Beato Pablo Meléndez Gonzalo, Mártir
y Padre de familia
Diciembre 23
Diciembre 23
Martirologio Romano: En el
territorio de Valencia en España, Pablo Meléndez Gonzalo, mártir, que, padre de
familia, durante la persecución contra la religión, conformándose en todo al
ejemplo de Cristo, alcanzó por su gracia el reino eterno. (1876-1936).
Pablo Meléndez Gonzalo, padre de familia numerosa, abogado y periodista, había nacido en Valencia (España) el 7 de noviembre de 1876. A los 14 años perdió a su padre. Desde ese momento, dedicó el tiempo disponible que le dejaba la escuela para ayudar a su madre y a otros 6 hermanos menores que él.
Dios le concedió una vida espiritual
intensa, profunda, sincera. A los 15 años ingresó en las congregaciones
marianas, y pronto pudo participar en los grupos de Adoración nocturna. Además,
su amor a Dios le llevaba a amar a los demás, especialmente a los enfermos (con
frecuencia iba a visitarlos). Todo lo hacía con la fuerza que le daba su
continuo contacto con Jesús: iba a misa y recibía la comunión diariamente.
Estudió derecho en la Universidad de
Valencia y obtuvo excelentes notas. Pero ello no le apartó de sus convicciones:
sus compañeros y profesores notaron en seguida la fe profunda y el compromiso
que Pablo tenía con la Iglesia. Por esa fe y esa convicción participó
activamente en la Juventud Católica, de la que llegó a ser presidente para la
zona de Valencia.
Terminados los estudios, empezó a
trabajar como abogado. También fue un buen periodista. Con el tiempo, llegó a
ser director del periódico “Las Provincias”.
El 25 de enero de 1904 se casó con
Dolores Boscá. Dios bendijo a los esposos con 10 hijos: Pablo, Antonio, Alberto,
Rafael, Carlos, María Teresa, María de los Desamparados, María Luisa, Josefa y
María Dolores.
También participó en política, como
miembro de la Liga católica, y ocupó algunos cargos públicos en su ciudad. Por
eso, era conocido su compromiso por defender la moralidad pública y la libertad
religiosa de la Iglesia. En la España de aquellos años este compromiso público
podía ser muy peligroso, más en una Valencia en la que se notaba una especial
hostilidad de algunos contra todo lo que “oliese a incienso” (como se decía
despectivamente de la gente de la Iglesia).
Los hechos se precipitan a partir de
1931. La tensión política es muy alta en los años iniciales de la II República
española. En 1934 se produce un primer intento, fracasado, de revolución
izquierdista. Pero el ambiente sigue sumamente tenso, una tensión que culmina en
julio de 1936 con el inicio de la guerra civil española.
Pablo Meléndez se encuentra, ese mes
de julio, en un pueblo de la provincia, Paterna. La zona queda bajo gobierno de
las autoridades republicanas y de los comités comunistas y revolucionarios, que
no dudarán en poner en marcha una persecución sistemática contra muchos
católicos.
Pablo sufre un primer registro como
sospechoso, pero no es arrestado. Se traslada a la ciudad de Valencia. No le
resulta posible buscar un escondite, pues tiene que proveer de atención médica a
uno de sus hijos, Carlos, que está gravemente enfermo. Algunos le ofrecen ayuda
para escapar, pues saben que su vida corre peligro, pero Pablo se niega: antes
está el cuidado de su hijo.
Pasados algunos meses, el peligro se
have realidad. El 25 de octubre, hacia las 6 de la tarde, llegan a arrestarle.
Se lo llevan con uno de sus hijos, Alberto. Uno de los que le detiene pregunta:
“¿es usted católico?” Pablo Meléndez contesta con seguridad: “soy católico,
apostólico y romano”.
La orden de arresto viene del
Gobierno civil de Valencia, a petición del Consejo provincial de Vigilancia
popular antifascista, y con un motivo sumamente concreto: Pablo Meléndez era
conocido como persona comprometida con su fe católica.
Pasa a la cárcel, y allí parece
sentirse algo seguro, aunque todo puede cambiar en un instante. Un compañero de
prisión le pregunta si cree que saldrán vivos. Pablo le responde: “si la
Providencia nos destina para mártires nos fusilarán, y si no, quedaremos
libres”. Otro de los compañeros de prisión le escucha decir lo siguiente:
“estamos aquí pues Dios lo ha permitido, en sus manos estamos. He ordenado a mi
familia que no haga gestiones para conseguir mi libertad. Sólo pido al Señor me
dé su amor y gracia, y esto me basta”. Esa última frase le gusta mucho. La
repite cuando le informan que su hijo Carlos acaba de fallecer.
Se acerca la navidad de 1936. Para
todo cristiano, una fiesta grande. Pablo Meléndez no sabe, quizá, que va a
celebrar esa fiesta en el cielo, acompañado por sus hijo Alberto y Carlos.
El día 24 de diciembre, en la
madrugada, sacan de la cárcel a Pablo y a Alberto, y los fusilan con rapidez. A
la familia les dicen que los han puesto en libertad. Una de las hijas, sin
embargo, sospecha lo que acaba de ocurrir. Va al cementerio, y encuentra los
cadáveres de su padre y de su hermano, acribillados por las balas.
“Estamos aquí porque Dios lo ha
permitido”. La vida y la muerte pertenecen a Dios, aunque a veces los hombres
sienten que son ellos quienes deciden y escriben la historia. La historia
terrena de Pablo Meléndez y de su hijo terminó así, en vísperas de la
Navidad.
No resulta fácil comprender por qué
Dios permitió su muerte, por qué privó a una familia numerosa de aquel padre que
tanto amaba a los suyos. Desde la fe sabemos, sin embargo, que Pablo no dejó a
los suyos: Dios lo acogió en su seno. Desde el cielo, supo seguir cerca de la
familia, cerca también de todos los que seguimos en camino hacia la Casa del
Padre.
La Iglesia ha sabido reconocer su
fidelidad al amor y nos lo presenta como ejemplo para nuestra vida diaria. Fue
declarado beato por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.
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Autor: P. Fernando Pascual | Fuente:
Catholic.net
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