Beatos
Alfonso Navarrete, Fernando de San José de Ayala y León Tanaka,
Mártires
Junio 1
Martirologio Romano: En Ômura en Japón, beatos mártires Alfonso Navarrete,
de la Orden de Predicadores, Fernando de San José de Ayala, de la Orden de los
Eremitas de San Agustín, sacerdotes, y León Tanaca, religioso de la Compañía de
Jesús, que por odio a la fe cristiana, por edicto del comandante supremo
Hidetada, juntos fueron decapitados. M. 1617.
Alfonso nació en Logroño. Ingresó en los dominicos en el convento de San
Pablo de Valladolid y trabajó primero como misionero en Filipinas (1596) donde
trabajó en la provincia de Cagayán pero una enfermedad le obligó a regresar a
España para restablecerse; allí se dedicó a reclutar misioneros para el Extremo
Oriente. En 1611 fue enviado a Miyako, Japón, de ahí a Nagasaki, de donde fue
desterrado en 1614.
Fue nombrado vicario provincial y promovió la Cofradía del Rosario, que dio
a la Iglesia numerosos mártires, y la Hermandad de la Caridad para atender a los
enfermos. Se dice que convirtió al cristianismo a muchas personas. Se le conoció
como “el san Vicente de Paúl” del Japón, porque se dedicaba a rescatar a los
niños abandonados. En 1617 fue a Ômura, donde predicó abiertamente el evangelio,
por lo que fue detenido y llevado de una parte a otra de la bahía de Ômura,
hasta ser decapitado en Tkashima junto al agustino Fernando de San José Ayala.
Es el protomártir de los dominicos en el Japón.
Los dominicos, llegados al Japón en 1602, establecieron su campo de misión en la isla de Kyóshó. Cuando llegaron ya se había promulgado el edicto de persecución contra los cristianos, a pesar de las torturas y los tormentos antes de la ejecución que practicaban los japoneses, los misioneros católicos no se detienen.
El primero que llegó fue el madrileño padre el beato Francisco Morales,
junto con otros cinco dominicos que se asentaron primero en Koshiki y
extendieron su campo de acción por otras partes del Japón, fueron llegando
nuevos misioneros, y se fueron convirtiendo los indígenas. Gracias a la relativa
calma que hubo en primera década del siglo XVII fundaron las iglesias de Kyoto y
Osaka. Pero en 1616 se inició una nueva persecución mucho más fuerte, y las
cárceles se fueron llenando de misioneros y cristianos indígenas.
Por privilegio especial los dominicos encarcelados podían admitir a la
Orden, mediante la profesión, a cristianos de probada fidelidad y de piedad.
Dado el fervor religiosos que se respiraba en la cárcel, de manera que la cárcel
parecía más un convento que una prisión. Todos compartieron la oración y el
testimonio apostólico.
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Fuente: oremosjuntos.com
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