio, aparición en Venecia; 23 de septiembre, 3 de octubre, 8 y 30 de octubre, Iglesias Orientales). Esta fiesta de Nuestra Señora de los Milagros se celebra aún en Mauriac el 9 de mayo, y el domingo siguiente a este día. En 1631, por los 900 años de la fundación del monasterio anexo a la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros de Mauriac, se dedica una de las capillas de la iglesia a la memoria de su fundadora, la reina Santa Theodechilde. El 13 de mayo de 1855 la imagen de Nuestra Señora sería coronada canónicamente.

En otra ocasión halló Theodechilde un templo pagano dedicado al dios Mercurio, donde se veneraba un ídolo de plata de este dios, que decidió dedicar a la memoria del apóstol San Pedro, para cuya dotación, el papa Símaco entregó a Clodoveo numerosas reliquias, como un dedo de San Pedro, algunos cálices, y lo mejor, un grupo de monjes de San Benito para que fundasen monasterio y evangelizasen la región. Pero Clodoveo no pudo hacer su entrega, pues murió el 27 de noviembre de 511 en París, siendo enterrado en la basílica de los Apóstoles de París, la que luego sería la abadía de Santa Genoveva, pues la santa parisiense sería enterrada allí cuatro meses más tarde que Clodoveo. Clotilde le sobreviviría 40 años más, para sufrir inconmensurablemente desgracias y tragedias familiares, que sobrellevó con entereza cristiana. 

El monasterio:Vuelta a Sens, Theodechilde comenzó la construcción de su monasterio, luego de la muerte de su padre y el matrimonio de su hermana la Beata Clotilde se casara con el feroz príncipe español Amalarico. Lo dotó con todas las tierras, villas y siervos que su padre le había dejado, con todos los privilegios, pontazgos, rentas e impuestos que de estas propiedades se derivaran. El papa San Félix IV (30 de enero y 22 de septiembre), años más tarde, le otorgaría numerosos privilegios eclesiásticos y regalaría numerosas reliquias.

El monasterio fue bendecido por San Heracles, obispo de Sens (8 de junio y 9 de julio en Sens), y Theodechilde puso como abad a San Amalhert (7 de junio). El primer monje en profesar, como había determinado Clodoveo, fue Basuolo, que fue sacado de la cárcel directo al monasterio. Algunos, como los Bollandistas, suponen que entró en calidad de hermano lego, pero algunos “historiadores” le ponen como segundo abad. Una leyenda, que se lee de otras iglesias monásticas, nos dice que el día antes de la consagración de la iglesia, San Heracles y muchos obispos permanecieron toda la noche cantando alabanzas e impetrando las bendiciones divinas, acompañados del pueblo, oyéndose desde medianoche melodías celestiales, sin que se supiera desde donde venían. A la mañana, al comenzar la consagración, los obispos advirtieron que el altar aparecían grabadas las prescriptivas cinco cruces de las esquinas y el centro, y que manaban aceite. Fue de común asentimiento que los mismos ángeles habían consagrado el altar y la iglesia.

Las monjas llegaron al monasterio de manos de San Heracles, que les dejó medio edificio, para que compartieran la iglesia con los monjes. Los monasterios mixtos fueron frecuentes en la Edad Media. Ambas comunidades compartían la iglesia y vivían separados, cada una gobernada por un prior y una abadesa, respectivamente, y por un abad que mandaba sobre todos. Los monjes no podían pisar el suelo de las monjas, y viceversa. Incluso los obispos podían ser vetados a entrar. Las monjas atendían la iglesia, para lo cual, los monjes primero salían de la iglesia y cerraban las puertas que daban a su parte del monasterio. Sin embargo, en los hospitales u hospederías, ambos compartían el trabajo y la atención a los necesitados y peregrinos.

Se dividen los estudiosos con respecto a la consagración religiosa, o no, de Theodechilde. Los más píos dicen que tomó el velo, igualmente de manos de San Heracles, en atención al voto de virginidad, que la leyenda pone en su corazón pero la mayoría sostiene que su papel en realidad se ciñó al de fundadora. El oficio litúrgico en su honor, compuesto en 1658 la llama fundadora, pero no aclara si fue religiosa igualmente. Como fuese, en el coro de las monjas, aún en 1671 se veneraba la “sede” de Santa Theodechilde en el coro de monjas. Pero bien puede ser que la reina tuviese privilegio de rezar con las monjas en el coro. La iconografía no es que ayude mucho, pues igualmente se le representa como reina, que como monja, incluso como abadesa, siendo que no lo fue. 

Sufrimientos familiares:
Varias muertes de cercanos tuvo que soportar Theodechilde. En 521 murió San Heracles, siendo sucedido por su hermano San Pablo, obispo (6 de enero). También pasó por el ajusticiamiento de su primo San Segismundo de Borgoña (1 de mayo), en 524, a manos de Clodomiro, el hermano de Theodechilde. Sufrió la muerte de su hermana, la Beata Clotilde, a la que su marido arriano trataba peor que una esclava, martirizándola constantemente a causa de su fe católica. Cansado de estas vejaciones, su hermano Childeberto se fue a España con un ejército, y mató a Alarico II, llevándose a su hermana y robándole, además, un buen tesoro con el que Alarico pretendía huir. Clotilde no llegó a París, murió de sufrimientos en el camino. Pero las muertes más horrorosas que padeció fue en 529, y fueron las de sus sobrinos, Theodebard, y Gonther, hijos de Clodomiro, a manos de sus tíos Childeberto y Clotario, que los sacaron de la protección de la reina Santa Clotilde, para según ellos, educarlos. Clotilde quería que heredaran la parte del reino que había sido del padre de los niños, pero sus tíos prefirieron asesinarlos. Solo pudo salvarse Clodoaldo, el tercer hijo, que fue salvado por guardias leales a Clodomiro. Siendo un jovencito entró en religión, alejado de los líos de la corte. Santa Clotilde enterró a sus nietos en la basílica de los Apóstoles en París, junto a Clodoveo. Clotario se casaría, por cuarta vez, con Santa Radegunda (13 de agosto). Murió en 561, pero antes de eso estrangularía a su hijo Cramne, y quemaría vivos a su nuera y sus tres nietos. Finalmente, el 12 de enero de 533, murió San Remigio, dejando un recuerdo inmortal en Theodechilde y en todos los territorios francos. En 544 murió su madre, la santa y sufrida reina Santa Clotilde, en Tours, mientras visitaba la tumba de San Martín de Tours. Childeberto, a quien la Iglesia francesa puso en los altares con el título de Beato, murió en 558 y su memoria se celebra a 29 de noviembre. 


Muerte y culto:Todos los que elogian a Santa Theodechilde insisten en sus virtudes, especialmente su amor a la pureza y a la oración. Además, resaltan sus penitencias, austeridad personal, pues a pesar de vivir en el mundo y ser reina, o princesa, desechó todo lo que fuera innecesario y lujoso. Así, luego de una vida entregada a Dios y a la Iglesia, el 28 de junio de 560, vísperas de la solemnidad de su amado San Pedro, este se le apareció por última vez y la preparó a morir. Esa misma tarde, expiró dulcemente. Fue enterrada con gran solemnidad y asistencia de clero y pueblo, en la iglesia monástica de San Pedro de Sens, a la izquierda del altar mayor.

El culto a Santa Theodechilde está bien documentado, siempre en torno a su sepulcro, ante el cual los monjes y monjas veneraban a su fundadora. La primera “vita” parece ser obra del abad Agnilenio, quien también introdujera la Regla de San Benito en el monasterio. En 939 los húngaros devastaron parte de los reinos francos, y llegaron hasta Sens. Los monjes de San Pedro huyeron llevándose todos sus tesoros y reliquias sagradas, excepto el cuerpo de San Sérotin (31 de diciembre), y el de Theodechilde, que no fueron descubiertos. En 957 un desalmado llamado Arquembaud se autoproclamó obispo de Sens, y sobornó al papa Juan XII para que este confirmase su mandato. En contubernio con otro sinvergüenza, el abad Notrannio, vendieron el monasterio, sus terrenos, fincas y villas, y se apropiaron de todo el dinero, las reliquias y tesoros del monasterio, expulsando a los monjes, salvo a cinco que Arquembaud dejó como siervos suyos. Instaló su dormitorio en el bello refectorio de los monjes, y sus caballos y halcones en la iglesia. Y lo que no hizo el papa, lo hizo Dios, a decir los cronistas: la primera noche de esta profanación del templo, todos los animales de Arquembaud murieron. No le importó al personaje, y siguió ocupando el monasterio, ni se le apareció San Sabiniano y le exhortó a reconocer su falta. Así pues, una noche, todos los tunantes que le hacían la corte a Arquembaud oyeron unas voces del cielo que decían “no sufriremos más la desolación de este santo lugar, que santificamos con nuestro martirio”, entendiéndose que eran las voces de Sabiniano, Sérotin, Altin, Eodaldo, Victorino, Félix, Auberto y Potenciano (31 de diciembre), protomártires de Sens. Acto seguido se oyó un gran trueno, que mató en el acto a Arquembaud, con la cuirosidad que le arrancó hasta la ropa. Descalabro total: huyeron los maleantes y regresaron los monjes.

En el siglo X comienza el interés de los monjes por dar a conocer a su fundadora, logrando reconocimiento de su culto, para lo cual se escriben varias “vitae”. El monje Odorano, artista y filósofo, escribe la primera “Historia del Monasterio de San Pedro-Le-Vif”, en la que dedica varios capítulos a la vida y virtudes de Theodechilde. En el siglo XII aparece la primera crónica que llama “santa” a nuestra reina, destacando su voto de virginidad y su entrega a la obra del monasterio y de la Iglesia en general. Entre los siglos XI y XIII, el monasterio gana en prestigio y en privilegios. Varios reyes y papas dan o confirman posesiones, prebendas, e indulgencias. Algunos incluso visitan las santas reliquias y veneran la sepultura de su fundadora. Incluso Alejandro III vivió en Sens durante dos años, y gustaba de celebrar las solemnidades y recepciones en el monasterio. A inicios del siglo XIII la iglesia se incendia dos veces, y en ambos casos las reliquias de Santa Theodechilde se salvan del incendio. 

Primer culto público a las reliquias:
En 1240 se reforma la iglesia y el monasterio, al gusto gótico del momento. Con esta reforma, el abad Geofredo de Montigny abre la sepultura de Santa Theodechilde, reconoce las reliquias, sella la tumba y coloca una lápida nueva, con un elogio a la reina. Deja fuera la cabeza, que coloca en un busto relicario de plata para que fuera venerado por los monjes. Este puede considerarse el primer gesto de culto público a Santa Theodechilde y por tanto, tenerse como su beatificación. También traslada los restos de Basuolo y los pone en una sepultura en la pared,  junto a los de Theodechilde, con una inscripción en la cual le llama “beato”, aunque bien pudiera ser en calidad de “bendito”, “bienaventurado”.


A partir de esta renovación de la sepultura, el culto a Santa Theodechilde se hace cada vez más público y fuerte. Se le dedica el 28 de junio, víspera de la fiesta del monasterio, que pasa poco a poco de ser una conmemoración a ser una fiesta más del monasterio. El busto relicario pasa a presidir un altar, junto a las reliquias de San Potenciano. En el siglo XIV un ritual propio de Sens ya nombra a 28 de junio a “santa Theodechilde, reina, que fundó el monasterio de San Pedro, apóstol". Su nombre pasa a las letanías por los agonizantes y necesidades públicas de la diócesis. En el siglo XV ya se veneran extentas del cuerpo otras reliquias, como el brazo o una costilla. Estas reliquias se perderían en 1567, cuando los herejes hugonotes saquean e incendian la iglesia del monasterio. Solo se pudo salvar la cabeza de la santa, en su relicario. 

Invención y traslaciones de las reliquias:
El 16 de octubre de 1643, se saca el cuerpo de la primitiva tumba y se coloca en uno de los altares laterales, y el obispo permite de modo oficial se celebre su fiesta en el monasterio y la diócesis a 28 de junio. Este hecho hizo que Santa Theodechilde gozara de pleno culto público, lo que contribuyó a la extensión de su devoción. Con este motivo se trasladan reliquias a Mauriac desde Sens. Estas reliquias de Mauriac serían profanadas y quemadas junto a otras en 1793. En 1851 una asociación de fieles restauraría la iglesia, el culto a Santa Theodechilde y en 1877 se volverían a venerar otras reliquias. En 1881 se inaugura una nueva capilla en honor a la reina fundadora. Otras reliquias fueron dadas a la reina Ana de Austria, que las dio a la princesa Luisa María de Francia, que las donó posteriormente a las carmelitas de Autún.


En 1646, se llevan unas reliquias a la iglesia de San Román de Sens. En 1647, otras reliquias se donaron a la colegiata de Andelys, y fueron puestas junto a unas de su madre Santa Clotilde, que ya se veneraban allí. En 1648 el abad Severino de Lanchy bendice una nueva arqueta de madera y oro para contener las reliquias. En 1667 el monasterio de Molesmes adopta la reforma benedictina de la Congregación de San Mauro, por la influencia del monasterio de San Pedro de Sens, de esta misma congregación benedictina, y el 1 de mayo de 1713 recibieron solemnemente unas reliquias de Santa Theodechilde y de algunos mártires, enviadas desde Sens. En 1791, cuando el monasterio fue incanutado y la iglesia convertida en parroquia, las reliquias pasaron a la iglesia, donde aún se veneran.

En 1709 los Bollandistas la incluyen por primera vez en el Acta Sanctorum. En 1794 Lomenie de Brienne, arzobispo de Sens y adepto a la causa de la Revolución Francesa, demolió la iglesia de San-Pedro-le-Vif por ser un “foco de ideas refractarias”. Las reliquias de Santa Theodechilde se salvaron de semejante barbaridad porque en 1791, habían sido escondidas en el tesoro de la catedral, por miedo a la Revolución. De allí las sacó, junto a otras reliquias, un orfebre en Sens, católico fiel, de nombre Tomás, que las escondió en su casa. En 1835 fueron llevadas a la iglesia de San Pedro le Rond, la cual había comprado el mismo orfebre a sus expensas para preservarla de la demolición y el saqueo. En 1878, cuando las religiosas del Buen Pastor de Angers se hacen cargo del deteriorado monasterio de San Pedro, en Sens, las reliquias de la santa volvieron a su sitio, y fueron puestas en la capilla de las religiosas, edificada en el sitio martirial de San Sabiniano, que había sido respetada por los revolucionarios. Y allí se veneran actualmente.

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Fuente:
-“Sainte Theodechilde, vierge. Fille de Clovis. Foundatrice du monastère de Saint-Pierre-le-Vif”. ABBÉ J.-B. CHABAU. Aurillac, 1883.

sábado, junio 27, 2015

Evangelio Junio 27, 2015

Día litúrgico: Sábado XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 8,5-17): En aquel tiempo, al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace». Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes». Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído». Y en aquella hora sanó el criado.

Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; Él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades».

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano»

Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé
(Lleida, España)

Hoy, en el Evangelio, vemos el amor, la fe, la confianza y la humildad de un centurión, que siente una profunda estima hacia su criado. Se preocupa tanto de él, que es capaz de humillarse ante Jesús y pedirle: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos» (Mt 8,6). Esta solicitud por los demás, especialmente para con un siervo, obtiene de Jesús una pronta respuesta: «Yo iré a curarle» (Mt 8,7). Y todo desemboca en una serie de actos de fe y confianza. El centurión no se considera digno y, al lado de este sentimiento, manifiesta su fe ante Jesús y ante todos los que estaban allí presentes, de tal manera que Jesús dice: «En Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande» (Mt 8,10).

Podemos preguntarnos qué mueve a Jesús para realizar el milagro. ¡Cuántas veces pedimos y parece que Dios no nos atiende!, y eso que sabemos que Dios siempre nos escucha. ¿Qué sucede, pues? Creemos que pedimos bien, pero, ¿lo hacemos como el centurión? Su oración no es egoísta, sino que está llena de amor, humildad y confianza. Dice san Pedro Crisólogo: «La fuerza del amor no mide las posibilidades (...). El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no es resignación ante la imposibilidad, no se intimida ante dificultad alguna». ¿Es así mi oración?

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo...» (Mt 8,8). Es la respuesta del centurión. ¿Son así tus sentimientos? ¿Es así tu fe? «Sólo la fe puede captar este misterio, esta fe que es el fundamento y la base de cuanto sobrepasa a la experiencia y al conocimiento natural» (San Máximo). Si es así, también escucharás: «‘Anda; que te suceda como has creído’. Y en aquella hora sanó el criado» (Mt 8,13).

¡Santa María, Virgen y Madre!, maestra de fe, de esperanza y de amor solícito, enséñanos a orar como conviene para conseguir del Señor todo cuanto necesitamos.
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Fuente: evangeli.net

Estampita y Oración a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro


Estampita y Oración a
Junio 27

viernes, junio 26, 2015

Evangelio Junio 26, 2015

Día litúrgico: Viernes XII del tiempo ordinario

Santoral 26 de junio: San Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero y Fundador de la Prelatura "Opus Dei"

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio». 

«Señor, si quieres puedes limpiarme» 

Rev. D. Xavier ROMERO i Galdeano
(Cervera, Lleida, España)

Hoy, el Evangelio nos muestra un leproso, lleno de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús pidiéndole: «Señor, si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2). También nosotros, al ver tan cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos de su proyecto de salvación, tendríamos que sentirnos ávidos y capaces de formular la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2).

Ahora bien, se impone una pregunta: Una sociedad que no tiene conciencia de pecado, ¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle purificación alguna? Todos conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está herido, pero su drama es que no siempre es consciente de su situación personal. A pesar de todo, Jesús continúa pasando a nuestro lado, día tras día (cf. Mt 28,20), y espera la misma petición: «Señor, si quieres...» (cf. Mt 8,2). No obstante, también nosotros debemos colaborar. San Agustín nos lo recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que nos ayude, que queramos cambiar con su ayuda.

Alguien se preguntará: ¿por qué es tan importante darse cuenta, convertirse y desear cambiar? Sencillamente porque, de lo contrario, seguiríamos sin poder dar una respuesta afirmativa a la pregunta anterior, en la que decíamos que una sociedad sin conciencia de pecado difícilmente sentirá deseos o necesidad de buscar al Señor para formular su petición de ayuda.

Por eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es el momento en que se nos cae la venda de los ojos. ¿Y si alguien se da cuenta de su situación y no quiere convertirse? Dice un refrán popular: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».
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Fuente: evangeli.net

Santo Evangelio según san Mateo 8:4


jueves, junio 25, 2015

Evangelio Junio 25, 2015

Día litúrgico: Jueves XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 7,21-29): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’.

»Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.

Comentario: Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu (Sant Feliu de Llobregat, España)

«No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos»
Hoy nos impresiona la afirmación rotunda de Jesús: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Por lo menos, esta afirmación nos pide responsabilidad en nuestra condición de cristianos, al mismo tiempo que sentimos la urgencia de dar buen testimonio de la fe.

Edificar la casa sobre roca es una imagen clara que nos invita a valorar nuestro compromiso de fe, que no puede limitarse solamente a bellas palabras, sino que debe fundamentarse en la autoridad de las obras, impregnadas de caridad. Uno de estos días de junio, la Iglesia recuerda la vida de san Pelayo, mártir de la castidad, en el umbral de la juventud. San Bernardo, al recordar la vida de Pelayo, nos dice en su tratado sobre las costumbres y ministerio de los obispos: «La castidad, por muy bella que sea, no tiene valor, ni mérito, sin la caridad. Pureza sin amor es como lámpara sin aceite; pero dice la sabiduría: ¡Qué hermosa es la sabiduría con amor! Con aquel amor del que nos habla el Apóstol: el que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera».

La palabra clara, con la fuerza de la caridad, manifiesta la autoridad de Jesús, que despertaba asombro en sus conciudadanos: «La gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29). Nuestra plegaria y contemplación de hoy, debe ir acompañada por una reflexión seria: ¿cómo hablo y actúo en mi vida de cristiano? ¿Cómo concreto mi testimonio? ¿Cómo concreto el mandamiento del amor en mi vida personal, familiar, laboral, etc.? No son las palabras ni las oraciones sin compromiso las que cuentan, sino el trabajo por vivir según el Proyecto de Dios. Nuestra oración debería expresar siempre nuestro deseo de obrar el bien y una petición de ayuda, puesto que reconocemos nuestra debilidad.

-Señor, que nuestra oración esté siempre acompañada por la fuerza de la caridad.
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Fuente: evangeli.net