Día litúrgico: Lunes VI de Pascua
Texto del Evangelio (Jn 15,26—16,4): En aquel tiempo,
Jesús habló así a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré
de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará
testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo
desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán
de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense
que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo
había dicho».
Comentario: Rev. P. Higinio Rafael ROSOLEN IVE (Cobourg, Ontario,
Canadá)
«También vosotros daréis testimonio»
Hoy, en el evangelio Jesús anuncia y promete la venida del Espíritu Santo:
«Cuando venga el Paráclito (…) que procede del Padre, Él dará testimonio de mí»
(Jn 15,26). “Paráclito” literalmente significa “aquél que es llamado junto a
uno”, y habitualmente es traducido como “Consolador”. De este modo, Jesús nos
recuerda la bondad de Dios, pues siendo el Espíritu Santo el amor de Dios, Él
infunde en nuestros corazones la paz, la serenidad en las adversidades y la
alegría por las cosas de Dios. Él nos hace mirar hacia las cosas de arriba y
unirnos a Dios.
Además Jesús dice a los Apóstoles: «También vosotros daréis
testimonio» (Jn 15,27). Para dar testimonio es necesario:
1º Tener comunión e intimidad con Jesús. Ésta nace del trato cotidiano con
Él: leer el Evangelio, escuchar sus palabras, conocer sus enseñanzas, frecuentar
sus sacramentos, estar en comunión con su Iglesia, imitar su ejemplo, cumplir
los mandamientos, verlo en los santos, reconocerlo en nuestros hermanos, tener
su espíritu y amarlo. Se trata de tener una experiencia personal y viva de
Jesús.
2º Nuestro testimonio es creíble si aparece en nuestras obras. Un testigo
no es sólo una persona que sabe que algo es verdad, sino que también está
dispuesta a decirlo y vivirlo. Lo que experimentamos y vivimos en nuestra alma
debemos transmitirlo al exterior. Somos testigos de Jesús no sólo si conocemos
sus enseñanzas, sino —y principalmente— cuando queremos y hacemos que otros lo
conozcan y lo amen. Como dice el dicho: «Las palabras mueven, los ejemplos
arrastran».
El Papa Francisco nos decía: «Agradezco el hermoso ejemplo que me dan
tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Ese testimonio me
hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para
entregarme más». Y añadía: «Quiero pediros especialmente un testimonio de
comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente». Eso es siempre una
luz que atrae.
Comentario: Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona,
España)
Cuando venga el Paráclito, (...) el Espíritu de la verdad, (...) Él
dará testimonio de mí
Hoy, el Evangelio es casi tan actual como en los años finales del
evangelista san Juan. Ser cristiano entonces no estaba de moda (más bien era
bastante peligroso), como tampoco no lo está ahora. Si alguno quiere ser bien
considerado por nuestra sociedad, mejor que no sea cristiano —porque en muchas
cosas— tal como los primeros cristianos judíos, le «expulsarán de las sinagogas»
(Jn 16,2).
Sabemos que ser cristiano es vivir a contracorriente: lo ha sido siempre.
Incluso en épocas en que “todo el mundo” era cristiano: los que querían serlo de
verdad no eran demasiado bien vistos por algunos. El cristiano es, si vive según
Jesucristo, un testimonio de lo que Cristo tenía previsto para todos los
hombres; es un testigo de que es posible imitar a Jesucristo y vivir con toda
dignidad como hombre. Esto no gustará a muchos, como Jesús mismo no gustó a
muchos y fue llevado a la muerte. Los motivos del rechazo serán variados, pero
hemos de tener presente que en ocasiones nuestro testimonio será tomado como una
acusación.
No se puede decir que san Juan, por sus escritos, fuera pesimista: nos hace
una descripción victoriosa de la Iglesia y del triunfo de Cristo. Tampoco se
puede decir que él no hubiese tenido que sufrir las mismas cosas que describe.
No esconde la realidad de las cosas ni la substancia de la vida cristiana: la
lucha.
Una lucha que es para todos, porque no hemos de vencer con nuestras
fuerzas. El Espíritu Santo lucha con nosotros. Es Él quien nos da las fuerzas.
Es Él, el Protector, quien nos libra de los peligros. Con Él al lado nada hemos
de temer.
Juan confió plenamente en Jesús, le hizo entrega de su vida. Así no le
costó después confiar en Aquel que fue enviado por Él: el Espíritu
Santo.
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Fuente: evangeli.net
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