San Bonifacio de Crediton, Obispo, Confesor y Mártir
Junio 5
Martirologio Romano: Memoria de san Bonifacio, obispo y mártir, que era
monje en Inglaterra con el nombre de Wifrido por el bautismo, pero, llegado a
Roma, el papa san Gregorio II le ordenó obispo, cambiándoselo a Bonifacio y
enviándolo a Germania para anunciar a aquellos pueblos la fe de Cristo, donde
logró ganar para la religión cristiana a mucha gente. Rigió la sede de Maguncia
y hacia el final de su vida, al visitar a los frisios, en Dokkum fue asesinado
por los paganos, consumando así su martirio. (c.672 - 755).
La obra misionera de San Bonifacio no habría sido posible sin la
organización política y social europea de Carlomagno. Bonifacio o Winfrid parece
que perteneció a una noble familia inglesa de Devonshire, en donde nació en el
año 673 (o 680). Fue monje en la abadía de Exeter, y después se dedicó a la
evangelización de los pueblos germánicos, más allá del Rin. Quiso ir a Frisia,
pero no le fue posible por la hostilidad entre el duque alemán Radbod y Carlos
Martelo.
Entonces Winfrid fue a Roma en peregrinación para orar sobre las tumbas de
los mártires y recibir la bendición del Papa. San Gregorio. II apoyó el
compromiso misionero, y Winfrid regresó a Alemania. Se detuvo en Turingia, luego
pasó a Frisia, recientemente sometida por los francos, y allí logró las primeras
conversiones.
Durante tres años recorrió gran parte del territorio germánico. Los Sajones
correspondieron con entusiasmo a su predicación. El Papa lo llamó a Roma, lo
consagró obispo y le dio el nuevo nombre de Bonifacio. Durante el viaje de
regreso a Alemania, en un bosque de Hessen, hizo derribar un gigantesco roble al
que los pueblos paganos le atribuían poderes mágicos, porque decían que era sede
de un dios. Ese gesto fue considerado como un desafío a la divinidad y los
paganos corrieron para presenciar la venganza del dios ofendido. Bonifacio
aprovechó la ocasión para transmitirles el mensaje evangélico. A los pies del
roble derribado hizo construir la primera iglesia, que dedicó a San Pedro.
Antes de organizar la Iglesia a orillas del Rin, pensó en la fundación,
entre las regiones de Hessen y Turingia, de una abadía, que fuera el centro
propulsor de la espiritualidad y de la cultura religiosa de Alemania. Así nació
la célebre abadía de Fulda, comparable con la de los benedictinos de
Montecassino por la actividad y el prestigio. Eligió a Maguncia como sede
arzobispal, pero expresó el deseo de ser enterrado en Fulda.
Ya anciano, pero todavía infatigable, regresó a Frisia. Lo acompañaban unos
cincuenta monjes. El 5 de junio había citado cerca de Dokkum a un grupo de
catecúmenos. Era el día de Pentecostés; estaban comenzando la celebración de la
Misa cuando un grupo de Frisones armadas con espadas asaltaron a los misioneros.
Bonifacio les dijo a los compañeros:
“No teman. Todas las armas de este mundo no pueden matar nuestra alma”.
Cuando la espada de un infiel cayó sobre su cabeza, él trató de cubrirse con el
misal, pero el enemigo derribó el libro y le cortó la cabeza al mártir.
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Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
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