Beato Pablo Burali, Cardenal Obispo de Nápoles
Junio 17
Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, beato Pablo Burali de Arezzo,
de la Orden de Clérigos Regulares Teatinos, primero obispo de Piacenza y después
de Nápoles, que se entregó de lleno a restaurar la disciplina de la Iglesia y a
confirmar en la fe la grey que se le había confiado. (1578).
En la población de Itri, situada cerca de la costa meridional de
Italia, entre Fondi y Gaeta, nacía en 1511 el segundo de los cuatro
hijos que concedió el cielo a los nobles esposos Pablo Burali de Arezzo y
Victoria Olivers, siéndole impuesto en el bautismo el nombre de
Escipión.
La antigua familia
de los Burali procedía de la ciudad toscana de Arezzo y se había
distinguido por los meritorios servicios prestados a la monarquía en el
reino de Nápoles. El padre de Escipión era gentilhombre del rey católico
de España y diplomático al servicio de Clemente VII. Su madre, Victoria
Olivers, pertenecía a la alta nobleza de Barcelona.
La
infancia del gentil retoño de los Burali se caracterizó por precoces
manifestaciones de una inteligencia despejada, ardientes muestras de
amor a Dios y generosos sentimientos de compasión y afecto hacia los
pobres y desgraciados. En el año 1524, en que Cayetano de Thiene fundaba
en Roma su Orden de clérigos regulares, la antigua universidad de
Salerno abría sus puertas al joven Escipión, que en la flor de sus trece
años emprendía la ruta de sus estudios literarios para ser más tarde
gloria fulgente de la misma Orden.
Pocos años después fue
Bolonia, la milenaria y docta ciudad de las cien torres, la que con el
prestigio de su rancio abolengo cultural atrajo las miradas y el corazón
del joven D´Arezzo. En su célebre Universidad, que resplandecía como
"antorcha del derecho", completó su formación intelectual y cursó con
brillantez los estudios de derecho civil y canónico, desentrañando
ágilmente los áridos latines del Digesto, del Decreto de Graciano y de
las decretales de los pontífices, que eran los textos vigentes en aquel
tiempo. En la grave teoría de sus togados profesores emerge la relevante
figura de Hugo Buoncompagni, el futuro Papa reformador del calendario,
del cual será Burali, al correr de los años, colega en el Sacro Colegio
Cardenalicio. En una época en que no existía una clara línea divisoria
entre las disciplinas sacras y profanas, el novel jurisconsulto fue
investido a los veinticinco años con la birreta doctoral en ambos
derechos, avalando su ciencia jurídica con una profunda formación en
teología dogmática y moral.
El foro napolitano fue la palestra
donde, por espacio de doce años, ejerció el flamante jurista su carrera
de abogado. Sus excepcionales dotes de prudencia y sinceridad, su
insobornable lealtad y su acrisolado amor a los pobres, le granjearon
bien pronto las generales simpatías de los napolitanos, los cuales
rindieron homenaje a su sabiduría y a su virtud al designarle con este
mote asaz honorable y expresivo: "el doctor de la verdad".
En
1550 una fuerte crisis religiosa, acompañada de lacerantes escrúpulos,
le obligó a dejar las ocupaciones del foro para retirarse a su amada
soledad de Itri y buscar en el silencio y trato íntimo con Dios la ruta
definitiva que diera paz y consuelo a su espíritu, A los dos años el
virrey de Felipe II, don Pedro de Toledo, le llamó otra vez a Nápoles y
le nombró consejero regio y juez de lo criminal. Con repugnancia, y sólo
por consejo de su director espiritual, aceptó Burali estos importantes
cargos, que procuró servir con toda fidelidad y diligencia.
Cinco años antes, en 1547, había fallecido santamente, en la casa
teatina de San Pablo el Mayor, Cayetano de Thiene. La bella Parténope,
que había recibido con gozo el apostolado multiforme del fundador de los
teatinos, postrada ahora ante su sepulcro, se nutría de su enjundiosa
espiritualidad e imploraba su celestial protección. El padre Juan
Marinonio, compañero e íntimo amigo de Cayetano, había recogido su
herencia y presidía la Casa de San Pablo con la madurez de un magisterio
lúcido en la dirección de los espíritus.
El jurisconsulto
Burali frecuentaba la Casa de San Pablo y era hijo espiritual de
Marinonio, lo mismo que otro abogado famoso, Andrés Avelino, que era ya
sacerdote. Conquistados ambos por la espiritualidad teatina, suplicaron a
su director y prepósito de la Casa su ingreso en la Orden, haciendo
juntos el noviciado bajo la sabia dirección del mismo Marinonio.
Exquisita amistad de tres almas excelsas, que se compenetraron tan
intensamente hasta escalar las tres cumbres de la santidad y ser
venerados en los altares. Más tarde un discípulo de Avelino, el padre
Lorenzo Escúpoli, acuñará en uno de los más famosos libros de ascética,
El combate espiritual, esa recia espiritualidad teatina que provocó el
clima de la reforma católica y troqueló tan egregias figuras de
santidad.
Al ingresar Burali, en 1557, en la Orden de clérigos
regulares cambió su nombre de Escipión por el de Pablo, cuyo amor a
Cristo deseaba imitar. La humildad y el desprecio absoluto de los bienes
terrenos son notas básicas de la espiritualidad teatina. Por ello, al
solicitar a sus cuarenta y seis años su entrada en la Orden, pidió ser
admitido en calidad de hermano coadjutor, porque se reputaba indigno del
ministerio sacerdotal. Marinonio no sólo no accedió a sus deseos, sino
que, antes de terminar el noviciado, le mandó recibir las órdenes
menores y el subdiaconado. En la festividad de la Purificación de María
de 1558 emitió el antiguo consejero regio su profesión religiosa, y
pocos meses después fue ordenado diácono y presbítero, celebrando su
primera misa el domingo de Pascua de Resurrección.
Entonces
comenzó la lucha entre la humildad del padre Burali, que desplegaba toda
su sagacidad para esquivar honores y dignidades, y la providencia del
Señor, que se complacía en elevarlo a los más altos cargos para que
fuera uno de los mejores adalides de la reforma católica, Venció el
brazo de Dios, que quiso hacer cosas grandes en su siervo. Pero éste
exclamará humildemente a lo largo de su vida, con los ojos arrasados en
lágrimas: “Dios le perdone al padre Juan, que quiso que yo me ordenase
sacerdote".
El capítulo general le nombró en 1560 prepósito de
la Casa de San Pablo, y poco después Felipe II le ofreció el obispado de
Cortona y el arzobispado de Brindis. El padre Burali los rehusó muy de
corazón, no sin haber recibido un aviso del Papa Pío IV, que le decía:
"Te ruego aceptes estos cargos, que podrán ser gravosos para ti, pero
serán provechosos para las almas".
En 1565, temerosos los
napolitanos de que Felipe II implantara en el reino la Inquisición
española, decidieron enviar a Madrid una embajada prestigiosa que
disuadiera al monarca de tal propósito. La ciudad escogió al padre
Burali para llevar a término tan delicada misión diplomática. La
elección fue vista con muy buenos ojos por el virrey don Perafán de
Ribera, duque de Alcalá, y por la misma Santa Sede. Burali se resistía
con todas sus fuerzas. Carlos Borromeo, secretario de Estado de Pío IV,
tuvo que escribirle varias cartas en nombre del Papa y, por fin, un
mandato formal para que aceptara la embajada.
El padre Burali
fue acogido en Madrid con singulares muestras de consideración y de
afecto. Felipe II le recibió con toda deferencia, escuchó atento el
mensaje de la ciudad y prometió estudiarlo con cariño, queriendo que el
embajador napolitano celebrara la misa en su presencia en la capilla del
real alcázar. Con motivo de las fiestas de Navidad se ausentó el
monarca de la capital, esquivando dar en un asunto tan vidrioso como el
de la Inquisición una respuesta categórica. Burali se mantuvo
impertérrito en la corte, fiel a su legacía. Después de varios meses de
ausencia regresó Felipe II a Madrid y accedió, en parte, a los deseos de
los napolitanos, a los cuales prometió en breve una visita. Conmovida
la ciudad, tributó a su embajador un recibimiento triunfal, que revistió
caracteres de fervoroso plebiscito.
Nombrado en abril de 1567
prepósito de la Casa de San Silvestre, de Roma, el padre Burali pasó a
residir en la Ciudad Eterna. El Papa San Pío V desplegaba una enérgica
actividad apostólica para convertir en sustancia y vida de la Iglesia
los decretos reformadores del concilio de Trento. San Carlos Borromeo,
cardenal arzobispo de Milán, implantaba en su sede la reforma con celo
enardecido. La vecina diócesis de Plasencia vegetaba en franca
decadencia religiosa. El padre Burali fue preconizado obispo de la misma
en el consistorio de julio de 1568. Esta vez su humildad no pudo hallar
escapatoria, Obligado por el Papa, recibió la consagración episcopal el
1 de agosto siguiente en la propia iglesia de San Silvestre, de manos
del cardenal de Pisa, monseñor Escipión Rebiba, haciendo su entrada
solemne en la diócesis el 29 de septiembre.
El celo pastoral
del prelado, unido al talento y sentido humano del antiguo jurista,
transformaron en plazo breve la diócesis placentina, promulgando en ella
la legislación del Tridentino. Animado por el espíritu litúrgico de la
Orden, restauró la catedral y veló por el esplendor del culto divino,
asistiendo cada domingo a la misa mayor y a las vísperas. Llamó a los
teatinos, capuchinos y somascos para que fundaran en la diócesis. Pero
centró toda su actividad apostólica en tres empresas importantísimas,
pilares básicos de la reforma católica: la visita pastoral, que realizó
meticulosamente varias veces; el sínodo diocesano, que celebró dos
veces, y la fundación del seminario, uno de los primeros de Italia, y
cuyo primer director espiritual fue San Andrés Avelino, el cual se
multiplicaba para complacer a sus dos amigos Burali y Borromeo.
En el consistorio del 27 de mayo de 1570, San Pío V creó al obispo de
Plasencia cardenal presbítero del título de Santa Pudenciana. Otra gran
"tribulación" para el obispo teatino -así calificaba él a los honores-,
al cual no quedó más remedio que ir a Roma para recibir el capelo de
manos de Su Santidad. Al retornar a su diócesis, toda Plasencia saltó de
júbilo y dispensó al que llamaba "el obispo santo" un recibimiento
apoteósico.
Mas los cantos de alegría se trocaron en lágrimas
de dolor al ser promovido en 1576 a la sede arzobispal de Nápoles.
Durante ocho años había laborado incansable en la diócesis placentina,
en amigable colaboración con San Carlos Borromeo, asistiendo al III
concilio provincial de Milán que éste convocó. Reunido en 1572 el
cónclave que debía dar sucesor a San Pío V, los votos de los purpurados
se polarizaron en torno a dos grandes figuras del Sacro Colegio: Hugo
Buoncompagni y Pablo Burali. Elevado aquél al solio de San Pedro con el
nombre de Gregorio XIII, quiso recompensar el celo reformador de su
antiguo alumno de Bolonia enviándole a la sede de San Jenaro.
En Nápoles desplegó el cardenal Burali el mismo celo apostólico y
renovador. Pero a los dos años escasos, macerado por las mortificaciones
y agobiado por los achaques, la fractura de una pierna le llevó al
sepulcro. Devotísimo siempre de la Santísima Virgen, había hecho
edificar un templo en su honor y visitaba con fervor sus imágenes más
veneradas. Con frecuencia se le veía con el rosario en la mano y cada
noche lo rezaba con sus familiares. Postrado ahora en el lecho del
dolor, recibidos con ejemplar piedad los Santos Sacramentos, hizo
colocar junto a su cama una imagen de María y, fijando en ella su mirada
de hijo amantísimo, expiró santamente en el ósculo del Señor el día 16
de junio de 1578, a los sesenta y siete años de edad.
El Papa
Clemente XIV, el día 18 de junio de 1772, procedió a la beatificación de
este hijo insigne de San Cayetano, que por su extraordinario celo en
favor de la reforma católica mereció el título de "obispo ideal del
renacimiento tridentino".
=
Comunidad Católica Vidas Santas Páginas Católicas... dedicadas a las personas que aman la Vida de los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios del Mundo! En la vida de los hombres y mujeres llamados Santos encontraremos un camino a seguir en el deambular por este valle de lágrimas que es nuestra vida en la Tierra. En ella se busca el lema de la Paz, la Tolerancia y la Caridad, en un intento de recoger el máximo de imágenes de Santos
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario