domingo, diciembre 15, 2013

3º Domingo de Adviento, El heraldo del Señor


3º Domingo de Adviento, El heraldo del Señor

“En el año quince del reinado de Tiberio César, Poncio Pilato gobernaba la provincia de Judea, Herodes era tetrarca en Galilea, su hermano Felipe en Iturea y Traconite, y Lisanias en Abilene; el sumo sacerdocio lo ejercían Anás y Caifás. En aquel entonces, la palabra de Dios llegó a Juan hijo de Zacarías, en el desierto. Juan recorría toda la región de
l Jordán predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados. Así está escrito en el libro del profeta Isaías:

«Voz de uno que grita en el desierto:

“Preparen el camino del Señor,

háganle sendas derechas.

Todo valle será rellenado,

toda montaña y colina será allanada.

Los caminos torcidos se enderezarán,

las sendas escabrosas quedarán llanas.

Y todo mortal verá la salvación de Dios.” »

Muchos acudían a Juan para que los bautizara.

—¡Camada de víboras! —les advirtió—. ¿Quién les dijo que podrán escapar del castigo que se acerca? Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento. Y no se pongan a pensar: “Tenemos a Abraham por padre.” Porque les digo que aun de estas piedras Dios es capaz de darle hijos a Abraham. Es más, el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego.

—¿Entonces qué debemos hacer? —le preguntaba la gente.

—El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna —les contestó Juan—, y el que tiene comida debe hacer lo mismo.

Llegaron también unos recaudadores de impuestos para que los bautizara.

—Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros? —le preguntaron.

—No cobren más de lo debido —les respondió.

—Y nosotros, ¿qué debemos hacer? —le preguntaron unos soldados.

—No extorsionen a nadie ni hagan denuncias falsas; más bien confórmense con lo que les pagan.

Lucas 3:1-14 (Predicación)

„Había una vez“, así comienzan los cuentos. Los informes de la Biblia no comienzan así, ni tampoco los relatos del evangelista Lucas. El no escribe: “Había una vez”, sino: “En el año quince del reinado de Tiberio César, Poncio Pilato gobernaba la provincia de Judea, Herodes era tetrarca en Galilea, su hermano Felipe en Iturea y Traconite, y Lisanias en Abilene; el sumo sacerdocio lo ejercían Anás y Caifás…” No, así no empiezan los cuentos, sino los informes sobre hechos concretos, un documento histórico, basado en una investigación profunda. El obrar de Dios, documentado en la Biblia, no tiene lugar en un mundo de sueños, ni tampoco en castillos en el aire de filósofos apartados del mundo, sino en medio de nuestro variado mundo, en medio de la realidad, en medio de los hechos.

Este suceso mencionado por Lucas: “En aquel entonces, la palabra de Dios llegó a Juan hijo de Zacarías, en el desierto” nos muestra que la palabra de Dios llega al mundo por medio de mensajeros que Dios mismo elige. Aquí se menciona al profeta Juan, llamado “el bautista”. La palabra de Dios sale del trono eterno y santo del Todopoderoso y se convierte en hecho histórico. No se dirá que se trata de puro humo sino que verdaderamente “sucede”.

Cuando la palabra de Dios llega, siempre ocurren acontecimientos, algo se pone en movimiento. La palabra de Dios es poder divino y puede crear lo que quiera- al contrario de la palabra humana. Y esta palabra hoy en día tiene la misma fuerza: Puesto que se anuncia aquí, sucede aquí y obra aquí, más de lo que podamos llegar a percibir exteriormente.

Seguimos leyendo: “Juan recorría toda la región del Jordán predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados”. La región del Jordán es La zona desértica, donde Juan se convirtió en profeta. En ese lugar tiene lugar su predicación. La soledad del desierto le ayuda, en primer lugar, a escuchar la palabra de Dios: Dios habla en el silencio. El desierto es el lugar, donde Dios manifiesta su gloria; Dios muestra que él crea vida aún en los lugares muertos. Así lo hizo durante los cuarenta años de desierto del pueblo de Israel: alimentó y dio de beber a un pueblo de millares de personas en el desierto, los condujo a salvo e hizo un pacto con él. También se encontró con el profeta Elías en el desierto. Juan tenía “el espíritu y la fuerza de Elías”. En el desierto, Juan escuchó la voz de Dios y comenzó a predicar. Se convirtió en heraldo del Señor, como alguien que tiene autoridad para predicar su palabra.

Este mensaje se llama „bautismo del arrepentimiento para perdón de los pecados”. Juan llama al arrepentimiento, a volverse a Dios. Quien confiese sus pecados y quiera mejorar, como un signo de esto deberá ser bautizado en el río Jordán, allí Dios le otorgaría el perdón de sus pecados. Este bautismo no era todavía el bautismo cristiano, pues tuvo lugar antes de la muerte y de la resurrección de Cristo, pero sí este bautismo de Juan era ya una muestra de la gracia del Dios vivo. Juan anunciaba el “bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados” y aún hoy es esta la meta de toda predicación cristiana: que la gente se arrepienta de sus pecados, se vuelva a Dios y pida que Dios le perdone; perdón que llega a ellos por medio de la palabra y del sacramento. Visto de esta forma la predicación de Juan el bautista no es sólo un suceso histórico confiable, sino también mensaje de Dios para nosotros.

En este lugar el evangelista quiere recordar una profecía de Isaías del Antiguo Testamento: «Voz de uno que grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, háganle sendas derechas. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina será allanada. Los caminos torcidos se enderezarán, las sendas escabrosas quedarán llanas. Y todo mortal verá la salvación de Dios.” » Dos cosas predijo aquí Isaías que se cumplen con Juan: primero el predicador en el desierto, segundo su mensaje. El mensaje al arrepentimiento lo ilustró magníficamente el profeta: “Preparen el camino del Señor” Arrepentirse significa: preparar un camino para el Señor para que él pueda entrar a nuestro corazón con su Gracia. Arrepentimiento significa: dejar de lado todo aquello que impida su llegada a nosotros. Las montañas del orgullo y las colinas de la complacencia son las que impiden la entrada del Espíritu de Dios a nuestras vidas: “¡Yo no necesito ayuda de ningún dios!”; o los valles de la tristeza y de la resignación: “¡A mí nadie me ayuda!”. Los caminos y senderos recónditos de un corazón pecaminoso que no se abre y se libera- deben ser superados, para que el salvador pueda entrar. ¡Sí, eso también vale para nosotros hoy! Como cuando se quiere tender nuevas vías para el ferrocarril en una nueva región: las montañas se deben taladrar y sobre los valles se deben extender puentes, de esa forma se aplana y se endereza el camino del Señor. Pero de la misma forma que la gente de la época de Juan, no podremos allanar los caminos por nuestras propias fuerzas, eso se consigue cuando hay arrepentimiento y limpieza en nuestra vida. Cuando eso sucede ahí recién se manifiesta el poder de Dios.

Juan fue enseguida conocido como predicador y “bautizador”, de allí “bautista”. Gente en masa acudía a él en el desierto. No obstante, no tenía pelos en la lengua, sino que llamaba duramente al arrepentimiento:

“ —¡Camada de víboras! —les advirtió—. ¿Quién les dijo que podrán escapar del castigo que se acerca? Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento. Y no se pongan a pensar: “Tenemos a Abraham por padre.” Porque les digo que aún de estas piedras Dios es capaz de darle hijos a Abrahán. Es más, el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego”. A pesar de las duras palabras, el mensaje era claro y compasivo a la vez: “raza o camada de víboras”; sí, eso somos por naturaleza, similares al diablo que es quien rige el pecado. Martín Lutero escribió: “Estaba atrapado por el pecado, en el pecado estaba perdido”, cuando recordaba su vida de monje piadoso. Tenemos que darle la razón a Juan: todos necesitamos de la redención. No cerremos los ojos: el enojo de Dios sobre los pecadores es auténtico y justo. Los judíos no podían escudarse por ser descendientes de Abrahán y por pertenecer al pueblo elegido; ellos necesitaban del arrepentimiento tanto como los odiados paganos. Dios no estaba limitado a su pueblo elegido, él podía incluso crear hijos de las mismas piedras si hubiese querido. Es por ello que, nosotros también debemos tomar conocimiento que, aunque podamos pertenecer a una iglesia eso no nos garantiza que nos libremos del enojo de Dios. Es más: ‘El hacha está lista para cortar de raíz el árbol que no da fruto’ y si el jardinero Jesús no hubiese estado allí que le hubiera pedido a Dios: “Señor —le contestó el viñador—, déjela todavía por un año más, para que yo pueda cavar a su alrededor y echarle abono. Así tal vez en adelante dé fruto; si no, córtela” (Lc 13:8-9) Pues todo árbol que no de fruto será cortado y echado al fuego.

Pero aún hay un tiempo de gracia, así como lo hubo en la época de Juan. Así dice la voz: „Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento” es decir: despréndanse de sus pecados, dejen que Dios lave sus culpas y comiencen una vida nueva en la santidad y en la justicia. Arrepentirse y mostrar los frutos correspondientes, los frutos de un buen árbol. Arrepiéntanse de verdad, no de la boca para afuera o superficialmente, sino el arrepentimiento que inicie un cambio visible en nuestras vidas, otra forma de vivir.

Por eso no debiéramos vivir en una falsa seguridad, sino reconocer con seriedad la situación y escuchar el llamado al arrepentimiento. Y cuando nos demos cuenta que no tenemos las fuerzas para seguir, deberemos pedirla a Dios: ¡Señor ten misericordia de mí!. Aceptemos esa mano de Gracia que, el mismo Juan hubo preparado y se nos está extendiendo. Hemos sido bautizados para perdón de los pecados y queremos volver a comprender esa Gracia del bautismo, permanecer firme en ella y por medio de ella recibir la salvación. Cuando hagamos esto nos preguntaremos luego como muchos de entre los que escuchaban a Juan: ¿Y qué tenemos que hacer ahora? Y recibiremos la respuesta de Dios que, se nos dio por medio de Juan: “—El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna; y el que tiene comida debe hacer lo mismo”

Esta respuesta es clara y simple; hasta un niño puede entenderla. Básicamente no se trata de otra cosa que la vieja y conocida respuesta de Dios: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Sin embargo queremos escuchar esta respuesta de Dios de una forma nueva y más atentamente, no queremos obrar apresuradamente o decir que tampoco lo podemos hacer. En comparación con otros pueblos del mundo tenemos un alto nivel de vida, pero hay muchos que ni siquiera tienen lo necesario. Sería bueno aprender a desprendernos de ambiciones innecesarias y conformarnos con lo necesario. Si deseamos esto, encontraremos para ello muchas oportunidades para llevarlo a cabo. “—El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna; y el que tiene comida debe hacer lo mismo”

Sí, y también allí junto a Juan había un par de marginales de aquella sociedad, los cobradores de impuestos y los soldados, gente con los cuales la gente decente de aquel entonces no se mezclaba. “¿Qué debemos hacer?” le seguían preguntando al profeta, luego de que se habían arrepentido y habían sido bautizados en el bautismo de arrepentimiento de pecados. Y Juan no les dijo: ‘¡Abandonen su profesión y sean más decentes!’. A los cobradores de impuestos les dijo simplemente: ‘No cobren más de lo que esté estipulado’ y a los soldados: “No extorsionen a nadie ni hagan denuncias falsas; más bien confórmense con lo que les pagan”. Sólo debían hacer lo que era justo – cada uno en el oficio que tenía. Deberían cuidarse de no ceder ante las tentaciones que les confiriera su profesión.

Y esto también vale para nosotros hoy. Para agradar a Dios, no necesitas cambiar tu oficio, irte a algún convento o hacerte religioso. Más bien no hagas nada injusto a nadie en tu propia profesión, no cedas ante las tentaciones que tu propia profesión te pueda mostrar, sino sírvele a Dios honestamente en tu trabajo, como si se tratase de un servicio a Dios. Haz tu trabajo como le gustaría a Dios que tú lo hicieras. Si eres un comerciante “no le arranques la cabeza” con los precios a la gente. Si eres un artesano no chapucees en tu trabajo. Si eres un campesino no sobreexplotes la tierra. Cuando eduques a tus hijos, enséñales a tener respeto de Dios, de su iglesia y a amar al prójimo. Si eres un alumno, no hagas enojar a tus maestros. Si eres más viejo, no intentes ser más joven, sino afirma tu estado y acepta que tus fuerzas puedan estar disminuyendo.

Sí, estimados hermanos en Cristo, la palabra de Dios no fue sólo para el tiempo de Juan, en el año quince del emperador romano Tiberio. La palabra de Dios va más allá de Juan y llega hasta nosotros aquí y ahora. Amén
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Salmo: 85
A.T.: Is 40:1-8
Epístola: Ro 15:4-13

El 3º Domingo de Adviento presenta a Juan el bautista, en primer plano, como el “heraldo” del Señor, es decir el mensajero, el que anuncia algo que va a suceder. Mientras que las lecturas de los Evangelios y la lectura del Antiguo Testamento toman esta temática, las lecturas de las Epístolas se ocupan del mensaje que hemos recibido, como administradores de los secretos de Dios (1 Co 4:1-5), como el esperado (Ro 15:4-13) y como los que duermen y se pierden la venida del Señor, al no despertarse (Ap 3:1-6). Estos tres aspectos son difíciles de ordenar bajo el tema tradicional sugerido, es decir se ve aquí dentro las reacciones al mensaje del profeta, pues los tres son escritos en la esperanza que, el Señor viene, pero no aún de forma definitiva.

En el 3º Domingo de Adviento pensamos especialmente en Juan el bautista, y cuyo anuncio al arrepentimiento llega incluso hasta nuestros oídos hoy en día. Pero él es también el que anunció al cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Así confesamos nuestros pecados en la confianza que, hemos hallado la redención en Cristo.

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