San Isaac de Córdoba, Monje y Compañeros Mártires
Junio 3 - 7
Junio 3 - 7
En Córdoba, en la provincia hispánica de Andalucía, san Isaac, mártir, que,
siendo monje, en tiempo de la dominación musulmana, llevado por un impulso no
humano sino divino, salió del monasterio de Tábanos para presentarse ante el
juez y hablarle acerca de la verdadera religión, y por esta razón fue
decapitado.
Vida y milagros de San Isaac de Córdoba
Monje nacido en Córdoba, de familia noble y cristiana. Estuvo estudiando árabe y fue nombrado administrador y tesorero de rentas; pero en el año 848 las altas condiciones que tenían le hacían ver los niveles espirituales a los que no podría llegar, por lo que se vio a retirarse espiritualmente al monasterio de Tábanos, donde estuvo recibiendo enseñanzas del abad Martín.
Monje nacido en Córdoba, de familia noble y cristiana. Estuvo estudiando árabe y fue nombrado administrador y tesorero de rentas; pero en el año 848 las altas condiciones que tenían le hacían ver los niveles espirituales a los que no podría llegar, por lo que se vio a retirarse espiritualmente al monasterio de Tábanos, donde estuvo recibiendo enseñanzas del abad Martín.
Al pasar los años Isaac no pudo contenerse más y decidió salir del
monasterio expresando ante el cadí las verdades que seguía; esto hizo enfurecer
al cadí que ordenó su detención tras intentarle convencer que porque mantenía
firme su fe. Se ordenó a que fuera degollado y tras ello colgado de un palo en
la orilla izquierda del Guadalquivir, siendo quemado seis dias después y
arrojado al propio rio.
Murió degollado a los 25 años el 3 de junio del año 851, día que lo
conmemora la Iglesia.
Tras su muerte, el cadí al informar al emir de la admirable actuación firme y serena de Isaac fue condenado a que lo degollaran.
Tras su muerte, el cadí al informar al emir de la admirable actuación firme y serena de Isaac fue condenado a que lo degollaran.
Eso sucedió el miércoles 3 de junio. Dos días más tarde, el mártir es
Sancho, un joven admirador de Eulogio, nacido cerca del Pirineo, que era un
esclavo de la guardia del sultán; a éste, por ser culpado de alta traición
además de impío, lo tendieron en el suelo, le metieron por su cuerpo una larga
estaca, lo levantaron en el aire y así murió tras una larga agonía; esa era la
muerte de los empalados.
Seis hombres que vestían con cogulla monacal se presentaron el domingo, día
7, ante el juez musulmán, diciéndole: «Nosotros repetimos lo mismo que nuestros
hermanos Isaac y Sancho; mucho nos pesa de vuestra ignorancia, pero debemos
deciros que sois unos ilusos, que vivís miserablemente embaucados por un hombre
malvado y perverso. Dicta sentencia, imagina tormentos, echa mano de todos tus
verdugos para vengar a tu profeta».
Eran Pedro, un joven sacerdote y Walabonso, diácono, nacido en Niebla, ambos del monasterio de Santa María de Cuteclara; otros dos, Sabiniano y Wistremundo, pertenecían al monasterio de Armelata; Jeremías era un anciano cordobés que había sido rico en sus buenos tiempos, pero había sabido adaptar su cuerpo a los rigores de la penitencia en el monasterio de Tábanos que ayudó a construir con su fortuna personal y ya sólo le quedaba esperar el Cielo y, otro tabanense más, Habencio, murieron decapitados.
Eran Pedro, un joven sacerdote y Walabonso, diácono, nacido en Niebla, ambos del monasterio de Santa María de Cuteclara; otros dos, Sabiniano y Wistremundo, pertenecían al monasterio de Armelata; Jeremías era un anciano cordobés que había sido rico en sus buenos tiempos, pero había sabido adaptar su cuerpo a los rigores de la penitencia en el monasterio de Tábanos que ayudó a construir con su fortuna personal y ya sólo le quedaba esperar el Cielo y, otro tabanense más, Habencio, murieron decapitados.
En la ciudad los moros están cansados de matar; los cristianos que conviven
allí están cansados también de aguantar insolencias y de sufrir humillaciones
con peligro. Bastantes han preferido la salida y se han instalado en los
alrededores, ocupando las cuevas de la montaña donde viven como ermitaños. Son
más de los que se esperaba; casi se puede decir que han formado un cinturón
cercando la ciudad de los emires. Con frecuencia reciben la visita de Eulogio
que les conforta con la palabra clara, fuerte y enérgica que deja en sus almas
regustos de mayor entrega a Dios, mezclada con deseos de fidelidad a la fe
cristiana y a los derechos de la patria.
Gran parte de ellos avivan en el alma deseos sinceros de perfección. Pasan
el día y la noche repitiendo las costumbres ascéticas de los antiguos anacoretas
entre la meditación y la alabanza. Las numerosas ermitas de la montaña forman un
gran monasterio que sigue la Regla de los antiguos y pasados reformadores
visigóticos Leandro, Isidoro, Fructuoso y Valerio quienes muy probablemente
recopilaron, adaptándolas, las primeras reglas cenobíticas de los orientales
recogidas por Pacomio, Casiano, Agustín y Benito. El más importante es el
Tabanense.
Estalló la tormenta con el martirio del sacerdote cordobés Perfecto que fue
arrastrado al tribunal, condenado y degollado.
Hay revuelo en la ciudad y protesta e indignación en el campo. Ha nacido un
sentimiento por mucho tiempo tapado; muchos, llenos de ánimo, se lanzan en
público a maldecir al Profeta y se muestran deseosos de morir por la justicia y
la verdad. El mismo Eulogio pretendió serenar los ánimos, pero de todos modos
sostiene que «nadie puede detener a aquellos que van al martirio inspirados por
el Espíritu Santo».
Isaac es un joven sacerdote de Tábanos, hijo de familia ilustre cordobesa;
de buena educación, conocedor excelente del árabe, hábil en los negocios,
servidor en la administración de Abderramán y de sus rentas. Pero amargado en la
casa de su amo por la insolencia de los dominantes, por su prepotencia altanera,
o quizá por escrúpulos de conciencia, decidió irse y entrar en Tábanos donde le
trató Eulogio. Ahora, indignado por la persecución de los musulmanes, toma la
decisión de presentarse al cadí con la intención de ridiculizar la injusticia y
acabar en el martirio.
Simula querer tener razones para aceptar la religión del Profeta y las pide
con ironía y sarcasmo al juez que cae en la trampa. Tan de plano rechaza ante el
público reunido la mentira del Profeta, la bajeza de la vida del mahometano y la
falsía de la felicidad prometida que, resaltando la verdad del Crucificado, la
dignidad que pide a sus fieles y la verdad del único Cielo prometido, que, fuera
de sí el improvisado y timado maestro, abofetea a Isaac, contra la ley y la
usanza.
La crónica del suceso narrada por Eulogio coincide con la versión árabe
relatada en las Historias de los jueces de Córdoba, de Alioxaní, por la que
sabemos hasta el nombre del cadí, Said-ben Soleiman el Gafaquí, que le juzgó.
Abderramán II mandó aplicar el rigor de la ley a su antiguo servidor; y para que
los cristianos no pudieran hacer de su cadáver un estandarte dándole veneración,
lo mantuvo dos días en la horca, lo hizo quemar y desparramar después sus
cenizas por el río Guadalquivir. Fue martirizado el 7 de juno de 851.
Eso sucedió el miércoles 3 de junio. Dos días más tarde, el mártir es
Sancho, un joven admirador de Eulogio, nacido cerca del Pirineo, que era un
esclavo de la guardia del sultán; a éste, por ser culpado de alta traición
además de impío, lo tendieron en el suelo, le metieron por su cuerpo una larga
estaca, lo levantaron en el aire y así murió tras una larga agonía; esa era la
muerte de los empalados.
Seis hombres que vestían con cogulla monacal se presentaron el domingo, día
7, ante el juez musulmán, diciéndole: «Nosotros repetimos lo mismo que nuestros
hermanos Isaac y Sancho; mucho nos pesa de vuestra ignorancia, pero debemos
deciros que sois unos ilusos, que vivís miserablemente embaucados por un hombre
malvado y perverso. Dicta sentencia, imagina tormentos, echa mano de todos tus
verdugos para vengar a tu profeta».
Eran Pedro, un joven sacerdote y Walabonso, diácono, nacido en Niebla,
ambos del monasterio de Santa María de Cuteclara; otros dos, Sabiniano y
Wistremundo, pertenecían al monasterio de Armelata; Jeremías era un anciano
cordobés que había sido rico en sus buenos tiempos, pero había sabido adaptar su
cuerpo a los rigores de la penitencia en el monasterio de Tábanos que ayudó a
construir con su fortuna personal y ya sólo le quedaba esperar el Cielo y, otro
tabanense más, Habencio, murieron decapitados.
En unos días, ocho hombres fueron mártires de Cristo.
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Fuente: oremosjuntos.com
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