Beatos Francisco Gálvez, Jerónimo de Angelis y Simón Yempo, Religiosos
Presbíteros Mártires
Diciembre 4
Mártires en Japón
Martirologio Romano: En el lugar llamado Edo, de Japón, beatos mártires Francisco Gálvez, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, Jerónimo de Angelis, presbítero, y Simón Yempo, religioso, estos dos últimos de la Compañía de Jesús, todos los cuales fueron quemados por odio a la fe (c. 1622/1623).
Llegada del cristianismo a Japón
Los primeros cristianos japoneses recibieron el bautismo en 1548, en Goa,
de manos del obispo Juan de Albuquerque. Ellos fueron los que guiaron los pasos
de san Francisco Javier por el archipiélago nipón. Pero los jesuitas fueron
pronto expulsados del país.
En 1593 desembarcaban en Japón los franciscanos descalzos Pedro Bautista
Blázquez, Bartolomé Ruiz, Francisco de San Miguel y Gonzalo García, que no
tardaron en recibir refuerzos desde Filipinas. En sólo tres años lograron
bautizar a unos 20.000 neófitos, pero en 1596 estalló la persecución. Pedro
Bautista y cinco compañeros suyos, tres jesuitas nativos y 17 cristianos
seglares murieron crucificados en Nagasaki
En tres años llegaron a bautizar a unos 20.000 neófitos. En 1596 estalló la
persecución contra los cristianos, y el 5 de febrero del año siguiente morían
crucificados en Nagasaki san Pedro Bautista , cinco compañeros suyos, tres
jesuitas nativos y 17 cristianos seglares. Su martirio supuso nuevas
conversiones y mayor expansión misionera, y fue en una de las nuevas oleadas de
misioneros cuando llegó al país el beato Francisco Gálvez
Este franciscano, sacerdote y misionero, nació de Francisco Gálvez y de
Juana Iranzo, familia hidalga y bien situada de Utiel (Valencia), , unos días
antes del 15 de agosto, fecha de su bautismo.
Se inició en las letras en la escuela de la parroquia, pero pasó enseguida
al Colegio Seminario del Salvador, inaugurado el 6 de agosto de 1585, cuando
Francisco estaba a punto de cumplir los siete años. En palabras del fundador, el
sacerdote local Don Gonzalo Muñoz Iranzo, la finalidad del colegio era "que aquí
los niños y niñas, desde chiquitos, aprendan la Doctrina cristiana, y los
mayores y estudiantes aprendan los principios de Gramática y Latinidad, para que
aquí salgan buenos ministros para la Iglesia y vayan a otras Universidades para
aprender otras ciencias y facultades y a Religiones y Monasterios para mejor
servir a Dios, que éste es el celo del Salvador del mundo, a quien se debe todo
y a quien se le dé la honra y gloria por siempre jamás, amén".
Hacia los 14 años, ell joven Francisco saldrá de aquí bien preparado para
empezar su formación universitaria en el Estudio General de Valencia. En su
certificado de estudios del 10 de abril de 1598 consta que era ya subdiácono,
que cursó Artes, Lógica y Filosofía, bajo el magisterio del catedrático José
Roque Rocafull, doctor en Artes liberales, y, y que luego completó los cuatro
años de Teología. Cumplidos todos los requisitos, recibió enseguida el
diaconado, seguramente de manos del santo arzobispo de Valencia Juan de Ribera,
quien lo destinó a una de las parroquias de la ciudad.
Muy fuerte debió de sentir la llamada a la vida religiosa, pues, sin
esperar a la ordenación sacerdotal, solicitó ser admitido en el convento
valenciano de San Juan de la Ribera, de los franciscanos descalzos o
alcantarinos. Esta rama de la observancia, una de las de mayor austeridad, se
caracterizaba por una vida de pobreza, austeridad, mortificación y compromiso
evangelizador y con los pobres. Descalzos eran también, aparte de san Pedro de
Alcántara, san Pascual Báilón y el beato Andrés Hibernón, contemporáneos
suyos.
A Oriente por la ruta occidental
El beato Francisco Gálvez profesó la regla franciscana el 6 de mayo de 1600
y se ordenó sacerdote a finales del mismo año, o a comienzos de 1601. Poco
después, el 28 de junio, a petición propia, partía como misionero hacia al
Extremo Oriente desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda. Lo sabemos porque el 1
de marzo de 1601, el rey Felipe II, por real cédula que se conserva en el
sevillano Archivo de Indias, autorizaba a fray Juan Pobre, procurador de la
Provincia franciscana de Filipinas, viajar a dichas islas con 40 misioneros, a
expensas reales.
El viaje se hacía entonces por la ruta occidental. Tras dos meses de
travesía, la misión dirigida por Juan Pobre desembarcaba en San Juan de Ulúa, el
puerto de Veracruz, en Méjico. De aquí se dirigieron a pie hasta la capital
azteca. Ocho años permaneció el beato Francisco en tierras mejicanas, sin que
podamos precisar dónde residió ni en qué se ocupó todo ese tiempo. Lo que si
sabemos es que sólo en 1609 pudo embarcarse en Acapulco, donde la congregación
tenía una hospedería para los frailes de paso, rumbo a Manila. Tanto el
archipiélago filipino como el japonés formaban parte de la floreciente provincia
franciscana de San Gregorio Magno, cuyo primer procurador había sido san Pedro
Bautista, uno de los protomártires de Japón recientemente crucificados en
Nagasaki. A raíz del martirio la Provincia había experimentado un fuerte
crecimiento, pasando de 41 conventos, 125 religiosos y 60.892 cristianos a
finales del siglo XVI, a 57 conventos y 114.000 cristianos en 1622.
El beato Francisco Gálvez fue destinado al convento filipino de Dilao, un
barrio del extrarradio de Manila, donde había una colonia de japoneses
cristianos. Trabajando pastoralmente con ellos fue como fray Francisco pudo
aprender la lengua nipona. Hizo tantos progresos que sus superiores lo nombraron
ministro de los japoneses de Balete, jurisdicción de Dilao.
Evangelizador en Japón
En 1612, bien preparado por el contacto diario con los nipones, el beato
Francisco hizo su primer viaje a Japón. Durante dos años pudo desarrollar una
breve pero intensa labor misionera: anuncio del Evangelio en japonés con
soltura, traducción de libros religiosos (Vidas de Santos, un Catecismo, varios
opúsculos devocionales) que facilitaron su tarea, y atención a los leprosos de
Asakusa hasta contagiarse con la enfermedad.
El 27 de octubre de 1614, por decreto imperial, el beato Galvez y los demás
misioneros tuvieron que abandonar el territorio y regresar a Manila, pues Japón
no se abrió a los europeos hasta el siglo XIX, y las persecuciones contra los
cristianos no terminaron hasta el año 1873. Pero fray Francisco se las ingenió
para regresar, porque allá había dejado a un pequeño grupo de cristianos que él
mismo bautizó, y necesitaban de su presencia, apoyo, consejos y consuelos. En
1616, con la armada del Gobernador de Filipinas, llegó hasta Singapur, desde
donde pudo llegar a Malaca, colonia portuguesa donde los franciscanos, seis años
antes, habían obtenido del rey de Camboya permiso para evangelizar en su
territorio. Sólo encontró una galeota que viajaba a Japón, pero no admitía
pasajeros, y menos misioneros, pues aún estaba reciente el decreto de expulsión.
Entonces recurrió a una estratagema: se tiznó de negro y se contrató como galeón
o remero, a cambio de una pequeña ración diaria de arroz. Pero todo lo soportó
con paciencia, incluso el año y medio que tuvo que esperar en Macao, antes de
tocar suelo japonés.
Cumplido su propósito, aún pudo moverse con cierta libertad, gracias a la
tolerancia de las autoridades locales. Incluso ejerció de mediador diplomático,
entregando al príncipe de Voxu, Masamuné, por encargo del beato Luis de Sotelo,
martirizado poco después en Omura, unas cartas y presentes que traía de parte
del rey de España y del Papa. Fray Francisco fue bien recibido y agasajado, con
orden de atenderle en todo lo necesario, y con la asignación de un lugar
tranquilo donde poder dedicarse sin molestias a la evangelización. Gracias a
este especial privilegio del príncipe Masamuné, el Beato Gálvez pudo desarrollar
una intensa y fructuosa actividad misionera en los territorios de Voxy y
Mongami, multiplicando las conversiones.
Martirizado en Yedo (Tokio)
Aún no se habían agotado las anteriores órdenes de expulsión, cuando, en
agosto de 1623, el Emperador nombró nuevo "shogum" o jefe de gobierno a Iemitsu.
Y éste, al ver que no se cumplían con demasiado rigor, ordenó eliminar a los
cristianos, prometiendo honores y dinero a quiénes los denunciaran. Enseguida
alguien (un cristiano renegado, o un bonzo que se hizo pasar por tal) delató
ante el gobernador a los cristianos y misioneros de Yedo, la actual Tokio, entre
ellos al jesuita siciliano Jerónimo de los Ángeles. Fray Francisco Gálvez fue
apresado en Kamakura, antes de poder huir con el japonés converso Hilario
Mongazaimón, síndico de la orden franciscana. Con él apresaron también a fray
Juan Cambo, que había sido portero en el antiguo convento de Nagasaki, a fray
Padre Doxico, a Hilario y a su esposa Marina, con confiscación de todos sus
bienes.
Los llevaron a Yedo, y fueron presentados ante el Consejo del Emperador.
Acusado de engañar a los conversos japoneses arriesgando sus vidas, el beato
Francisco respondió en voz alta y en elegante japonés: "Yo no he engañado a
nadie, ni predico falsa doctrina, ni he sido causa de muerte; antes bien, por
amor de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Salvador del mundo, y por amor de
sus escogidos los cristianos, les he predicado la verdad y verdadera salvación,
sin la cual nadie se puede salvar, ni vuestras mercedes se salvarán, si no creen
lo que yo predico. No he sido causa de la muerte de los cristianos, sino
vuestras Mercedes lo son, que se la dan injustamente".
No le dejaron seguir hablando. En prisión se encontró con fray Jerónimo de
los Ángeles, apresado pocos días antes que él. Se alegraron de verse, se
confesaron mutuamente, se prepararon para morir y animaron a los demás
cristianos detenidos con ellos. Cuando llegó Iemitsu a Yedo, condenó a muerte a
los 51 detenidos, ordenando que los pasearan por las calles de la Corte antes de
ser quedamos vivos en la hoguera. En el cortejo iban tres grupos: el primero
estaba encabezado por el P. Jerónimo de los Ángeles, a caballo, y el hermano
laico Simón Yempo y 17 condenados más a pie. El segundo lo presidía fray
Francisco Gálvez a caballo, con otros 16 condenados tras él. A la cabeza del
tercer grupo iba Faramondo, caballero pariente y primo del Emperador, noble y
rico, que se bautizó en Osaka en 1600 y había sido torturado en una anterior
persecución.
El martirio se consumó el 4 de diciembre de 1623: dos jesuitas, el beato
Francisco Gálvez y 47 "cordígeros" o franciscanos seglares, fueron quedamos
vivos en una gran plaza de las afueras de Yedo, a la vista de muchos nobles y
señores que habían sido invitados a los festejos de la investidura del shogun, y
de un gran gentío, también cristianos, que acudieron de todas partes. Aunque
pusieron guardia para los cristianos no retiraran sus restos y cenizas, pero
éstos supieron esperar hasta la cuarta noche, cuando ya nadie vigilaba.
En poco tiempo, los cristianos de Japón quedaron sin sacerdotes y reducidos
al silencio y la clandestinidad, hasta que fueron descubiertos de nuevo en 1865,
año en que se volvió a permitir la entrada de misioneros católicos en el
país.
El 7 de julio de 1867, Pío XI lo beatificaba con los otros 204 mártires
ejecutados en Japón entre los años 1617 y 1632. Franciscanos eran 11 descalzos o
alcantarinos, 6 observantes, y 29 seglares. Los franciscanos y la diócesis de
Valencia celebran su fiesta el 4 de diciembre.
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Fuente: FrateFrancesco.org
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